Revista En Femenino

Piedras, cócteles molotov y ley antiterrorista

Por Expatxcojones

Piedras, cócteles molotov y ley antiterrorista

Fachada Instituto Español Severo Ochoa de Tánger.

Un acontecimiento ha alterado la tranquilidad de los españoles residentes en Tánger, acostumbrados a que en esta ciudad no suceda nunca nada o casi nada. Rumores, habladurías, informaciones confusas —a la vez que contradictorias —corren de boca en boca a lo largo de toda la semana. Es el tema estrella. Todos hablan de ello pero nadie sabe a ciencia cierta qué ha sucedido. Yo, la primera. Con la intención de poner un poco de luz sobre el asunto hablo con tres personas: dos testigos presenciales y un funcionario del Gobierno Español. Este que procede es el relato de los hechos, construido con sus palabras y al que yo tan sólo he tratado de poner orden. No sé si con mucho acierto.
   —El lunes por la mañana recibo una noticia de parte de la Prefectura marroquí. Es una información confusa —relata este representante del Ministerio de Interior. —Me comunican que un individuo, de apariencia desgarbada —al que incluso describen como vagabundo— lanza tres objetos incendiarios en el Instituto Español Severo Ochoa. El vigilante del centro, que es quien presencia los hechos, comunica a la policía que el atacante no se esconde y que se toma su tiempo. La Prefectura reacciona muy rápido. Enseguida desplaza a agentes al centro para esclarecer lo sucedido. Se abre una investigación y se informa al fiscal de la misma.
El miércoles por la mañana llegó al café y encuentro a la gente hablando de ello. La muerte de un profesor a manos de un alumno en un instituto de Barcelona está muy presente en la mente de todos y, aunque  lo ocurrido aquí dista mucho de ser un atentado, el paralelismo es inevitable. Esta madrugada han lanzado piedras contra el centro y han roto algunos cristales, dice una de las allí presentes. Entre exclamaciones, comentarios y bromas pasan cinco minutos y el tema no da más de sí pero entonces, justo cuando estamos levantándonos y pagando la cuenta, esta misma persona recibe una llamada.
   —Que no nos acerquemos por el instituto, que acaban de lanzar un coctel molotov —dice al colgar el aparato y ya nadie tiene ganas de reír.
Pago mi café, me coloco la chaqueta, me despido del grupo y salgo a la calle. He quedado con Ilias y Hanan para trabajar en el guión de las recolectoras de fresas. Antes de llegar a mi destino recibo un mensaje en el móvil. “¿Te has enterado de lo que ha pasado en el Insti? Un barbudo ha lanzado cocteles molotov”, dice el texto. Enseguida, otro mensaje: “Un loco ha intentado hacer explotar una bombona de butano en el Severo Ochoa”. No contesto. Lo pongo en silencio porque intuyo que esto no ha hecho más que empezar. Efectivamente, en las horas posteriores los mensajes se suceden sin parar. Al día siguiente, tengo la ocasión de hablar con dos testigos presenciales, un profesor y un alumno.
   —Escuché ruido, gritos y, de repente, algo cae a mis pies. Era un coctel molotov pero no debía llevar gasolina porque no explotó. Por suerte. De haberlo hecho me habría dado de lleno —cuenta este profesor. —Lo más curioso es que vi a unos cuantos compañeros que se encerraban en una sala. Nadie salió. Allí, intentando hablar con el hombre y calmarlo, sólo estaban los dos conserjes, la mujer de la limpieza y el jefe de estudios. Ni rastro de los demás.
   —Sucedió en el cambio de clase —explica el alumno—. Los chicos empezaron a correr por los pasillos, a llamar a sus casas. Algunos se encerraron en el baño. Nadie sabía qué había pasado exactamente. En medio del alboroto escuché a alguien gritar Allhau Akbar .
   —Cuando llegué al instituto ya estaba detenido. No tenía pinta de vagabundo, como se había dicho, pero sí que me fijé en el bulto de la frente y la barba que lucía. Se veía que era un tipo religioso aunque estaba trastornado. Era incapaz de hilvanar dos frases coherentes. La policía marroquí comprobó que no tenía antecedentes delictivos ni relación alguna con grupos terroristas. Lo que sí había era antecedentes mentales. Se trata de un caso aislado. Este señor había estudiado en España y ahora parece ser que tenía problemas con los papeles. No sabía ni que se trataba de un centro de enseñanza, sólo que era un edificio español. Sufrió un brote psicótico —concluye este funcionario del Gobierno Español en el extranjero.
   —¿Lo mandaran a un psiquiátrico? —le pregunto.   —Pues no. Eso mismo pregunté yo y el policía marroquí me miró como diciendo: ¿Dónde te crees que estás? Se le acusará de atentado contra una institución extranjera. Se le aplicará la nueva ley antiterrorista. Lo más seguro es que le caigan cinco años de cárcel.
Hoy, viernes, prácticamente nadie se acuerda de lo sucedido. Hoy, la mente está fija en temas más mundanos. La semana próxima no hay clase. Alumnos y profesores se preparan para unos días de vacaciones. Entre esta tarde y mañana por la mañana el ferri, el avión y el coche transportaran a los expatriados a sus lugares de origen. Durante unos días se reunirán con amigos y familiares, comerán jamón y, si el tiempo lo permite, beberán cerveza en alguna terraza. En menos de lo que nos gustaría, todos volveremos a la rutina y a la vida apacible de esta ciudad que es Tánger, que parece un pueblo sin serlo, y en la que nunca sucede nada o casi nada.

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