Una visita al museo Guggenheim de Bilbao suele ser una manera fácil de provocar los sentidos y generar una catarata de emociones. Este verano hay un par de exposiciones totalmente distintas. Henri Rousseau, con sus cuadros naïf sobre selvas que nunca visitó, y Anish Kapoor, un escultor de Bombay cuya obra -sobre todo arquitectónica-, no deja indiferente por sus reminescencias anatómicas o sus implicaciones sociales.
Sin embargo, en el Guggenheim de Bilbao existe un fondo permanente y uno de los espacios que más me interesa -y que no deja de sorprenderme una y otra vez- es la sala dedicada al escultor estadounidense Richard Serra, y de él quiero hablar en este post.
Serra trabaja con grandes piezas de acero oxidado al que da formas geométricas y con las que crea curiosos laberintos gigantes. En esa sala del museo hay seis de ellos. Uno entra, mira hacia un lado y hacia el otro, camina un poco por la sala hasta que, como quien no quiere, se fija en otros paseantes que entran y salen de las enormes piezas, que aparecen y desaparecen por los intricados laberintos de acero.
Antes de emitir el juicio definitivo, el visitante imita, curiosea, se deja ir, vence la separación respetuosa que suele haber siempre entre el espectador y la obra de arte. Y es en este momento cuando, al pasar entre paredes inclinadas que dejan apenas espacio para caminar normalmente, tienes que arrimarte al acero para dejar pasar a otra persona que viene en sentido contrario, o sientes un ligero mareo por la inclinación de las paredes sobre la cabeza, o te fijas en el eco de los pasos, las voces, las risas... hasta que llegas al ágora, al centro de la escultura, donde el espacio se abre, donde respiras y te encuentras con otros visitantes que se ríen, que comentan, que muestran sus emociones.
La exposición se llama La muestra del tiempo (es posible verla virtualmente aquí). según explica Richard Serra, se llama así porque el tiempo que cada uno tarda en hacer este recorrido emocional, desde la visión individual hasta compartir las emociones es variable, pero acaba dándose porque el ser humano es un ser gregario, juguetón y a quien le gusta compartir sus hallazgos.
Este tipo de experiencias resultan útiles por su aplicación a la dinámica de grupos o a la gestión de personas y la resolución de conflictos. Fieles a la filosofía ubuntu, hay que recordar que suele haber más cosas que nos unen que cosas que nos separan, y empezar por las que nos unen suele ser una buena manera de iniciar un diálogo (y, por tanto, la posibilidad de cambio).