Pilatos en Madrid

Si el cronista fuera católico, que no, porque es laicista y ni siquiera esta bautizado, agradecería a Zapatero y a la delegada del Gobierno en Madrid, Dolores Carrión, haber facilitado el acoso y la humillación masiva de creyentes en escenas de gran crueldad, que muestra al mundo que se tolera una persecución religiosa en España.

Se vio, de nuevo, a unos laicistas fanáticos amenazando con quemar iglesias, como en 1931, “con católicos dentro”, como en 1936.

Tras aquello muchos católicos indignados se tomaron venganza no menos brutal en 1939 bajo amparo del nacionalcatolicismo, tendencia fanática que desapareció hace medio siglo con el concilio Vaticano II.

Ya en 2007, Zapatero se creyó un Ungido, un Cristo al revés, o un Anticristo, y resucitó a los muertos sólo del bando perdedor. Muchos reclamaron reiniciar los odios.

Y así, impulsado por Z., reapareció Poncio Pilatos, la Delegada zapaterista, que al permitir manifestaciones antipapa junto a los católicos, entregó a estos a una chusma mal llamada laicista, porque los laicistas verdaderos no acosan a creyentes, aunque detesten sus religiones.

Veamos ahora la situación desde otro ángulo: los jihadistas del mundo islámico que asesinan diariamente a decenas de cristianos habrían organizado gigantescos atentados, incluso guerras, si su Mahoma hubieran padecido las humillaciones de los católicos en Madrid; por eso el islam es moralmente poco atractivo.

Al contrario, esos jóvenes católicos podrían recordar que el cristianismo no existiría si no hubiera sido por Pilatos, que mandó a Jesús a la cruz lavándose las manos para no enfrentarse a los sacerdotes de la religión dominante, que hoy es la pendenciera cristianofobia.

Aquel sacrificio supuso el nacimiento de esta creencia, por lo que las sevicias que sufren sus fieles son seguramente mejor propaganda religiosa que los discursos papales.

Los indignados agresores, en realidad, son misioneros: su ira crea nuevos mártires.

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