En Cuaresma la cocina se llenaba de olores dulces. Cuando era más chica, en Semana Santa, venían no sólo las visitas de los días de San José y Viernes de Dolores, las de las tardes de cofradías o madrugadas de bulla, sino también los invitados habituales que pasaban algunas temporaditas en casa de mis padres o de mis abuelos.
Por eso, la semana antes del Domingo de Ramos, venían Mª Ángeles, Adela y su cuñada con orzas, barreños y sartenes enormes. Todos buscábamos la ocasión para entrar en la cocina y ver el espectáculo que sólo los inciados podían disfrutar. En una sola tarde salían los pestiños, gañotes, torrijas y el piñonate, que tardaba lo que más y era mi favorito de entonces, de ahora. Todos los dulces de Cuaresma, sin azúcar, sólo con miel, que siempre era de la Sierra de Huelva. Se acababan muy rápido, a pesar de estar bajo llave.
Pronto es el día de Andalucía, me indetifico con las palabras de Rilke: "mi patria es mi infancia". En el recuerdo mi niñez, con estos dulces de origen árabe y judío que han sido el sedimento básico de una cultura fundamentalmente mestiza y plural.