Si acudimos al diccionario y buscamos la palabra “pirata” podemos encontrar estas dos definiciones:
1ª- Persona que navega sin licencia y se dedica a asaltar los barcos en alta mar o a robar en las costas.
2ª- Persona que se aprovecha del trabajo o de las obras de otros, especialmente copiando programas informáticos u obras de literatura o de música sin estar autorizado legalmente para hacerlo.
A lo largo de la historia, ha habido muchos tipos de piratas. Quizá los más conocidos hayan sido los que se refugiaban en el mar de las Antillas durante el siglo XVII, en parte gracias a la difusión que se ha hecho de sus historias a través de la literatura y del cine. Pero hubieron muchos otros, bastante más antiguos que camparon a sus anchas por todo el Mediterráneo y parte del océano Atlántico, como fueron los normandos, los berberiscos o los corsarios que asaltaban las poblaciones de la costa secuestrando a muchas personas por las que luego pedían suculentos rescates.
Hoy en día, cuando hablamos de piratería, ya nadie se imagina ningún bergantín con banderas que ondean tibias y calaveras ni tripulantes con parches en el ojo y garfios en sus manos mutiladas, empuñando con sus manos sanas espadas afiladas. Los piratas actuales no luchan cuerpo a cuerpo en la cubierta de ningún barco ni frecuentan las tabernas de ningún puerto hasta desfallecer por los efluvios del ron. Los más peligrosos de esos piratas que se pasean entre nosotros, tampoco se codean con quienes no han encontrado otro medio de intentar ganarse la vida que el de estirar una manta en pleno paseo marítimo de cualquier población costera y colocar sobre ella un montón de artículos falsificados que confían poder vender.
Esos pobres individuos, que pese a haber logrado entrar en nuestro país, carecen de permisos de trabajo, también son víctimas de los verdaderos piratas, de aquellos que han aprendido a hacerse ricos a costa de traficar con la vida y las ilusiones de las personas. Y esos verdaderos piratas nunca se mojan, porque siempre juegan con la seguridad de quien se sabe ganador de antemano.
A veces pensamos que los que cometen ilegalidades llevan vidas desordenadasy siempre se mueven sobre una cuerda floja de la que, en cualquier momento, se pueden caer. Pero pocas veces nos imaginamos que esos piratas modernos puedan vivir perfectamente camuflados entre nosotros, bajo un halo de respetabilidad impecable.
Porque los piratas de nuestro tiempo no se ensucian las manos con la sangre ni con la mierda de sus víctimas. Tampoco se molestan en descender los escalones del infierno en el que viven sus secuaces. Lejos de esos sórdidos escenarios, se mueven entre despachos elegantes, vistiendo trajes y corbatas de las mejores firmas de moda y marcando el paso con unos buenos zapatos que pueden fácilmente superar el salario mensual de cualquiera de sus empleados.
Poderoso caballero es Don Dineroes un conocido refrán que nos podría servir para resumir con pocas palabras la piratería que padecemos en nuestro tiempo. Una piratería que se ha extendido prácticamente a todos los sectores de ocupación y que lo acaba corrumpiendo todo.
¿Qué cabida pueden tener la justicia, la ética o los valores en nuestra sociedad, cuando permitimos que el dinero pueda comprar voluntades o pueda cambiar leyes a las que, supuestamente, nos debemos todos?
La justicia deja de serlo cuando se la obliga a hacerse a un lado para que el poder de la corrupción pueda pasar por encima de la decencia y de la legalidad en la que deberíamos movernos todos.
Dicen que, en momentos de crisis, es cuando somos capaces de sacar lo mejor de nosotros. Muchas de las vivencias que hemos compartido en estas largas semanas de confinamiento apuntan en esa esperanzadora dirección. Pero, desgraciadamente, también es en esos tiempos de incertidumbre cuando la mente de algunos humanos se vuelve más perversa y manipuladora. Lo hemos visto en la manera cómo se ha incrementado el precio de las mascarillas y los guantes, pero también de la alimentación, o en la forma cómo algunas empresas han tratado de sacar partido de las ayudas prometidas por el gobierno presentando expedientes de regulación temporal que luego se han demostrado fraudulentos.
Tratar de sacar partido de la desgracia de los demás no es justo, ni ético, ni moral. No es propio de personas decentes ni legales, sino de viles piratas que, amparados en la ley de la oferta y la demanda y en la buena voluntad de la gente que les cree, se dedican a mercadear con nuestras necesidades más básicas y a jugar con nuestro futuro más inmediato.
A los piratas que visten traje y corbata siempre les ha encantado internet, porque en la red siempre lo han tenido mucho más fácil para navegar a su antojo, sin chocar con el escollo de las fronteras. Pero, gracias a esta crisis pandémica, aún han aprendido a sacarle mayor partido. El teletrabajo ha sido para ellos como una bendición del destino. No hay bien que por mal no venga…
A partir de ahora, desarrollar y ampliar sus negocios aún les va a resultar más sencillo y mucho más barato. ¿Quién va a pagar por alquilar una oficina si sus empleados pueden teletrabajar desde sus casas? ¿Quién se va a resignar a seguir haciendo largas colas para ir a comprar, cuando podemos hacer nuestros pedidos por internet y recibirlos en casa en pocos días o incluso en unas pocas horas?
¿Es el mundo que viene un mundo de calles vacías, empleados encerrados en casa teleconectados y piratas forrándose a costa de nuestro aislamiento social?
Las personas, cuando trabajan solas, tienden a ser más productivas porque no se distraen. No paran para tomar un café con los compañeros, no comentan, no se contagian la mutua rabia por las condiciones laborales que soportan. Cuando el descontento no se comparte, lejos de crecer, se diluye, se silencia. Y eso es lo que les encanta a esos piratas de traje y corbata: que sus empleados no se quejen, no expresen opiniones propias que no se les han pedido.
Cierto es que hemos de adaptarnos a los cambios si no queremos acabar arrinconados en el ostracismo. Pero no es menos cierto que no todos los cambios son buenos. Y que todas las realidades acostumbran a tener múltiples caras. No escojamos la comodidad como primera opción sin antes leernos la letra pequeña de sus cláusulas. A veces es preferible seguir esforzándonos un poco más, peleando con más ganas y con más ética para tratar de alcanzar un trato, no ya más justo, sino un poco menos injusto, que aceptar de buenas a primeras la primera propuesta que nos hacen. Porque, por muy bien que nos la adornen, va a contener humo y poco más. No olvidemos que los piratas, por naturaleza, siempre juegan para ganar. Y acaban ganando siempre a costa de los mismos incautos que les creemos.
Estrella Pisa
Psicóloga col. 13749