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Pistoletazo al Blaxploitation: Las noches rojas de Harlem

Publicado el 09 diciembre 2010 por 39escalones

Pistoletazo al Blaxploitation: Las noches rojas de Harlem

Pocas veces el mito cinematográfico supera con tanta holgura la calidad de la propia película que le da origen como ocurre con Shaft, la obra de Gordon Parks, uno de los más importantes creadores negros de los Estados Unidos de los setenta (escritor, fotógrafo y cineasta), en 1971, considerada por muchos como la obra que dio inicio al breve periodo de auge del fenómeno conocido como blaxploitation, que marcaba la emancipación de los personajes e intérpretes negros respecto a las historias centradas en la mayoría blanca y a sus frecuentes tópicos sobre los negros, así como al papel marginal y pintoresco, casi más bien caricaturesco, de éstos en el cine americano hasta entonces. El detective John Shaft encarnó en las novelas de Ernest Tidyman y en la pantalla la imagen que muchos líderes y grupos nacionalistas “de color”, algunos de ellos de carácter violento, pretendían impregnar en los ciudadanos negros del país a fin de lograr una mayoría de edad política, económica, social y cultural que ni la victoria nordista en la Guerra de Secesión ni las leyes contra la segregación racial impulsadas por Kennedy habían conseguido llevar más allá de la letra impresa en papel mojado.

Con guión del propio creador del personaje y protagonizada por Richard Roundtree, antiguo modelo y ocasional actor de teatro casi desconocido en el que se vieron los valores y cualidades de brutalidad, virilidad, machismo y violencia de los que se quería dotar al personaje, la trama recupera el antiguo clima del cine negro clásico para ofrecer una historia de acción y violencia continuadas apenas salpicadas de un par de interludios presuntamente eróticos envuelta en lugares comunes y tópicos bastante manidos, eso sí, decorada con la estupenda música de Isaac Hayes, premiado con un Oscar por ella, y un buen puñado de peinados, vestuarios y decorados horteras, de colores y formas excesivos y combinaciones de tonalidades y objetos a cual más chirriante, que alternan con la presentación de la acción en el Harlem más deprimido, empobrecido y suburbial en oposición al tantas veces visto Nueva York de oropeles, rascacielos, parques y restaurantes y tiendas de lujo popularizado por el cine por todo el mundo. Lejos de Manhattan, el Harlem de John Shaft es el campo de batalla en el que confluyen traficantes de drogas y armas, rateros, prostitutas, mafiosos, policias corruptos y detectives amorales. Shaft se ve inmerso en un asunto de doble vertiente: tras la muerte accidental en su despacho del esbirro de un conocido traficante negro de Harlem, la policía le aprieta las clavijas para que averigüe algo sobre el próximo estallido de una guerra de bandas en el barrio. Por otro lado, el jefe del matón muerto le contrata para que descubra el paradero de su hija, presuntamente secuestrada por un grupo rival, aunque resulta encontrarse en manos de unos mafiosos italianos que pretenden invadir el territorio de la delincuencia negra. Con ayuda de un antiguo camarada y de su grupo de nacionalistas negros, elabora un plan de rescate en el que los disparos y la sangre abundan a mansalva.

La simpleza del argumento y la excesiva ligereza con la que está resuelto se deben principalmente a que la película es una obra hecha a la medida del personaje, exclusivamente concebida para su lucimiento y calado entre el público negro (y blanco, entre el que fue todo un éxito de taquilla). Se trata de presentar un héroe negro que pudiera convertirse en un icono ejemplar de la rebeldía emancipadora frente al poder blanco: Shaft no sólo se basta a sí mismo para enfrentarse a cualquiera, sino que es capaz de bromear sobre los blancos, mofarse de ellos e incluso luchar contra ellos cara a cara con sus mismas armas, la ley o la sangre y el fuego, y salir victorioso. Shaft tiene un único código de conducta que impone por igual a blancos y a negros, no acata la autoridad oficial excepto si sirve a sus propósitos y no quebranta los derechos de sus hermanos, y hace de la subversión y de su militancia contra el poder blanco rasgos suyos tan característicos y propios como el fácil recurso a la violencia o su predisposición a engañar a su novia a la mínima ocasión, incluso con mujeres blancas si se tercia.

Las dos secuelas que la siguieron en los setenta, incluida una con el personaje de “retorno” en África, y el remake de John Singleton de 2000 con Samuel L. Jackson como protagonista, en la que Roundtree tenía un pequeño papel, no consiguieron hacer olvidar el poderoso efecto de la película y sobre todo de su protagonista en el público americano de los setenta, exactamente tal como lo describe Hayes en su famoso tema incluido en los créditos del filme: “Es frío, es duro, es un detective privado negro y una verdadera máquina sexual con las chicas. No acepta órdenes de nadie, blanco o negro, pero arriesgaría el cuello por un hermano. Estoy hablando de Shaft. ¿Lo captas?”. A partir de ahí, sin embargo, habiendo dotado al personaje de una fuerza tan arrolladora, de un interior tan brutal pero a la vez ajustado a una honradez y un código moral propios pero alejados de la corrupcíón y de la violencia gratuita presente en la sociedad y a menudo originada por el propio sistema de poder, no puede evitarse emparentar al detective negro con otros outsiders del cine negro de décadas atrás (más allá de algunos otros homenajes visuales al cine de otro tiempo: ametralladoras Thompson, sombreros de fieltro y gabardinas, teléfonos a la vieja usanza…), relación con las mujeres incluida, lo que hace superar plenamente por el personaje cualquier barrera racial, de ahí las razones de su éxito y aceptación entre cualquier público. Aunque, para ser justos, en la película de Parks la presencia de la mujer es puramente residual, casi decorativa, nada que ver con la clásica mujer fatal. Es cine de machos negros para machos blancos y negros (incluyendo el simpático guiño al camarero homosexual que también se siente atraído por el detective). A la blaxploitation no le interesaba tanto, de momento, la emancipación de la mujer; en aquel entonces no era más que una de las muchas armas de Shaft para vender su idea de la libertad para sus hermanos. Las hermanas habrían de esperar.



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