En días pasados, no es un secreto para quienes vivimos frente a una computadora todo el día, los tuiteros se descosieron con un hashtag que me causó una incomodidad inusitada #pequeñosplaceres.
Quise participar, quise aportar con alguna frase, pero me encontré con la mente en blanco, sin esos pequeños placeres. Pero bueno, luego se me ocurrieron algunos.
Ayer en la noche, después de un largo día de andar en la calle y después llegar a casa para hacer el quehacer, tuve el enorme gusto de hacer una jarra de limonada con agua mineral. Refrescante, ácida y burbujeante.
Al principio fue uno de esos pequeños placeres, pero después la acidez de los limones me provocó insomnio. No sé si los pequeños placeres tengan un costo. Quizás sí.
Hace dos fines de semana, mientras mi esposa estaba fuera de la ciudad fui a visitar a mis sobrinos de cuatro y dos años de edad. Verlos, hablar con ellos, tirarme en el piso y jugar con los juguetes que a me pertenecieron hace 20 o 25 años es, sin duda, un pequeño placer. Es más, quizás ni tan pequeño.
Esos niños, cuando se portan bien, me devuelven la vida, me hacen pensar que sí vale la pena andar sobre este planeta. Su sonrisa, su voz diciendo tu nombre y su sincero interés no tiene comparación. Claro, el precio es soportar los berrinches y la desobediencia que son tan comunes en ellos.
Otro pequeño placer lo tuve también la semana pasada cuando me metí en una librería solo para ver qué había. Hacía años que no lo hacía y recordar, sin duda es vivir. Este fin de semana lo repetí y el placer es el mismo. Siempre me han gustado las librerías, manosear los libros, ver las tapas, leer las cuartas, y luego decepcionarme con los precios tan altos y mi falta de tiempo para leer.
Al final creo que sí tengo algunos pequeños placeres. Quizás no me es muy fácil reconocerlos o recordarlos, pero saber que ahí están, sin duda me hacen valorarlos más.
¿Cuáles son los suyos?