Texto de sala de Mariano Soto, curador de El Cultural San Martín
Mi primera visita al Planetario de la ciudad de Buenos Aires fue con el colegio, a eso de los siete u ocho años. No recuerdo mucho, pero sí me quedó la sensación de haber asistido a algo fantástico: planetas, estrellas, el cosmos, algunas imágenes que hoy recuerdo como fijas, pero que seguro habrán tenido un movimiento majestuoso y lento como el de un elefante. Ignoro si el movimiento planetario es majestuoso y lento, pero así está anclado en mi imaginario.
Uno o dos años después, mi viejo me llevó a ver 2001, Odisea del espacio, de Kubrick, de la cual no entendí nada, pero, también, dejó un par de imágenes grabadas a fuego en mi hardware: un planeta que se transformaba en cara de bebé, y un hueso lanzado al aire por unos monos impresionantes, que se convertía luego, taumatúrgicamente, en nave espacial de última generación.
Creo que esta muestra representa una encrucijada entre cierto acervo cultural y epocal entre Juan Batalla, el artista, y quien esto escribe. No en vano somos coetáneos; allá por los últimos años de los ´60 hasta el diseñador Courrèges se animaba con el tópico de lo espacial y presentaba a sus modelos vestidas con asépticos mini vestidos tan blancos como las fabulosas naves espaciales de Kubrick. Pero el mundo de la ciencia ficción tiene antes y después de la icónica 2001. De Verne a Ridley Scott, pasando por las máquinas de Wells, las lunas payasescas de Meliés o la sobria elegancia de Uma Thurman en Gattaca, la ciencia ficción y su versión más futurista y espacial son una fuente inagotable para la necesidad ficcional del hombre terrestre, que desconoce lo que va a ocurrir apenas el próximo segundo.
Adentrándose en sus propias búsquedas, en sus recurrencias formales y conceptuales, pero forzando como un titán los límites de su propio campo expandido, Batalla revisita sus materiales y formas de siempre (goma, formas bulbosas y orgánicas, el color negro) pero avanza a toda vela con otros. Hay plástico, objetos reconvertidos, fotografía mise en scène, video performático, sonido y hasta un ready made como guiño a aquel hueso de los primates kubrickeanos. Y mucho blanco, como en las modelos futuristas de Courréges.Batalla avanza, se expande, multiplica los soportes y los discursos, pero siempre con la lúdica profundidad que esperamos (aún) del arte. Asistiremos a la oscuridad ancestral de la caverna y al rito gregario, pero también a la frialdad limpia del blanco pulido y neto. Como si Giger y Kubrick se hubieran tomado una copa juntos.
Fotografías de Pablo Mehanna ©