"El verdadero viaje de descubrimiento consiste no sólo en buscar nuevos paisajes, sino en ver las cosas desde una nueva perspectiva"
"Cualquier paisaje es una condición del espíritu"
"Las obras de arte son los paisajes de la mente"
Ted Godwin Henri-Fréderic Amiel Marcel Proust
La Fundación Sorigué
Recientemente tuve ocasión de visitar PLANTA, proyecto empresarial y artístico de la Fundación Sorigué, situado en la localidad ilerdense de Balaguer, donde se encuentra el complejo industrial de la empresa Sorigué, dedicada principalmente a la comercialización de mezclas asfálticas, con plantas y canteras propias, tratamiento de aguas, construcción de obra civil -carreteras- y mantenimiento de parques y jardines, entre otras funciones.
La Fundación Sorigué fue creada en 1985 por Julio Sorigué y Josefina Blasco, con la idea de devolver a la sociedad la confianza que han depositado en el grupo empresarial, mediante la realización de diferentes actividades de tipo cultural, educativo y social.
Siete años más tarde inició el proyecto de un centro ocupacional que permitiera ayudar a más de medio centenar de personas con discapacidad intelectual, además de otras acciones sociales. Desde el año 2008 Anna Vallés, sobrina de los iniciadores de la Fundación, es la presidenta del Grupo y de la Fundación Sorigué.
En el año 2000 se creó la colección de arte contemporáneo con más de 400 obras de artistas nacionales e internacionales, valorando más los aspectos sensitivos y emocionales del trabajo creativo que no unos estilos determinados.
Está considerada como una de las colecciones de arte contemporáneo más importantes de España. Por ello, en 2015 recibió el premio Arte y Mecenazgo, concedido por La Caixa y dos años más tarde el Premio GAC (Gremio de Galeristas de Catalunya). En su sede de Lleida organiza exposiciones temporales de gran calidad a través de autores de prestigio internacional. Asimismo, su área educativa lleva a cabo una enorme labor pedagógica relacionada con las exposiciones que se celebran en su sede, donde han mostrado sus obras artistas como Mat Collishaw, Oscar Muñoz, Chiharu Shiota, Wim Wenders y Antonio López, entre otros.
PLANTA
Para la Fundación Sorigué el hecho de proyectar PLANTA se basa en aunar el arte contemporáneo a partir de "la arquitectura, el conocimiento y un paisaje industrial y natural de especial valor, símbolo del compromiso de Sorigué con el entorno y la sociedad".
En PLANTA existen seis espacios donde se ubican las obras de los artistas Anselm Kiefer, Chiharu Shiota, Bill Viola, Juan Muñoz, William Kentridge y Antonio López. Cada una de las obras está ubicada en una gran nave, menos la correspondiente a Antonio López que se encuentra en el exterior. Todas las piezas son de grandes dimensiones, tanto si son pinturas como esculturas, videos o instalaciones. El público que visita el complejo lo hace en autocar acompañado de una guía, ya que existe una considerable distancia entre cada uno de los pabellones.
En el primer pabellón se exhiben tres obras de gran formato del alemán Anselm Kiefer (Donaueschingen, 1945), cuya primera exposición individual fue en Karlsruhe en 1969. Su trabajo se mueve en torno a una figuración muy expresionista, también denominada como neoexpresionismo, en que la materia tiene un papel muy importante en la mayoría de sus pinturas.
En el Museu Guggenheim de Bilbao hay una obra suya, concretamente Die berühmtem Orden der Nacht (Las célebres ordenes de la noche) que mide más de cinco metros, donde aparece él mismo retratado en el suelo contemplando las estrellas.
Kiefer se interesa por la mitología, la arquitectura, la cultura, la civilización, la alquimia y la espiritualidad. Según él, esta última, consiste "en conectar con un conocimiento más antiguo e intentar descubrir una continuidad en las razones por las que buscamos el cielo. El cielo es una idea, una parte de (...) un conocimiento antiguo". Suele trabajar a base de gruesas capas de color empleando ácidos y fuego que, junto con elementos vegetales, vidrios, piedras, maderas y otros materiales, crea un imaginario que destila una gran fuerza expresiva. Para él el paso del tiempo, o sea de la propia historia, se hace evidente en cada una de sus obras.
Las tres obras que se exhiben son Die 7 Himmelspalaste (Los 7 palacios del cielo) (2005), Fur Velimir Chlebnikov (2005) y Shevirath Ha Kelim (2009), todas ellas de gran formato que llenan las paredes de la sala, siendo la más espectacular Shevirath Ha Kelim, también denominada "La rotura de los receptáculos". Se trata de una pintura matérica que representa una estructura arquitectónica a modo de , cuya primera línea de piedras se va desmoronando y va cayendo fuera del cuadro que continua por el suelo. Hace referencia a un concepto cabalístico que explica la rotura de las sefirot (que son los 10 atributos y las 10 emanaciones de la cábala) inferiores a kéter (es la cumbre más alta del sefirot), jojmà (sabiduría) y biná (tercer sefirot en el árbol de la vida, o sea, el entendimiento).
En el siguiente pabellón hay una instalación de la japonesa Chiharu Shiota (Osaka, 1972) que reside en Berlín, interesada en resaltar la dicotomía entre la vida y la muerte, así como la memoria, a través de sus performances, instalaciones y coreografías. Su obra ya se había visto anteriormente en Lleida. Aunque se la relaciona con Marina Abramovic y Rebecca Horn en su trabajo, también se advierte cierta influencia de su país natal, principalmente en lo referente a las tradiciones, donde el aspecto poético y la naturaleza suelen estar presentes, tal como podemos comprobar en In the beginning was ... (Al principio era...), que consiste en un entramado de hilos que ocupan prácticamente toda la nave distribuidos por las paredes y por el centro, mientras el público la va recorriendo como si estuviera dentro de la misma obra, o lo que es lo mismo, como si fueran insectos que la araña tiene atrapados en la tela.
Entre los hilos hay unas piedras ovaladas que dan más corporeidad a la instalación, como si se tratara de una constelación de estrellas. De hecho, el empleo de piedras no obedece solamente a su relación con la empresa Sorigué, sino que se debe también "por su propia lucha con el universo". De algún modo, se trata del inicio del universo, del Big-Bang. Lo que es seguro es que se trata de una obra que no deja indiferente a nadie, ya que a medida que se va contemplando existe la necesidad de salir de ella. Por ello no es muy recomendable para una persona que padezca claustrofobia.
En cambio, la intervención del pintor y escultor manchego Antonio López (Tomelloso, Ciudad Real, 1936) es bien diferente, ya que ha instalados dos grandes esculturas en el exterior, rodeada de olivos, tituladas Día y Noche, que representan a su nieta Carmen de cinco meses. Una tiene los ojos abiertos y la otra, cerrados. Tienen dos metros y medio de altura y son de bronce. Están adosadas directamente al suelo.
Ambas se expusieron anteriormente en dos espacios públicos de Lleida con motivo de la exposición individual que se celebró en la sede de la Fundación en los años 2012 y 2013. La circunstancia de que estén ubicadas en plena naturaleza, aunque sea dentro de un complejo industrial, las hace más singulares, ya que su interés por el cuerpo humano, tanto el del hombre como el de la mujer, es bien evidente en su obra. Existe un gran número de piezas suyas en la colección de la Fundación, siendo El cuarto de baño (1970-1973), su última incorporación. Recuerdan a las que están ubicadas en el exterior de la estación madrileña de Atocha, en la terminal de llegadas del AVE. Fueron las primeras esculturas que realizó para un espacio público.
Sus obras son de un realismo muy acentuado, pero no exento de sensibilidad y emoción, que provocan momentos de reflexión e incertidumbre. La vida cotidiana, los objetos cercanos, el retrato y el paisaje urbano a nivel pictórico, es de un marcado hiperrealismo, en cambio en el terreno escultórico se acerca más al realismo. Su proceso de trabajo suele ser muy lento, principalmente en la pintura, ya que puede tardar varios años en finalizarla. Según él, "una obra no se acaba, sino que se llega al límite de las propias posibilidades".
Al videoartista neoyorquino Bill Viola (1951) tuvimos la ocasión de presenciar hace dos años una excelente exposición en La Pedrera, sede de la Fundació Caixa de Catalunya de Barcelona, de la que esta revista se hizo eco. Entre las obras que se exhibían había el video Ocean Without a Shore (2007), que ya se había presentado en la Bienal de Venecia del mismo año. El título de la pieza proviene del maestro sufí Ibn Arabí del siglo XIV, que escribió más de cien obras místicas, afirmando que "el yo verdadero es un océano sin costa, no hay inicio ni un final en este mundo".
Mediante tres videos, colocados en cada una de las paredes del pabellón, se observan unas imágenes en las que aparecen una sucesión de personas que se van aproximando a la cámara de manera individual, procedentes de la oscuridad, mientras van atravesando una especie de barrera invisible de agua y luz. Esta secuencia se va repitiendo continuamente. Según Viola, esta obra hace referencia a "la presencia de los muertos en nuestras vidas. En una habitación oscura, los tres altares sobre los cuales se colocan las pantallas se convierten en portales de paso entre dos mundos".
De Juan Muñoz (Madrid, 1953 - Ibiza, 2001) se muestra una enorme instalación que ocupa toda la nave. Tiene unas dimensiones de 2.200 metros cuadrados, repartidos en 100 metros de largo por 20 de ancho y una altura de 18 metros, que se ha adecuado especialmente para que encajara esta pieza, ya que antiguamente se empleaba para la fabricación de dovelas de hormigón. Se trata de Double Bind (Doble vínculo), una obra maestra que realizó poco antes de su muerte con la idea de que se ubicará en la sala de turbinas de la Tate Modern. De hecho, se trata de una obra que cumple todos los requisitos del ideario del artista, ya que se aprecia "un diálogo con el espacio, con la perspectiva, la verticalidad, la ilusión, lo visible e invisible".
Cuando el espectador entra en la nave delante suyo aparece un enorme espacio vacío. Luego hay una rampa de 40 metros que conduce al segundo nivel donde puede observar lo que ocurre a su alrededor. En un primer momento parece que no sucede nada, solamente se ve un montacargas que sube y baja lentamente sin nadie en su interior. En el suelo hay unos orificios en forma de escalera que parecen llevarnos al interior de lo desconocido.
James Lingwood, comisario junto con Susan Maig de la exposición de la Tate Modern, señala que cada uno de los niveles segmentados crean "diferentes capas de experiencia. Ocupando una gran superficie y sin caer en lo monumental, creando un espacio íntimo de experiencia". En conjunto esta obra muestra un diálogo entre el espacio, la perspectiva, lo visible y lo invisible, sobre todo cuando nos movemos por el interior de la nave, ya que al final de ella aparecen una serie de personajes vestidos con ropa de trabajo situados en cada uno de los lucernarios, como si nos estuvieran observando en silencio. Para verlos hemos de mirar hacia arriba, ya que si no pasarían desapercibidos. Cerca de la instalación hay el centro de documentación que sirve para conocer con más detalle su obra escultórica mediante una serie de dibujos y anotaciones que hizo el propio artista, así como catálogos y piezas sonoras.
Finalmente, en el último pabellón se muestra la obra del sudafricano William Kentridge (Johannesburgo, 1955). Es la video instalación More Sweetly Play the Dance (2015), que se pudo contemplar hace dos años en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB), de la que también esta revista hizo referencia. Cabe destacar que poco antes de terminarse la exposición ya no fue posible ver esta pieza, ya que se había trasladado a PLANTA. También en Barcelona, en el año 1999, se celebró una antológica en el MACBA y hace cuatro años en el Reina Sofía se presentó Basta y sobra.
Los temas más habituales en su trabajo son el apartheid y el colonialismo, aunque la naturaleza y el ser humano también son importantes. Aparte de la videoinstalación, su otra gran actividad es la de realizar películas animadas, creando sus propios dibujos, centrándose en la época industrial y minera de su ciudad de origen.
More sweetly play the dance ocupa todo el espacio de la sala, ya que está compuesta de ocho pantallas de 5 metros cada una, donde aparecen un número infinito de personajes de dimensiones reales que van cantando y bailando en procesión mientras una banda va tocando una música repetitiva. Se trata de la banda africana Immanuel Essemblies. Tiene una duración de 15 minutos.
El motivo por el que se creó esta obra es que hubo una epidemia de ébola que afectó considerablemente el continente africano, por lo que esta danza más bien tiene un contenido macabro, aunque no lo parezca ya que los participantes se divierten. Entre ellos se ven enfermos conectados a un gotero, refugiados que huyen del terror, sacerdotes bailando como si se tratara de la danza de la muerte, artefactos extraños, esqueletos moviéndose, cadáveres, así como coreografías de la bailarina Dada Masilo. La procesión no tiene fin, ya que se va repitiendo constantemente, y cuando desaparecen los personajes al final de la pantalla, surgen de nuevo por la primera.
El motivo de esta procesión se basa en la "alegoría de la caverna de Platón, a los frisos antiguos y a las pinturas medievales y renacentistas. Pero también recuerdan imágenes que nos golpean cada día a través de los medios de comunicación de personas que huyen del hambre, de la guerra o de la enfermedad". Se produce la contradicción de que, por un lado, es la danza de la muerte, y por otro, el hecho de bailar nos mantiene vivos, que es precisamente la finalidad de esta obra.