En nuestra última entrada hablábamos de la necesidad de una vacunación ética de la política, a la cual definíamos tan necesaria como la vacuna contra el virus para poder salir airosos de los desafíos que esta pandemia nos ha traído.
Sin un ejercicio ético del poder inherente a la acción de gobernar, la política se convierte en un problema que, en lugar de hacernos avanzar como sociedad, hace retroceder nuestro bienestar y nuestra calidad de vida.Además, traslada a la sociedad y a la ciudadanía que el bienestar colectivo no es el objeto de la política, que queda condicionado al mantenimiento de los privilegios de las élites gobernantes.
La polémica sobre el acceso improcedente y privilegiado de algunos políticos a las vacunas es paradigmático de este problema.
Inesperadamente la vacuna, que se percibe como la única garantía de no contraer la enfermedad de forma grave, se ha convertido en un bien escaso. Y como sucede en torno a los bienes escasos, no faltan quienes utilizan los privilegios que el ejercicio del poder les supone, para apropiarse indebidamente de ellos en beneficio propio.
Decía en mi anterior entrada que, más que el hecho, lo que nos ha sorprendido son los argumentos que utilizan estos corruptos para justificar su postura. Traducen a las claras el egocentrismo de esta época hipermoderna que estamos atravesando y que el sociólogo Gilles Lipovetsky define como “narcisismo individualista”.
Es el individuo y no la colectividad la medida de todas las cosas. Por ello estos corruptos no ven ninguna contradicción en saltarse los protocolos y administrarse ellos mismos las vacunas, utilizando los más variados argumentos con un único hilo conductor: “mis circunstancias, que sólo yo juzgo, me hacen merecedor de la vacuna.”
Desde ahí se hace imposible el gobierno, pues se traslada a la ciudadanía la desaparición de la función del Estado como garante del bienestar social, sustituido por el “salvase quien pueda” individual. En el fondo es un mensaje conocido. Si no te vacunas (o si eres pobre, o si sufres violencia…) es por tu responsabilidad individual, no eres merecedor de más.
La vida es una carrera de obstáculos. Si te estás quedando atrás algo estás haciendo mal. La prueba es que hay otra gente que está llegando a la meta sin problemas.
Es el verdadero problema de esta pandemia. Se apela a la responsabilidad individual en pro de un bienestar colectivo al cual no se le da ninguna importancia. ¿Cómo pedir por tanto a la ciudadanía los sacrificios o esfuerzos en su bienestar individual que el control del virus requiere?Queda por tanto deslegitimada cualquier medida al respecto, pues los ciudadanos la cumplirán o no en función de la percepción individual sobre el miedo que tengan (a las sanciones, a contagiarse…). Y este miedo es un ingrediente mucho peor que el compromiso ético colectivo.
Así no tardaremos en ver el siguiente paso en el guión. Las vacunas van a ser necesarias durante mucho tiempo, así que se propondrá la privatización de su acceso. Pronto oiremos voces que, ante la irresponsabilidad política en la gestión de dicho acceso, plantee que debe ser el mercado quien lo regule, pues lo hará mucho más eficientemente que el Estado. Al fin y al cabo, ¿quién puede impedir obtener la vacuna a quien pueda pagar lo que la empresa que las fabrica estime?
¿Veremos pronto vacunas para ricos y vacunas para pobres? Es un escenario probable y coherente con la sociedad que hemos construido, fundamentada en ese narcisismo individualista y falsa meritocracia que todo lo invade.
¿Y cómo se situará el Sistema de Servicios Sociales en ese escenario? Para prepararlo propongo definir otra pobreza. La pobreza inmunológica, para aquellos que el sistema certifique que no pueden pagar el coste de la vacuna y para los cuales se diseñarán unas prestaciones económicas que les permita adquirirla.
Wang propone que si no, siempre podremos organizar un tómbola benéfica o un banco de vacunas para inmunizar a los pobres.
No será porque no hay soluciones…