Definitivamente, poca gente se mata en moto. Hay que estar a este lado de la raya de la carretera. Hay que estar a este lado de la raya de la ley. Hay que estar a este lado de la raya del sentido común. Ese es el sitio. Todo lo demás que no son estas tres cosas juntas se prosopopeyan en el motero (¿motero?) que el domingo bajaba por la AV-P-706 con su moto roja. Yo daba la curva a izquierdas y él a derechas pero, por algún tipo de fenómeno paranormal, él bajaba por mi carril. Me pasó a dos centímetros. Cuando digo dos centímetros créame el lector que eran dos centímetros. Su rebufo tambaleó mi tranquilidad.
-Enrique, ¿has visto eso? Tengo que parar-. Y paré. Paré a serenar el cuerpo y a recuperar la tranquilidad interior. -Poca gente se mata en moto, dijo de nuevo mi compañero de ruta.
Habíamos quedado a las ocho y media en la conocida Darix Roundabout. Con la fresca, como se citan los moteros buenos. Y tras desayunar nos empleamos en lo nuestro, que era llegar al Puerto del Pico y hacer la sexta muesca en nombre propio y en nombre ajeno en el revólver de las motos.
Llegar a El Escorial y ver el Monasterio en el Tapiz de la Creación, allá al fondo, fue un país verdaderamente revelador, significante semántico y sensorial, rememorador y ensanchador de eso que llevamos dentro. Pero todo se puede romper en esta vida. De eso se encargó un grupo de motos de colores que nos adelantaron pisando la raya continua en una curva sin visibilidad, a una velocidad que no quiero imaginar. -Poca gente se mata en moto-, dijo Enrique.
Tras desayunar en Cebreros encaramos hacia Burgohondo y, tras pasar el pantano, le digo a Enrique:
-Una bandada de buitres a tus once-. Y justo entonces fue cuando un tropel de motos de colores nos adelantaron pisando la raya continua en una curva sin visibilidad, a una velocidad que no quiero imaginar. -Poca gente se mata en moto-, dijo otra vez.
Navalgordo, Navalosa y Hoyocasero, tres pueblos que esconden el hilo de sus vasos comunicantes que hablan al motero de lo precioso y duro que puede llegar a serse un paisaje como aquel. Un lugar para no olvidar ese de las cumbres peladas que dejan ver el nicho que cubrirá el invierno y que descansa sobre la carretera con su manto de pino y helecho. Y el Alberche, asomado por los bordes viendo pasar la vida. Estando en esta contemplación una congregación de motos de colores nos adelantaron pisando la raya continua en una curva sin visibilidad, a una velocidad que no quiero imaginar.
-Poca gente se mata en moto.
El Puerto del Pico se sube por la cara sur, pero nosotros lo tomamos por el norte. Arriba se estaba bien. El sol ya era el dueño de la situación y la gente que paraba sonreía con su conquista personal. Y claro que había motos, muchas motos.
Un domingo de felicidad, un día para tranquilear. Ocho horas de intercomunicador y se nos quedaron cosas en sendos tinteros. Un día del que se cayeron dos conclusiones cuando aparqué la moto: la primera es que volver a casa es lo más importante. La segunda es que poca gente se mata en moto. Hay que estar, amigo motero, a este lado de la raya de la carretera. Hay que estar, motero responsable, a este lado de la raya de la ley. Hay que estar a este lado de la raya del sentido común, amigo.