Desde Noviembre estoy de viaje, visitando países, basado en dónde tengo amigos. Visito amigos que no he visto en mucho tiempo, surfeando de sofá en sofá, intercambiando experiencias y descubriendo nuevos lugares. Aprendo cómo viven las personas en otros lugares, desde un punto muy privilegiado: el comedor de la casa. A lo largo del camino he aprendido que no necesito mucha cosa. Además hay una lección algo más sorprendente: podría vivir en cualquier lugar.
Hay gente feliz en cualquier lugar
En Amsterdam bajo la nieve, en Bremen bajo la lluvia, en Copenhague con un frío que pela, en Höör (Suecia) con más nieve… mi viaje me ha llevado sobre todo por el norte de Europa, en lo que sería la peor época para viajar. Todos mis anfitriones están de acuerdo: tendré que volver en Junio o Julio para ver la belleza veraniega de cada lugar.
A pesar de lo que se podría llamar mal tiempo, me lo he pasado fenomenal. Sushi con los pies debajo de un calefactor en Amsterdam para que se nos descongelen los dedos, refugiándonos de la lluvia en una exposición de Hundertwasser en Bremen, tomando té en Copenhague, sacando a pasear al perro en el país de la maravilla invernal sueco, compartí tantas risas y tanto buen rollo que el lugar queda en segundo plano. Fue relegado a ser el escenario en vez de protagonista. Y aunque muchas veces fue fuente de conversas inesperadas, jamás impidió que nos lo pasáramos bien.
Por supuesto que mi ropa no es la más adecuada para las condiciones climáticas del norte y no he podido correr tanto como me hubiera gustado (en vista que la media maratón está a la vuelta de la esquina). Los amigos que viven en estas tierras se han adaptado a las condiciones externas y consiguen disfrutar de su vida a pesar de todo. Así que me imagino que yo también me podría adaptar.