Nadie olvida, nada escapa, nada muere.
Patricia Moscoso
Publicado: 6 agosto, 2014
Son 114 los aparecidos. 114 de quinientos: un quinto de los bebés que se sabe nacieron en cautiverio bajo los regímenes dictatoriales de la Argentina que se iniciaron en 1976 y terminaron poco después de la derrota en las Islas Malvinas, en 1983. Este martes Estela Barnes de Carloto, presidenta y fundadora de las Abuelas de Plaza de Mayo, recibió la noticia de que el examen de ADN solicitado por un joven pianista que tenía dudas acerca de su identidad había sido positivo. Lo supo temblando de emoción, según relató la jueza María Servini de Cubría que le dio la noticia de que el nieto que había estado buscando durante 36 años existía y quería encontrarse con ella.
Laura Carloto, la hija de Estela y Guido, fue secuestrada en La Plata estando embarazada. El 25 de agosto de 1978 la policía entregó su cuerpo asesinado a sus padres, pero del bebé nunca más se supo hasta ahora. Tan larga espera y búsqueda fructificó por decisión del propio Ignacio Hurban nombre que le dieron sus padres de adopción, al cual su madre biológica dio el mismo nombre de su abuelo, Guido. “Él nos buscó, y se cumplió lo que decimos siempre: ellos nos van a buscar a nosotras”, dijo su abuela hoy. “Nosotras no hacemos más que reclamar memoria, verdad y justicia” declaró a la prensa que celebró con ella la noticia “La recuperación de la identidad de Guido es una reparación para él, para la familia y para todos los argentinos (…) Otras abuelas tienen que sentir lo que siento yo: lo que yo quería era no morirme sin abrazarlo”.
A mediados de los años 80, mientras trabajaba en la revista APSI supe de las abuelas y estando en Buenos Aires partí a conocerlas. Me impresionó entonces la enorme convicción de su demanda, la inquebrantable decisión de esperar hasta que aparecieran. Hace dos años pude ver un documental de David, Coco, Blauestein acerca de las abuelas y los nietos, la búsqueda y el encuentro. “Botín de guerra” estrenada en el año 2000 en Argentina. Allí está detallado el espanto y el dolor de la pérdida, pero también la dulzura; porque junto con mantener viva la búsqueda y la denuncia, las abuelas celebran y bailan al son de la música interpretada por artistas argentinos (Los Pericos, Gustavo Ceratti, y también los nietos encontrados) con un estribillo que ha sido una especie de consigna para esta larga espera “Nada escapa, nada muere, nadie olvida”.
Botín de Guerra
Batallas contra el olvido
La noticia de la aparición del nieto perdido de la presidenta de las Abuelas ha coincidido casi con la presentación en Chile del libro “No hay memoria sin ayer. Batallas por la memoria histórica en el Cono sur” editado por el historiador norteamericano Peter Winn y coescrito por el argentino Federico Lorenz , el uruguayo Aldo Marchesi y otro estadounidense, Steve Stern, especialista en América Latina.
Se trata de un proyecto de gran envergadura que abarca investigaciones en tres países: Argentina, Uruguay y Chile. “Nuestro objetivo es explorar las distintas dimensiones de la memoria histórica y relacionarlas entre sí” señala en el prólogo del libro Peter Winn, añadiendo que “se trata de evaluar cómo esos avances en la memoria histórica han contribuido a la construcción de una cultura política pro derechos humanos que pueda asegurar un futuro democrático del «Nunca más».”
La publicación editada por LOM consta de cuatro capítulos. En el primero, Winn y Lorenz analizan las memorias de la violencia política y la dictadura militar en Argentina (1976-1983). En el segundo, Aldo Marchesi se refiere al caso uruguayo (cuya dictadura cívico militar se extendió entre 1973 a 1985). Finalmente, Winn y Stern escriben acerca del “tortuoso” camino chileno a la memorialización.
Junto con consultar numerosas fuentes y revisar abundante bibliografía en cada uno de los países, los investigadores estudiaron los textos del historiador francés Pierre Nora y de Maurice Halbwachs, sociólogo y psicólogo social judío francés muerto en un campo de concentración. Ambos trabajaron en el concepto de memoria histórica como una construcción social.
Es a esa suerte de edificación a la que se refieren los autores de este libro en las conclusiones del mismo. Desde que terminaron las dictaduras se ha avanzado en los diferentes países afectados por la Operación Cóndor (plan ideado por Augusto Pinochet para coordinar a las policías represivas militares de Argentina, Chile, Uruguay, Perú y Paraguay) y cual más cual menos ha logrado recuperar su historia y levantar sitios de memoria. Sin embargo, para consolidad estos avances y lograr efectivamente que no se repitan los hechos horrorosos- detenciones, torturas, desapariciones no solamente de padres , sino también de hijos y de nietos- es preciso , dicen, un empoderamiento de la sociedad civil que tenga clara conciencia del concepto de “terrorismo de Estado” y se levante fuertemente contra la persecución por ideas políticas, las violaciones de la integridad corporal y otras formas de tortura , los secuestros, las ejecuciones sumarias.
El año pasado, al cumplirse 40 años del golpe de estado en Chile, hubo una suerte de destape general: vimos en televisión pública “imágenes prohibidas”, escuchamos testimonios nunca antes oídos, leímos en libros relatos que antes solamente se conocían en forma fragmentaria.
Los movimientos estudiantiles de 2011, cuyo vigor releva el texto de Winn y Stern, nuevamente dejaron en evidencia que algunos métodos usados bajo dictadura en Chile podían seguirse aplicando en democracia y que una pedagogía de la memoria y del respeto a los derechos de las personas sigue siendo una tarea pendiente.
¿Con cuanta convicción podríamos cantar también: ”nada escapa, nada muere, nadie olvida”?
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