Revista Cultura y Ocio
POEMAS, de Carmen Martín GaiteEd. y prólogo de Alberto Pérez Barcelona, Plaza y Janés, [2001].
UNA AVENTURA POÉTICA. Prólogo de Alberto Pérez
Conocí a Carmen en un baile. Yo estaba en el escenario, atizando la pasión de los danzantes al frente de mi orquesta, y de pronto la vi en mitad de la pista moviendo su melena plateada. No pude contener el impulso de dedicarle una canción, y ella lo agradeció con una mirada y una sonrisa que encerraban toda la ilusión y la melancolía del mundo. Al acabar el baile vino a saludarme y estuvimos hablando durante un buen rato. Se sorprendió de que recordara con tanta exactitud algunos diálogos de sus novelas. Luego me pidió que le cantara de nuevo la canción que le había dedicado. Era el swing que dice:” ¿Chica, vas de guapa por la vida o es que vas tan distraída que no te acuerdas ya de mí?”
Carmen se convirtió en una fiel seguidora de mis actuaciones, a las que lo mismo llegaba con un grupo de gente notable, como en compañía de un señor de buen ver o de un chico joven con el pelo de colores. Otras veces venía sola, y entonces se sentaba con elegancia en un taburete de la barra hasta que alguien la invitaba a bailar. Si no se acercaba nadie, ella tomaba la iniciativa y se incorporaba con toda naturalidad a algún grupo. Bailaba muy bien y, cuando sonaba alguna de sus canciones preferidas, se acercaba al escenario y animaba a los músicos con gritos como de guerra. Tenía un don especial para vestirse, y despertaba admiración, en particular entre las mujeres. A mí me gustaba mucho una boina gris con estrellitas que tenía, y unos zapatos abotinados de dos gustos que se había traído de Italia. A veces se venía al camerino después de la actuación y se quedaba observando a los músicos mientras recogían las partituras, guardaban los instrumentos o doblaban su ropa, a la vez que comentaban las incidencias de la sesión. Cuando ya se habían marchado, cambiábamos impresiones sobre cómo había ido la noche y, más de una vez, al acompañarla a coger un taxi ya estaba amaneciendo.
Un día me dijo que iba a leer poesía en un café con un grupo de poetas jóvenes, y fui a verla. Me quedé sorprendido de su categoría como recitadora, tanto en los poemas clásicos como en los suyos propios. Yo acababa de poner en marcha mi sello discográfico, Avizor Records, y le propuse grabar una selección de sus poemas. Al principio me dijo que no, pero a los pocos días me llamó para decirme que ya los había escogido. Durante los ensayos me admiré de su disciplina y de la humildad con que escuchaba cualquier sugerencia. Estuvimos viéndonos a lo largo de casi dos meses, hasta que por fin llegó el día de la grabación.
Fui a buscarla a su casa media hora antes de lo previsto, porque la conocía y sabía que ya estaría esperándome en el portal. La familia Martín Gaite siempre se ha distinguido por su puntualidad. Tanto sus padres como su hermana Ana María y la propia Carmen han llegado en más de una ocasión a la estación cuando todavía no estaba formado el tren, y a la plaza de toros cuando aún estaba cerrada.
El estudio al que fuimos a grabar, uno de los más acreditados en el registro de voces, está en el extrarradio madrileño. Yo siempre he grabado allí y, según nos acercábamos, le iba contando a Carmen hasta dónde llegaba la ciudad en el momento de grabar o producir un nuevo disco, y la costumbre que había de salir al campo en los descansos. Ella escuchaba atenta mis explicaciones sin dejar de hojear sus papeles.
Llegamos al estudio a las diez de la mañana, una hora muy poco habitual para realizar grabaciones vocales, que suelen hacerse más bien por la tarde o por la noche. Carmen saludó al técnico con respeto, echó un vistazo al control, que no pareció llamarle mucho la atención, y enseguida pasó a la sala de grabación, donde había preparados un micro flotante, una silla y un atril. De pronto vio en un rincón un pupitre escolar, que no se sabía muy bien cómo había ido a parar hasta allí, y dijo que quería usarlo. Se lo acercamos, y allí colocó su ejemplar de A rachas, varios folios con poemas inéditos, las gafas y un lapicerito con borrador; puso su bolso al pie y nos pidió un vaso de agua.
Empezó a leer, siguiendo fielmente las pautas marcadas en los ensayos en cuanto a intensidad, ritmo y pausas, pero con un sentimiento completamente distinto: parecía como si en ese momento quisiera renunciar a transmitir lo que había escrito, como si lo estuviera diciendo para ella misma o como si, simplemente, lo pensara.
A las dos de la tarde ya habíamos terminado, sin haber hecho prácticamente ninguna pausa, y nos fuimos a comer a un restaurante casero que hay al lado del estudio. Tomamos los dos lo mismo: judías verdes rehogadas y pescadilla a la romana; de postre, arroz con leche.
— ¡Qué hambre tenía, estaba desmayada!
Volvimos al día siguiente a hacer una toma de seguridad, que luego no hubo que emplear, y dimos la grabación por terminada. De comer nos pusieron potaje de garbanzos y pollo en salsa; de postre, manzana asada.
— ¡Chico, con esto no nos lleva el aire!
Nos dimos una vuelta por el barrio y, al pasar por delante de un grupo escolar, se le ocurrió que, para aprovechar el viaje, podía escribir una Caperucita en las Musas.
Yo todavía tuve que volver por el estudio varias veces para escuchar detenidamente todas las tomas y hacer el montaje, y quedé en que la llamaría cuando hubiera terminado. Era ya bastante tarde. Le dije que en ese momento salía para casa con la cinta original y, cuando llegué, ella ya estaba allí, delante del portal.
En el ascensor, su excitación y su nerviosismo me recordaron a los de un niño en la noche de Reyes. Cuando empezó a escuchar su voz, metió la cabeza en el regazo y se la tapó con las manos, mientras suspiraba. Me dijo: ¡Gracias!, me pidió que parara la cinta y cogió el teléfono.
— ¡Anita, Anita, que estoy en casa de Alberto! ¡Que la grabación suena muy bien! ¡Qué voy para allá con la cinta!
Todavía hubo que esperar unos días hasta que el disco estuvo terminado. Cuando le dije que acababan de llamar de la fábrica diciendo que estaban en camino, se vino como una flecha y, albarán en mano, iba comprobando los bultos: “Cien, ciento uno, ciento dos…” Cuando se fue el transportista nos quedamos mirando las cajas. Abrí una y le di el primer disco. Allí estaba ella en la portada, tan elegante, recitando. Lo abrió y, sin dejar de mirarlo, se fue al teléfono. Serían las dos de la mañana.
— ¡Anita, Anita, que ya está aquí el disco! ¡Es precioso! ¡Espérame, que voy para allá con una caja!
Después llegó el momento de la distribución, que en una primera fase hicimos nosotros mismos, mano a mano. Íbamos en el coche, provistos de nuestros albaranes. Uno se quedaba esperando y el otro entregaba la mercancía. Hicimos un cartel muy bonito, que dábamos con cada pedido. Tenía el fondo negro, con el disco reproducido a todo color y la cita de uno de los poemas:”Tú cruzas con tu luz la otra ladera.” Incluso salimos fuera de Madrid a repartir, y cantábamos durante todo el viaje. Ella llevaba el ritmo con los brazos, y hasta intentaba bailar con el cinturón de seguridad puesto.
— ¡Carmiña, que nos la pegamos!
Una vez cubierta esta primera etapa de la difusión del disco, nos decidimos a hacer una presentación por todo lo alto. Como ahora se trataba de hacer llegar los poemas al público desde un escenario, la interpretación tenía que ser distinta de la del disco, así que nos pusimos a ensayar de nuevo, y simulamos en mi casa un escenario, despejando una habitación y colocando en ella algunos muebles a modo de atrezzo.
Llegó el día señalado, y ella se dedicó a estar tranquila y a repasar sus poemas. A pesar de encontrarse ya bastante enferma, se había arreglado muy bien y estaba muy guapa.
—Me he traído estos dos pares de zapatos, a ver cuáles te gustan más.
Fui un momento a por agua y, al volver, la sorprendí ensayando:
—Salgo con paso seguro, sin correr; me paro, recibo el aplauso y luego voy subiendo la mano izquierda lentamente, con intención de tomar la palabra…
En ese momento sonó el timbre y se fueron apagando las luces de la sala.
– ¿Hay gente?
—Todas las butacas se han ocupado nada más abrir las puertas. El suelo está lleno de gente sentada, y hay muchos que se han quedado fuera.
—Ay, qué nerviosa estoy. Vaya fiestas que me preparas.
—Vamos allá, Carmiña. ¡A por ellos!
Hicimos varios recitales más, los primeros de una gran gira truncada, en los que al terminar me hacía subir al escenario y, después de presentarme como su editor discográfico, me pedía que cantara una canción, a la que ella se sumaba llevando el ritmo con los brazos y moviendo su melena plateada como en el baile donde la conocí.
Carmen Martín Gaite recita sus poemas. Avizor Records, Madrid, 1999. 44". CD-Audio.“Carmen Martín Gaite con voz propia” es el fruto de la colaboración de Plaza Janés y Avizor Records, nuestro particular homenaje a una escritora y persona excepcional de la manera que a ella más le habría gustado: haciendo llegar su palabra, su voz y su imagen al mayor número posible de lectores, ampliando así el ámbito de aquella poética aventura.
Alberto Pérez, director de Avizor Records (2001)
DESCARRILAMIENTO Leído por su autora.
Nos hemos despertado,la máquina hecha añicos,disparados a miles de kilómetros con este malestar de madrugada,en un campo sin árboles,entre pavesas frías,magullados los huesos y seco el paladar.¿Cómo pudo ocurrir el descarrilamiento?
Ahora mismo, hace un rato, ya no sé si te acuerdas,íbamos por el campo en un tren rojo de pitidos triunfalesy el aire se metía por todas las ventanas.
Ahora mismo, hace un rato, - deja que te lo cuente- tuvimos en las manos palancas, manivelas y clavijas de una locomotora que inventábamos casi sin darnos cuenta.
Éramos fogoneros, viajeros,revisores en aquel gran tinglado fulminantesolamente habitado por nosotros.¿Te parece –te dije- a doscientos por hora?Y tú manipulabas allí gesticulando, a la luz de las chispas que nacían.
Nos hemos despertado, entre pavesas frías, magullados los huesos y seco el paladar,en un paisaje inhóspito.¿Cómo pudo ocurrir el descarrilamiento?
DESEMBOCADURA
Leído por su autora, Carmen Martín Gaite.
Y siempre queda más agua en
mi pozo,
y si me asomo al borde
es más hondo y me asusta en su
negrura.
Siempre queda más agua
y no quiero beber
los cubos que he sacado.
Sólo quiero seguir en mi tarea
de verlos cómo suben
derramando agua viva una vez más.
Enredaré canciones y canciones,
desparramado trigo
en era de verano.
Y no habrá oído nadie nada nuevo
ni habrá bebido nada nuevo.
Y cuando muera,
mi pozo seguirá todavía lleno,
no mudado, profundo,
y desembocaré.
En la entrada anterior podéis ver a Carmen Martín Gaite recitando su poema JACULATORIA en una acto del Círculo de Bellas Artes de Madrid. Es muy hermoso.
ESPÉCULO. Especial Carmen Martín Gaite
Revista Electrónica Cuatrimestral de Estudios Literarios
Facultad de Ciencias de la Información
UNIVERSIDAD COMPLUTENSE de Madrid