Por la mirada. Por el tacto. Por sublimación o encarnadura. Por razón pura: una pulpa acidulada sobre un plato. Por pliegue sobre pliegue, mientras la noche asciende más allá de la vasta ciudad en exilio. Por filo de hierba, el filo que cava en el aire. Por terquedad de bestia mínima, sin pelo, que se niega a alimentarse de bayas y bayas es lo único que sobrevivió a la tormenta. Por estrechez o por holgura; desde lo profundo y por ello incierto, allí, tal vez, el primer deseo, ése que no distingue mujer de sombra de mujer, y el último desperezo junto a la hija de las constelaciones, quieta y perfumada. Por el martillo que parte lo secreto para multiplicarlo. Por el arduo comercio hacia los confines: azúcares, harinas, almendras, algunas plumas de codorniz. Por monedas. Por silencio de farmacia. Por la saliva de un recién nacido. Por oficio de tejedoras en casas enfiladas hacia el Oeste. Por géneros pintados, despintados aleros. Por lumbreras, hojas de acanto, silbidos lejanos, presunciones, Idus de marzo, encajes y axilas, la luna y su arbitrio sobre las olas, una hondonada con pólenes y cenizas. Por mi dedo que recorre, con morosidad, una espalda; su espalda, mezcla de fermento y relámpago.
Octubre, 3, 2012.
Quizás en el vestido ajeno y postrero, a la vista del cielo devenido en ámbar. Quizás en la arena en estuche de fieltro que otros, con infinita credulidad, insisten en llamar Libro. Allí supe, supimos, de la vanidad y del repudio, de las horas que muelen hasta los despojos. Quizás, alguna vez, la alquimia restituida... En el fuego se quemará el barro para ser, auguran, maravilla, pero ¿cuándo?. Amarrado a la orilla, un bote. Del otro lado, señalado por un casi imperceptible grupo de estrellas, una sinfonía en latencia que espera encarnarse en música. Quizás... En algún ojo, una mirada de ave migratoria. ¿Hacia dónde? ¿Hacia el Este, sal sobre piedra de sal? ¿Hacia el Oeste, número teñido de azul que ocupa, con vergüenza, el espacio de la risa? Se nace -dijo- para contemplar como se derrama la leche al hervir, para oír el anuncio de la hierba contra el muro del asilo, para domesticar en parte a un animal que jamás sabrá nuestro nombre.
Octubre, 3, 2012.
Al fuego el pájaro del tamaño de un puño, la tela purpúrea olvidada en una silla, la estación taciturna bajo la lluvia; al fuego el flujo y el reflujo, la cámara sellada, las tejas cubiertas de musgo;
al fuego el vino cobrizo de los viajeros, el aceite, la mano tendida del ciego, el andrajo y la despensa, letrinas, galopes, toneles, centavos;
al fuego el ojo del mar, la boca de la tormenta, el peso de la cabra que trepa, flautas, truenos, la espina, la ley, el caos;
al fuego la lengua del ofidio;
al fuego el lado derecho, un ala azul, la hembra del manatí, el mimbre, la linterna que guía al niño -o lo confunde y extravía-;
al fuego la semántica, aquel pasaje: En el corazón del hombre, soledad;
al fuego la música de flautas, el dulce suplicio de la flor bajo la abeja, el viento que ahora mismo sopla en Asia, el arpón, la quilla casi del todo hundida, la fuerza que succiona, la fuerza que vitrifica, el jornal del que baja las persianas un momento antes del ciclón;
al fuego hileras de remeros, un pico de codorniz, residencias de marinos al mediodía, el primer aguacero, los tambores en la noche, Wagner, algún paño, los pies del nómada, un patio embaldosado, la hora del áspid, la hora del vientre fecundado...
Octubre, 3, 2012
Una visión: un cereal sucio de polvo, tierra y neguilla a través de una red de malla de alambre, por invisible influjo conducido hasta allí para ser cribado.
Una visión: un signo -cuyo significado no entiendo- en la frente de un hombre que espera -¿ la lluvia, un dios, el roce de un ala?- en una estación vacía, rodeada de ceniza.
Una visión: un país donde una aleta de pez, un espolón de perdiz, un trozo de carbón de arranque son usados como moneda; en un vasto mercado, justo en el límite entre la ciudad y el desierto, los vendedores aguardan, inmóviles y en silencio, junto a sus pesas y balanzas.
Una visión: una balandra sin ocupantes, olvidada no lejos de la orilla, en un paisaje brumoso. A bordo, en el único y pequeño camarote, persiste un olor a vino y pimiento rojos.
Una visión: entre aguas que nadie bebe y cosechas que no se recogen, a la sombra de un gran pájaro que, desde siempre, lo sobrevuela, casi desnudo y con unas hojas y ramas como lecho atadas a la espalda, con los ojos rayados de un antiguo relámpago que quemó hasta el aire de su casa, a un paso de la iluminación, a un paso de la locura, el extranjero.
Octubre 4, 2012.
Un falso médico receta emplastos que, sin embargo, curan; un mendigo aprieta la moneda con el puño de su mano amputada; fundan una ciudad sobre geología inestable, falla y grieta, sus primeros habitantes levantan casas que auguran duraderas, plantan árboles de existencia centenaria; en la tempestad alguien halla reposo; alguien opta por la gramática del aire que ordena o desordena sílabas según sea ligera brisa o viento fuerte; en un traspatio no acaba de quemarse una silla de infancia, arden desde siempre las maderas de pino y la paja, pero hay mares que, alcanzados por la primera influencia solar, entran en combustión y enseguida se evaporan; en fin, hay quien busca, en el fondo de la tierra, no el oro sino la orina de los difuntos, una amonita, el más antiguo basamento de la sal, del alcanfor.
Octubre, 4, 2012.
Carlos Barbarito