Conocí a Daniel Martín Jiménez en las jornadas de Expoesía de 2015, cuando se presentó la antología La herencia de los chopos y mi poemario La física del Ser.
A partir de ahí, entablamos una relación que ha sido sobre todo epistolar, pues él vive en Alemania. Desde el primer momento, me pareció un joven sabio, discreto, sosegado, ecuánime. Que, además, escribe muy bien poesía.
A sus 34 años ha presentado en la Expoesía de este pasado mes de agosto un poemario que merece ser leído: Poesía de las cosas cotidianas, en la editorial Lastura y prologado por Carmen Ruth Boíllos.
En esta obra, todo va más allá de la apariencia verbal. Hay profundidad allende la epidermis de cada verso en la obra de este soriano, doctor en Física de la Materia Condensada y Nanotecnología, que trabaja como investigador postdoctoral en la universidad alemana Justus-Liebig, No es cualquier cosa. Su brillantez formativa se palpa en este poemario, donde aparecen hermanados palabra e imagen, caligramas de atracción visual y conceptual. Más los abundantes puntos suspensivos entre corchetes, donde la elipsis lleva al lector a levantar la mirada y obligarse a construir lo ausente. Alemania y Soria. "¿Qué largos son los nudos que nos atan a otras tierras!", se lee en "El barco".
Poesía de la vida cotidiana. La de todos los días, la que vivimos como humanos, en el prado que pacemos y rumiamos, donde "Lento/ persigo la vida/ lento".
Y es que, efectivamente, la poesía es la relación que el ser humano (loquens, sintiente y pensante) establece con la realidad en la que vive y mora, es decir, con las cosas cotidianas, con las que el autor establece un diálogo. Cosas habituales, de número ilimitado pero que cada uno elige, por las razones que sean, un florilegio de ellas. También en esa elección nos definimos a nosotros mismos. ¿No lo son las puertas, la bañera, la lavadora o la camisa? ¿Quizá no forman parte del listado también las nubes, las mentiras, la luna o las humedades? ¿E incluso la amanita muscaria, una luz, el cuadrado o los ovinos? Pues así, hasta un extenso compendio de "cosas", que se cierran con la nieve. Una larga lista en la que Daniel Martín Jiménez repasa en diálogo, unas veces; en monólogo, otras, sus elementos poéticos cotidianos.
Es el poeta, que tira de la primera persona: "Yo soy solo una gota/ de una nube/ que el viento controla". Es el poeta que camina en tercera persona, definiendo realidades, como escribe en "Las mentiras": "Cuando hay una verdad tan profunda/ que no la ocultan ya ni las palabras". Es el poeta que dialoga con esas cosas, que quedan personalizadas con el cariño que las aborda: "Yo no te pinché,/ tú me atrapaste entero", se lee en "El espagueti y el tenedor". Las cosas de la vida cotidiana, como el amor que se descubre tan veladamente en varios poemas. Por ejemplo, en "El estrecho": "Como dos placas tectónicas/ fuimos erosionando nuestra piel". O en "Los bombones": "Pralinés son tus labios".
La palabra y la imagen, lo fónico y lo visual. ¿Qué, si no, son los magníficos poemas, cuyo título ya nos lleva a la percepción visual, tan bien conseguida y editada. He ahí los titulados "La aspiradora", "La serpentina", "El prisma", "La bombilla", "El paraguas" o el Sí del No de "Más mentiras"?
"Tejí y curé cada destrozo y cada tela". Has tejido, Daniel, una obra con palabras hilvanadas en su justa medida. En un poemario de las cosas cotidianas que va más allá de la cotidianidad de las cosas. Porque la escritura poética, para ti, revela una realidad que la ciencia de lo nanotecnológico te ha descubierto traspasando los fenómenos que nos regalan los sentidos. Y has sabido conjugar lo sensorial con lo que está más allá de lo aparente, has logrado articular lo cotidiano universal con lo que trajina debajo y el lector agudo ha de saber conquistar.
Por supuesto, mis palabras no agotan, ni mucho menos, la riqueza de esta obra, poliédrica en sí misma, en la que el poeta lanza su sentir y el lector descubre un mundo, unos mundos, porque toda gran poesía, y esta lo es, sugiere, propone, insinúa, alude y evoca. "Yo soy solo una gota/ de una nube/ que el viento controla".
Silvano Andrés de la Morena