Les pongo en antecedentes: Amaya Moro-Martín es una astrónoma española que se formó y trabajó en EEUU y Alemania y quiso regresar a España. Le dieron uno contrato Ramón y Cajal (contratos de cinco años), una iniciativa que pretedía atraer talento a nuestro país y que, durante unos años, fue la única herramienta para hacerlo, hasta que comenzó el declive de este proyecto. Plazos dilatados para ahorrarse el dinero de los contratos, años vacíos sin convocatorias, y el incumplimiento de un compromiso: facilitar que, tras esos cinco años de contrato, pudieran quedarse en España convocando plazas a las que pudieran optar (decía el BOE de abril de 2001 que “El fin último del Programa Ramón y Cajal, que ahora se pone en marcha y que pretende incorporar a doctores, en los centros españoles de investigación y desarrollo tecnológico (I+D), es crear las condiciones para su integración en el sistema español de ciencia”).
Amaya trabajó en el Centro de Astrobiología (INTA-CSIC) y cuando vio cómo estaba el patio, y lo difícil que era mantener una familia y hallar un mínimo de estabilidad tras la finalización de su contrato, (como tantas otras personas en su misma situación), con un bebé recién nacido, dedicó sus 4 meses de baja por maternidad a buscar trabajo en Estados Unidos.
Pero no salió huyendo sin más: ante la situación de ruptura que se estaba provocando en la ciencia española, hizo lo que cualquier persona inquieta y comprometida: contar lo que estaba pasando. Ella tenía ya su problema solucionado (trabaja en el Space Telescope Science Institute de la NASA, ahí es nada), pero, una vez más, manifestó su preocupación por la situación de la ciencia en toda Europa a través de una carta firmada por varios investigadores europeos y publicada en la prestigiosa revista Nature. Y aquí viene lo más rocambolesco de esta historia.
En uno de los comentarios sobre la situación de la ciencia en los países del sur de Europa, comenta que “… Portugal podría tener que cerrar la mitad de sus unidades de investigación a causa de un proceso de evaluación defectuoso, apoyado por la ESF”. La ESF (European Science Foundation, Fundación Europea para la Ciencia), en vez de argumentar y defenderse con documentación en la mano, al sentirse aludidos por esta crítica, envía una amenazante carta a Amaya (ojo, no a la revista, que sería lo adecuado) diciendo que si no retira lo que ha dicho la van a denunciar. Aquí me quedo sin aire.
¿Y saben de lo que me he enterado gracias a este efecto Streisand? Pues de que en la ESF hay cosas que huelen fatal. Lo cuentan muy bien en este artículo. Yo, por mi parte, no puedo más que lamentar que hayamos perdido, no solo a Amaya, sino a tantas personas valiosas para que, de haber querido nuestro gobierno, ese cambio de modelo productivo hacia el conocimiento, hubiese tenido un atisbo de verdad. Pero era solo una mentira (como decir que han subido los presupuestos para investigación). Una más.