Revista Opinión
Hoy me he propuesto comenzar el curso político en el blog, queriendo, forzándome, intentando, ser optimista. Recordando aquel eslogan tan sugerente, “Política con el corazón”. Hace ya unos añitos, haya por Septiembre del 2002, entre rodizio nocturno y coco cortado en la playa, nos bombardeaban con ese eslogan por las calles de Río y Niteroi, estaba yo dando un curso en la Universidad Federal Fluminense. ¡Qué años aquellos! Por todos lados sonaba la alegría de la política. Era el Partido del Trabajo de Brasil, y su líder, el carismático Lula, arrasaba en los mítines de todo el país. Sus posibilidades como futuro presidente del gobierno federal brasileño eran bien recibidas por la población en general, por los chicos de las favelas, pero también por mis colegas, los profesores universitarios de Río, e incluso por los propios empresarios, que entendían que sólo un revulsivo podía acabar con la permanente desolación y desgana que vivía este rico sub-continente americano. Era como si Allende volviera de nuevo a las Alamedas, o como si Fidel volviera a asaltar el cuartel de Moncada. Lula era y es, hoy día, el futuro y la esperanza de la América Latina. Lula lleva siete años Jefe de Estado, y hoy al recordar aquel momento me pregunto ¿cuál es el futuro de la izquierda en este Mundo globalizado? –Difícil pregunta, que yo mismo me hice antes de meterme en su día en ese fango que es la política activa y en el que creo que todos debiéramos al menos ser partícipe, pues si no ocupamos los espacios, no cabe duda de que alguien los ocupará, y algunos lo harán con fines oscuros, o al menos difícilmente confesables. Decía Felipe González, en una de sus últimas entrevistas: “al gobernar aprendí a pasar de la ética de los principios a la ética de las responsabilidades”. Este dogma puede interpretarse al modo maquiavélico de que el fin justifica los medios, o muy al contrario puede interpretarse en el modo más pragmático de entender la revolución: hacer las cosas en la medida que las cosas lo permite. Esa frase, por tanto, creo que reduce un poco el quehacer de la izquierda en el mundo de la globalización, y que ya en mi época de joven trotskista, con otro nombre, el del “entrismo”, lo entendíamos como hacer la política que la mayoría permite hacer. Dar pasitos, poco a poco, en la mejora de la justicia social, del bienestar de todas y todos, independientemente de la casa y del barrio donde uno haya nacido. Pues todo queda muy bien hasta que las cifras cantan: un 25% de la población vive en la miseria en el Primer Mundo; y en los países africanos la gente se muere de hambre mientras que nuestros obesos se atiborran de pastillas para dejar de comer compulsivamente en hogares donde sobra de todo para los que todo tienen.Sinceramente creo que la izquierda no debe ser reinventada, la izquierda es la revolución y siempre lo será, la revolución de lo cotidiano, de la capacidad fiscal del Estado, en la intervención de lo público por lo privado, la redistribución de la riqueza a través de los presupuestos, la discriminación de las rentas según su origen. La izquierda es la defensa de los más desfavorecidos de esta sociedad opulenta: los que no siguen el camino del éxito, los discapacitados psíquicos y físicos que no superan las barreras y obstáculos de los que piensan que esto es una carrera a caballo ganador. La izquierda es y debe ser el revulsivo de la conciencia de clase. La izquierda es la libertad personal en los límites de lo social. La izquierda no puede permitir que se clonen las actitudes de la derecha en sus formas de gobernar: el caudillismo en las instituciones públicas, o la generación de una forma de hacer marketing empresarial en las maneras de hacer política.Pero el futuro depende como el lema de Lula, el ya veterano Presidente brasileño, en la POLÍTICA DEL CORAZÓN, en la UTOPÍA. Pensar en la utopía para hacerla realidad; todavía es posible si todos queremos que sea posible. Y todo esto si el corazón late entre nosotros, porque queremos mejorar este Mundo, cual si de una religión o de un pensamiento laico y trascendental se tratara, pero siempre con la reflexión anti-dogmática entre nosotros, con la REBELDÍA de hacer las cosas bien porque queremos hacer las cosas bien. Si las nuevas generaciones de jóvenes ven progresivamente cómo no son capaces de incorporarse a la sociedad, sólo tendrán dos opciones: la respuesta autoritaria excluyente o la solidaridad de los más desprotegidos del sistema. El corazón estará siempre entre nosotros, bastará con ejercitarlo y creer continuamente en él para hacer realidad nuestros deseos. Yo desde este comienzo de curso bloguero pido reivindicar la Utopía. La Utopía necesaria para vivir. Buen fin de semana.