Revista Opinión

Politizar el Prestige fue y es una mala idea

Publicado el 15 noviembre 2013 por Vigilis @vigilis
Como con el crimen de los marqueses de Urquijo, no hay barra de bar ni sobremesa que no viva una discusión sobre el caso Prestige. Todos compartimos una natural indignación por las dolorosas imágenes de ver uno de los entornos más valiosos y preciosos del planeta manchados de chapapote. Precisamente esta indignación compartida con independencia de procedencia, ingresos o creencias es un agregador transversal que vale su peso en oro para quien quiera "recoger la bandera" y sumar adeptos en forma de simpatizantes políticos o compradores de periódicos.
Politizar el Prestige fue y es una mala idea
Nadie va a pagar porque habéis politizado el caso
Un petrolero, símbolo del capitalismo salvaje, contamina una costa preciosa que pocos sabían que existía antes de aparecer en la tele. ¿Capitalismo atacando a la Naturaleza? Compro. Esto es oro puro. Una indignación transversal, una imagen que cuadra con la idea preconcebida de la gente de cómo es el mundo. Es que ni hace falta pegar carteles para reunir a la gente en las plazas. Hasta aquí todo normal, pero aparecen los problemas. En primer lugar —y creo también que es el problema más importante que tiene parte de nuestra izquierda—, estaba gobernando la derecha, lo que para ellos es una situación de anormalidad. A buena parte de la izquierda no la puedes sacar de casa. La llevas a un congreso del SPD alemán o del Partido Laborista británico y ahí te preguntan que si eso es izquierda ellos son el Papa. Para ser izquierda primero hay que aceptar unas reglas democráticas. Pero no. Si en este país gobierna la derecha, la izquierda tiene vía libre para denunciar ataques inventados a los derechos fundamentales, atentados contra la casa de nuestros padres, delitos imaginarios y exigencias que no cumplen cuando ellos gobiernan. En el momento en que la derecha —aunque sea derecha socialista, como el PP— está en el gobierno, se produce un estado de excepción, una situación de interinidad. Ahí están los cordones sanitarios y las promesas de deshacer las leyes aprobadas. En serio, son impresentables.
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Bien. Y un caramelo tan jugoso se cruza con la situación política aquella. Algún comité de alguna Fuerza de Progreso™ suma uno más uno y dice "tate, ellos tienen la culpa". Ya saben, lo que sea con tal de joder, porque aquí todos somos demócratas pero en horario de oficina (posteriormente saldrán a la luz que los partidos y sindicatos en ciertos niveles actúan todos igual, es decir, robando que es gerundio). De ahí no tardan en plantear responsabilidad penal por daños medioambientales al gobierno ni cinco minutos. (Algún día hablaremos de la aberrante inexistencia de think-tanks y asociaciones medioambientales políticamente conservadoras).
Esto lleva a varios problemas que son conscientemente ignorados:
  • Si el gobierno es responsable penal de la tragedia, la aseguradora del barco no pagará ni un céntimo.
  • El gobierno, de todas formas, está obligado a adelantar indemnizaciones. Estas indemnizaciones son automáticas ya nos caiga un meteorito o nos bombardee Francia.
  • Acuerdos internacionales vigentes en aquella época (y hoy) establecen que los dueños de los petroleros son siempre responsables objetivos de la contaminación que puedan ocasionar.
Como suele ocurrir, la prosaica realidad siempre estropea El Relato™. La aseguradora del Prestige, de forma preventiva, pone un primer dinero en un juzgado (Corcubión). Los abogados ingleses tienen experiencia con estos casos y saben que va a haber que pagar indemnizaciones.

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Brace yourselves...

Ah, pero esto es España. Un lugar en el que las tragedias no son algo que nos unan en el dolor compartido y nos hagan aprender y crecer sino algo con lo que ganar votos y vender periódicos (y exposiciones de fotos mediocres que reciben premios). El pueblo, indignado por la catástrofe, bombardeado por el sentimentalismo prefabricado y azuzado por canallas, quiere sangre. En fila india van al juzgado la plataforma independentista y antioccidental Nunca Máis, comunistas, asociaciones de sandías y demás homólogos con el propósito de juzgar al gobierno. Responsabilidades penales, colegas. Y con la excusa de las decisiones tomadas por el gobierno (básicamente de la decisión de alejar el barco, es decir, algo técnico, no político). A la acusación se unieron legítimamente docenas de individuos y empresas que se vieron objetivamente perjudicados por la catástrofe.
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En el momento de presentar las acusaciones, algún miembro del bufete de la aseguradora de los piratas descorchó champán en algún oscuro lupanar londinense. Si en el juzgado se presentara una demanda civil reclamando indemnizaciones al responsable objetivo (figura reconocida e identificada), la aseguradora litigaría hasta el extremo durante unos años pero finalmente tendría que pagar billete gordo de las Landas a Lisboa. No fue el caso. La concepción cainita de la política que tienen nuestras Fuerzas de Progreso™ apuntó a penalizar el caso, exigiendo cárcel para un Director General. Jeeves, otra botella.
Se puso el interés político de ver a un alto cargo de Fomento en la cárcel por encima del interés civil de cobrar indemnizaciones que estaban cantadas. Se precipitó la vía penal antes que la vía civil. ¿Agota esto la vía civil? No, pero ojo porque la demanda civil ya fue presentada por el Reino de España en Estados Unidos y la misma persona no puede denunciar a otra misma persona dos veces por lo mismo, lo que quiere decir que los afectados se quedan solos ante una demanda civil que costará millones y durará años. Nótese que estos afectados ya cobraron indemnizaciones del gobierno, así que su motivación para meterse en berenjenales es limitada.
Manuel Rivas como concepto
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Sin duda Manuel Rivas es una excelente persona, pero hablaré de él como concepto, personificando en su nombre una idea. Una idea garrafal. Una idea que nos habla de cómo el esencialismo llevado al extremo político siempre cae en contradicciones. Una idea que refleja un fin político ante el que nada, ni la ley ni las elecciones ni el bien común se pueden interponer en su camino. "Mi futuro imaginado es más real que la realidad". En definitiva, la excusa lacrimógena para ayudar a quienes son los malos de esta película: los piratas, quienes deberían estar arrastrándose y soltando hasta el último chavo. Ah, pero no. Vamos a poner nuestros intereses por delante caiga quien caiga. ¿La gente afectada tiene algo que decir? ¡Que les den por saco a esos afectados! Además, en las siguientes elecciones votaron de forma incorrecta. Serán ingratos. Con todas las tribunas y entrevistas realizadas, con todos los sueños de agarrar presupuesto público y no soltarlo. Serán desconsiderados. ¿Acaso no ven lo tedioso de soportar tantas horas de maquillaje para ser entrevistado por Terelu, Belén Esteban o Àngels Barceló? ¿Por qué diablos (laicos) no se ve colmada mi vanidad?
Por una variable, Manuel, que no entraba en tu ecuación.
El mundo rural como bastión infranqueable frente a las Fuerzas de Progreso™
La gente ha comido durante generaciones mucha más mierda de la que puedes inventarte en una entrevista con Terelu o en uno de tus libros sobre el estasis de posguerra (ya sabéis, amables lectores, la idea de que la posguerra dura siglos). Me resulta difícil explicar esto sin caer en ideas románticas, pero vaya por delante que esto que explico es aplicable a más sitios del planeta que al mundo rural gallego.

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Bardullas, aquí pones en valor la implementación de sinergias y se ríen de ti.

Orografía y posesión de la tierra nos hablan bolsas estancas, desconectadas de los avatares del mundo hasta época recentísima. En libros de economía política de los años 80 todavía se habla de autoabastecimiento en las aldeas. Es decir, no hablo aquí de nuestros bisabuelos, sino de nuestros padres. A partir de esa época, por diversas razones, dejan de nacer niños. Población joven expulsada por migraciones internas. Retornados de la emigración de provecta edad (hai que morrer onde un nace), etc. La desconexión con el mundo no resulta en pérdida neta, como nos quieren hacer pensar los salvadores de la patria, sino en ganar otro mundo. Un mundo inmediato, cercano, donde aspiraciones, deseos, amores y odios tienen lugar hasta donde alcanza la vista.
¿Ese Erasmus en Amsterdam —derecho fundamental— te ha llenado mucho? No lo dudo. Es bueno salir del terruño. Y de eso en las aldeas son catedráticos. Del mundo. El tipo de boina calada que se sienta silencioso al fondo de la iglesia contempla al nuevo párroco dominicano —ya no los hay de aquí, porque ser cura es facha— y rememora sus tiempos en Cuba, cuando Cuba era Cuba. Las olas rompiendo contra el malecón, las partidas de dominó en las tabernas del puerto (de donde se trajo un par de trucos que lo hacen imbatible en la taberna del pueblo). Las primeras minifaldas por la avenida Carlos III y aquellos coches de llantas cromadas brillantes. La cálida puesta de sol caribeña sólo comparable a la calidez del corazón de la cubana.
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Y con todo, el regreso a casa. Regresar a morir a la tierra de tus padres como objetivo vital. En la vieja Habana se estaba a gusto, pero no hay nada como el hogar. Los abuelos —cuando se era abuelo con 40 años— levantaron ese muro que cerca la finca y las piedras se quedaron tal cual, robustas, inamovibles. Ríete tú del reloj atómico cuando ahí detrás de esos tilos está el campanario de la parroquia. Y ahí arriba el sol, y de noche las estrellas. El progreso llegará y os redimirá de la esclavitud, gritan, como también gritaban otros otras cosas antes que ellos. Como las aves estacionales que llegan y van. Pero las piedras quedan, como los recuerdos y las certezas.
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Por eso, Manolos Rivas, jamás venceréis. Porque existen certezas que levantan muros, que mantienen a los bárbaros fuera. Aquí dentro está el mundo, un mundo grande, inmenso, lleno de estrellas. El universo puto. Allá fuera sólo hay monstruos.
Pero cuando quieras te pasas por el atrio de la iglesia y nos explicas cómo nos vas a salvar de nosotros mismos. Ven, anda. Que nos queremos reír.
Bill el carnicero es de Nunca Máis:


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