Como celoso servidor de los intereses de Estados Unidos, Polonia está desempeñando oficialmente, en su relación con Ucrania, el papel del turco de guardia. Al igual que Turquía, utilizada como trampolín para el envío de hombres y medios a los terroristas que operan en Siria, Polonia está prestando el mismo tipo de apoyo en el caso de Ucrania.
El primer ministro de Polonia, Donald Tusk, declaró el 22 de febrero de 2014 que su país ya estaba garantizando los cuidados necesarios a los opositores heridos en Kiev y que se había ordenado al ministerio del Interior polaco y a las fuerzas armadas que reforzaran esa ayuda poniendo varios hospitales a la disposición de esos elementos [1]. El ministro de Salud confirmó los contactos entre Varsovia y los rebeldes de Kiev para «organizar los cuidados [médicos] a los heridos ucranianos».
De lo anterior se desprende que Polonia extendió de hecho en cerca de 500 kilómetros dentro del territorio ucraniano la zona sobre la cual pretende ejercer su influencia, tanto a través de la acción clandestina como mediante la diplomacia. En Ucrania, los servicios de inteligencia de Polonia no se limitan a «ayudar a los heridos ucranianos» [de los grupos terroristas]. Razón de más para suponer que las regiones ucranianas fronterizas con Polonia –Lvov y Volyn– están más expuestas aún a la influencia de Varsovia. Casualmente o no, el hecho es que la región de Lvov ya trató de declararse independiente. Al igual que Varsovia –que lo hizo en el pasado y lo está haciendo actualmente–, Ankara ejerció su influencia dentro del territorio sirio en el momento más álgido de la crisis que sacude ese país árabe. No podemos olvidar que Turquía también ha albergado y prestado ayuda médica en su propio territorio a los combatientes (terroristas) heridos en Siria.
Para entender mejor cómo se ha aplicado el método de intervención de «dirección desde la retaguardia», es importante analizar aquí la similitud entre las relaciones que Polonia y Turquía mantienen con sus respectivos vecinos –Ucrania y Siria.
En primer lugar, la estrategia de «dirección desde la retaguardia» ha sido definida como «un apoyo militar de Estados Unidos, que se mantiene en la sombra y deja a otros los eslóganes y la propaganda». Es esa la estrategia adoptada para las guerras que se libran en teatros de operaciones donde, por diversas razones, Estados Unidos prefiere no implicarse abiertamente. Se basa esa estrategia en el uso de aliados, de «caciques» regionales a quienes se confía la misión de avanzar en la consecución de objetivos geopolíticos y geoestratégicos de Estados Unidos a través de un dispositivo de guerra asimétrica, mientras que Washington redespliega sus propias fuerzas en Asia, donde quiere llevar a cabo ante China una disuasión de tipo convencional.
En el escenario europeo, al igual que en el Medio Oriente, es Estados Unidos quien mueve los hilos. Polonia y Turquía son para Washington las mejores marionetas que podía soñar, dirigidas ambas contra sus respectivas vecinas: Ucrania y Siria. Los estadounidenses se encargan principalmente del entrenamiento de las bandas de «oposición» y de la labor de inteligencia. Por su parte, Polonia y Turquía hacen el trabajo que se les asigna aportando un respaldo directo al despliegue de esos grupos dentro del territorio de los países atacados.
En Ucrania, Estados Unidos ha estado infiltrando ONGs durante más de 10 años para penetrar la plaza, asignándoles –entre otras cosas– 5 000 millones de dólares para «ayudar el país a instaurar instituciones democráticas» [2]. En la campaña desatada contra Kiev, la NED (National Endowment for Democracy) [3] desempeñó un importante papel en hacer que la opinión pública ucraniana se tragara una reedición del engañoso video Kony 2012, utilizado como pretexto para reforzar la presencia militar de Estados Unidos en África central [4]. En el caso de Siria, los aterradores reportajes de «Danny» en la CNN fueron utilizados de la misma manera, en 2012, para desacreditar al régimen de Damasco [5].
Pero la similitud no termina ahí.
Tanto Polonia como Turquía son Estados situados en las fronteras de la OTAN. Polonia es presentada como «el más importante de todos los países fronterizos de la Alianza en términos de poderío económico, político y militar». Polonia y Turquía, comparadas con sus vecinos –Ucrania y Siria– presentan un importante interés geoestratégico y una aplastante superioridad en el plano demográfico. Ambos países padecen además de un complejo de inferioridad provocado por su gloria imperial perdida (en el caso de Polonia, pérdida de su unión con Lituania y, en el caso de Turquía, pérdida del imperio otomano). También comparten una larga frontera terrestre con los países que están en el colimador de «una transición democrática». Y tienen en común importantes lazos culturales y políticos con sus vecinos, vínculos heredados de los imperios desaparecidos, que se remontan a épocas lejanas, muy anteriores al inicio de sus crisis respectivas. Todo lo anterior confiere a Polonia y Turquía cartas de gran importancia para intervenir en el futuro campo de batalla, de manera oficial o no, y para realizar operaciones de inteligencia.
En Polonia y en Turquía existen también importantísimas instalaciones militares. La US Air Force dispone de una gran base aérea en Incirlik (sur de Turquía) donde también hay un importante radar del sistema de defensa antimisiles posicionado en el este. Por su parte, Polonia puso a disposición de Estados Unidos la base aérea de Lask y un puesto avanzado de la defensa antimisiles en el noreste de su territorio, cerca de Kaliningrado.
Cuando se observa el desarrollo de la campaña de los sublevados, que están cumpliendo en Ucrania una misión ya previamente establecida, salta a la vista una evidencia extremadamente inquietante: los metodos de los fascistas ucranianos se parecen cada vez más a los de los yihadistas que operan en Siria. Al igual que en Damasco, en 2011, donde francotiradores bien ubicados (posteriormente identificados como rebeldes) disparaban al azar contra la multitud, una lluvia de balas se abatió sobre los civiles en Kiev, donde incluso un reportero de la televisión rusa Russia Today se vio bajo fuego.
El reclamo de independencia de Lvov puede compararse con la declaración de autonomía de los kurdos del norte de Siria. En ambos casos se trata de regiones colindantes con el Estado que se inmiscuye en los asuntos internos de su vecino, por cuenta del amo estadounidense.
Aparece también el mismo paralelismo en la toma de control –por los rebeldes ucranianos y sirios– de los puestos fronterizos que les garantizan el contacto con el Estado que los respalda. Para Ankara y Varsovia, esas acciones tienen el evidente mérito de facilitar el envío de armas, hombres y medios a los terroristas cuyo surgimiento han estimulado. Y cuando los sublevados ya no logran mantener el control de las zonas fronterizas, recurren al saqueo de las instalaciones de las fuerzas gubernamentales de las que han logrado apoderarse y roban armas, ya sea arrebatándoselas a los miembros de las fuerzas del orden que logran capturar o asaltando edificio oficiales [6]. En el caso de Siria, los yihadistas acostumbran a secuestrar gente que utilizan como rehenes y a perpetrar ejecuciones sumarias. Sus émulos ucranianos van por el mismo camino, como lo demuestra la captura de 60 policías en Kiev.
Los ejemplos mencionados demuestran claramente que las operaciones de desestabilización emprendidas en Ucrania y Siria siguen un plan bien establecido. Estados Unidos está al mando de las operaciones y aplica su estrategia de «dirección desde la retaguardia». Manipula para ello a Estados traumatizados por el derrumbe de los imperios de los que algún día formaron parte. Apunta hacia territorios de gran importancia para los intereses de Estados Unidos, situados allí donde Washington prefiere no intervenir directamente, mantener en secreto su propio papel y poder negar fácilmente su propia implicación.
Existe también otra práctica que se extiende cada vez más: la utilización de grupos extremistas regionales fanatizados para orquestar a través de ellos un trabajo de desestabilización a largo plazo. En el Medio Oriente se recurre a los islamistas radicales para organizar y exportar el caos. En Ucrania, el equivalente local de los wahabitas a los que se recluta para la realización de ciertas operaciones parecen ser –cada vez más frecuentemente– los grupos de extrema derecha, léase nazis. Ucrania puede perfectamente convertirse en campo de entrenamiento para otros grupos de la extrema derecha europea. Es de temer además que los grupos de facciosos que actualmente operan en Ucrania decidan vender su experiencia al mejor postor en los demás Estados europeos.
Así como Turquía amamantó a los extremistas islámicos mediante el apoyo de Ankara a los grupos que luchan en Siria, Polonia flirtea hoy muy peligrosamente con la extrema derecha nacionalista ucraniana, como lo demuestran sus declaraciones de apoyo a los grupos que recurren a la violencia y su reciente decisión de evacuar y ayudar a los heridos de los sublevados, sin entrar a mencionar por el momento las demás formas de respaldo que se han mantenido en secreto y cuya importancia aún se desconoce.
Los extremistas islamistas se han salido del control de quienes antes los manejaban, convirtiéndose ahora en un peligro para todo el Medio Oriente. De la misma manera, los grupos nacionalistas de extrema derecha pueden acabar haciéndose incontrolables en Ucrania y poniendo en peligro toda la Unión Europea.
Cuando se establece la comparación entre Polonia y Turquía y entre Ucrania y Siria, no queda más remedio que reconocer que el concepto de «primavera árabe» se ha extendido ahora, mucho más profundamente de lo que parece, al panorama europeo.
Fuente: Voltairenet
Revista Política
Polonia juega un papel principal en el plan de desestabilización de la OTAN en Ucrania
Publicado el 01 marzo 2014 por Ruben Lara @laproximaguerraSus últimos artículos
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