Revista Cultura y Ocio

Poner el foco en lo realmente escandaloso

Publicado el 07 mayo 2020 por Benjamín Recacha García @brecacha
Poner el foco en lo realmente escandalosoViñeta de Ferran Martín que refleja la realidad de las residencias geriátricas

A finales de marzo, el vicegobernador de Texas, un tal Dan Patrick, pedía a las personas mayores poco menos que se sacrificaran por su país para que la economía no se resintiera a causa de la pandemia de Covid-19. Anteponía el curso normal de la actividad económica a las medidas de prevención contra la enfermedad. Él mismo, de 70 años de edad, se mostraba dispuesto a morir si ello ayudaba a evitar el colapso de la economía estadounidense.

Por las mismas fechas, llamaba la atención la frialdad con la que destacados responsables médicos de Países Bajos y Flandes justificaban la no atención médica a las personas mayores contagiadas por el coronavirus para no saturar los hospitales. «Ellos [los hospitales italianos] admiten a personas que nosotros no incluiríamos porque son demasiado viejas», declaraba el jefe de epidemiología clínica del Centro Médico de la Universidad de Leiden, un tal Frits Rosendaal.

Escandaloso, ¿verdad? Por un lado, la economía antes que las personas, y además las más vulnerables. Por el otro, sacrificar a los más débiles, los ancianos, en pos de la eficiencia del sistema hospitalario. Qué manera tan fría, tan desprovista de humanidad, de tratar a quienes nos han dado la vida. Estaremos de acuerdo en que es inadmisible, que en la cultura mediterránea cuidamos a nuestros mayores de la forma más digna posible. Y, ciertamente, así es en muchas familias.

Pero la realidad es tozuda, y demuestra que quizás en España no estamos autorizados para dar lecciones éticas a nadie. En pose no hay quien nos gane, eso seguro; ni en cinismo. Esta tarde rtve.es ha publicado un informe sobre la incidencia del Covid-19 en los centros geriátricos, con datos espeluznantes. El que debería ser causa de emergencia de todos los colores, y, sin embargo, escandaliza incomparablemente menos que ver a familias paseando o a runners exhibiendo sus michelines vestidos de fosforito: 17.452 fallecidos.

Sí, 17.452 personas confinadas en residencias han muerto oficialmente a causa del Covid-19. Digo oficialmente porque resulta que sólo se contabilizan entre las víctimas de la pandemia aquellas personas diagnosticadas en vida. Los famosos tests no se les hacen después de muertas. Así que con toda probabilidad ese número terrible es aún mayor. Además, son datos facilitados por las comunidades autónomas al Ministerio de Sanidad, que los redactores del informe se han encargado de cotejar con los obtenidos por otras fuentes, y que, aun siendo oficiales, arrojan curiosidades tan surrealistas como que en Castilla León han muerto más personas en residencias (2.449) que en toda la región (1.847). Un descuadre de 600 fallecidos.

Las muertes oficiales por Covid-19 en toda España ascendían este miércoles, 6 de mayo, a 25.857; de manera que las registradas en centros geriátricos suponen el 67,4% del total. Supongo que los pobres abuelos no respetaron la distancia social. Malditas familias de paseo, malditos runners vestidos de fosforito, en su conciencia pesará la muerte de esas más de 17.000 personas.

O no. Obviamente, no. Porque la relación entre el inicio del desconfinamiento y la masacre que están sufriendo los ancianos hacinados en residencias es nula. Claro que puedo estar equivocado, porque yo no tengo ni puñetera idea de nada, cada vez menos.

Ahora bien, no puedo evitar poner de manifiesto mi estupefacción por la poca trascendencia que está teniendo en la opinión pública la salvajada de las residencias si lo comparamos con la gran alarma social que genera el supuesto poco respeto por las medidas de restricción de la movilidad derivadas del estado de alarma.

En realidad no me sorprende demasiado. Sí me parece insultante que gente en apariencia inteligente se escandalice por ver a personas paseando sin mascarilla o sin guantes porque serán los responsables del inevitable repunte. Imagino que les preocupa que acabe muriendo toda la población confinada en los geriátricos. Seguro que es eso.

Yo todavía no me he puesto una mascarilla, ni mucho menos los guantes. No lo digo con chulería ni es ningún tipo de rebeldía. Si hubiera necesitado ponérmelos, desde luego que lo habría hecho, pero la cuestión es que en los últimos dos meses la única persona con la que he estado a menos de dos metros es mi hijo. La mascarilla no sirve para nada si sales a pasear o a hacer deporte. Esa es otra, hacer deporte con mascarilla… Se me ocurren pocas bobadas más absurdas. El riesgo de un sofocón por falta de aire no debe ser menor… ¿Y entrar al súper con guantes? Se ve que es de las cosas más antihigiénicas que uno puede hacer si se pretende superar una pandemia. No lo digo yo, que ya he advertido que no tengo ni idea de nada, sino el portavoz de la Sociedad Española de Microbiología y Enfermedades Infecciosas, y jefe del Servicio de Enfermedades Infecciosas del Hospital Vall d’Hebron de Barcelona, Benito Almirante. «Desde el punto de vista científico, no hay nada que avale el uso de guantes fuera del entorno sanitario. No hay que utilizarlos», asegura. Y digo yo que el hombre sabrá algo del asunto, aunque menos que el tribunal de Twitter, eso está claro.

Diría muchas cosas sobre lo que veo en Twitter, la única fuente de información que consulto con cierta regularidad, pero creo que prefiero cortarme porque es una batalla perdida. No sigo los debates parlamentarios, y me resulta cada vez más incomprensible que la gente deposite esperanzas en “soluciones” provenientes de la “política”. Bueno, debo aclarar que en mi opinión lo que sucede en las instituciones no es política, sino politiqueo, un circo para mantener entretenidas, controladas y permanentemente alarmadas a las masas. Me produce un asco indescriptible cómo durante estas semanas la ultraderecha ha estado utilizando a los muertos como arma arrojadiza, pero no me sorprende porque es lo que ha hecho siempre. Y me afecta cada vez menos cómo la “izquierda” cae de lleno en el fango, sin más recursos que los estéticos para mantener la fidelidad de sus seguidores. Que “revolucionarios” de Twitter apoyen las continuas prórrogas de un estado de alarma que da carta blanca al estado policial sería decepcionante si realmente tuviera una mínima esperanza en algún tipo de revolución. Involución, eso es lo que estamos viviendo.

Ya ni siquiera me produce pesimismo. Hasta hace un par de años, probablemente yo también me habría agarrado a cualquier atisbo (una tuitera a la que me gusta leer escribía sobre lo bonitos que son los atisbos, y estoy de acuerdo, porque son los que alimentan la esperanza, la emoción de lo que vendrá), a cualquier atisbo de medida social por parte del gobierno para justificar que Podemos pinta algo ahí y que se sigue pareciendo, aunque sea remotamente, a lo que muchos soñábamos que fuera. Les debo agradecer que me abrieran definitivamente los ojos a la imposibilidad absoluta de cambiar nada desde dentro del sistema.

La crisis del Covid-19 la vamos a pagar los mismos de siempre, y, como siempre, lo vamos a hacer sin abrir la boca. Más que nunca, porque una de esas cosas que diría de lo que veo en Twitter es la increíble docilidad con la que hemos entregado nuestra responsabilidad individual, esa necesidad patológica de ser tutelados. «Son de izquierdas, así que si dicen que hay que hacer esto es porque saben lo que nos conviene, porque la izquierda siempre pone a las personas por delante de la economía». ¿En serio? ¿De verdad hay quien se crea ese discurso? No voy a tratar de rebatirlo. Gestionar una situación como la actual es muy complicado. Con otro gobierno, probablemente habría sido parecido, y entonces estoy seguro de que quienes hoy apoyan cada medida, estarían arrojando fuego por la boca. Y sería lo normal, porque lo inadmisible, desde mi punto de vista, es gestionar una crisis sanitaria con medidas punitivas. «Si no te portas bien, castigado. Y aunque te portes bien, si a mí me apetece, castigado».

Irresponsables, egoístas, insolidarios y gilipollas los va a haber con o sin estado de alarma. Tratar a todo el mundo igual, sin atender a las particularidades de cada persona, es muy injusto. El confinamiento es injusto desde el primer día. No imagináis cómo me repatean las caritas sonrientes y los mensajes de ánimo de los privilegiados “encerrados” en sus mansiones con jardín, cuando hay familias encerradas en zulos. ¿Cómo voy a censurar que se salten las normas?

Y no se trata de que cada uno haga lo que le dé la gana, sino de ser un poco más imaginativos, confiar un poco más en la responsabilidad individual (que no tiene nada que ver con «no voy a hacer tal cosa por miedo a la multa»), y, sobre todo, escandalizarse más por lo que es grave de verdad, como los 17.452 ancianos fallecidos en residencias.

Sólo voy a recordar una cosa más: ¿quién gobernaba cuando se reformó el artículo 135 de la Constitución? ¿Alguien se acuerda de aquello? Sí, gobernaba la “izquierda”. ¿Y qué pasó después? Pues que arrasó el PP. Ahora la ultraderecha se comporta de la misma manera mezquina que lo ha hecho siempre. No es nada nuevo, ni nada que sus votantes tradicionales penalicen. Tampoco la “izquierda” está haciendo nada muy diferente de lo que hizo entonces para afrontar la crisis económica: utilizar las mismas herramientas que usaría la derecha. Y ya sabemos cómo reaccionan los votantes cuando tienen que elegir entre el sucedáneo y el original, por muy mezquino que éste sea.

Para las víctimas del sistema, que gobiernen unos u otros resulta bastante indiferente. Para las víctimas de quienes negocian con la vida y se hacen de oro especulando con ella, como hacen los dueños de las residencias privadas regadas con dinero público, tampoco hay diferencia.


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