¿Cómo le digo a mi hijo que no? ¿Cómo hacer que haga los deberes antes de jugar? ¿Qué puedo hacer para que me obedezca? ¿Cómo consigo controlar las rabietas de mi hijo?…
Actualmente nos encontramos con muchos padres, profesores, educadores… que se encuentran con preguntas cómo estás y que no encuentran la solución. Por ello, en el siguiente blog vamos a hablar de los LÍMITES. Todos los niños necesitan límites pues, aunque en un primer momento no los encajan bien, cuando no los tienen se sienten perdidos y sin saber muy bien qué es lo que deben o no deben hacer.
Los límites son pautas que se dan para enseñar hasta dónde se puede llegar con ciertas actitudes o lo que se espera del otro que haga. Aunque se aprenden de niños, también son necesarios aprender a ponerlos cuando somos adultos en el trabajo, en la pareja… con el objetivo de defender nuestros propios derechos. Además de para aprender, los límites contribuyen a mejorar la relación familiar.
Mediante las normas expresamos los límites que queremos poner y es cada familia la que ha de establecer dichas normas en función de las características de su familia, es decir, lo que en una casa funciona, en otra puede no servir, y por ello cada familia ha de decidir sus propios límites.
¿Para qué sirven?
- Proporcionan seguridad y autoconfianza.
- Enseñan qué conductas son adecuadas y cuáles no.
- Facilitan el aprendizaje de normas para el futuro.
- Se aprenden a establecer relaciones interpersonales sanas.
- Se aprende a renunciar a los deseos, pues no todo llega en el momento que se quiere.
- Se aumenta la tolerancia a la frustración.
Antes de ponerlos
- Estar seguros de que el niño tiene que hacer lo que le pedimos. Pues a veces pedimos tantas cosas que no todas son importantes y necesarias. Cuando esto ocurre los niños suelen tener la sensación de que no son capaces de hacer todo lo que se les pide y la frustración es mayor.
- Pensar antes qué vamos a hacer si no obedece. Si tenemos pensadas las consecuencias será más probable que las medidas sean más adecuadas y proporcionadas.
¿Cómo ponerlos?
- Una sola instrucción (corta y clara).
- Explicarlos bien y para para asegurarse que lo ha entendido.
- Llegan mejor y aumentan la motivación por cumplirlos. Por ejemplo, en vez de “no grites”, podemos pedir que hablen más bajo.
- Firmes y consistentes. Los límites que se ponen no se cambian, pues si no lo único que se genera es más confusión. Además, tampoco es bueno negociarlos ni justificarnos de ponerlos.
- Siempre que se cumplan, mostrar interés y alegría para que vean que merece la pena y que notamos que lo han hecho bien.
- Tiene que haber coherencia entre los gestos y la orden. Por ejemplo, no podemos reírnos si estamos castigando a un niño, pues se sentirá confuso y no le servirá de aprendizaje.
¿Cuándo no funcionan?
- Cuando no están claros.
- Cuando mandamos mensajes contradictorios.
- Ante la inexistencia de consecuencias negativas ni refuerzos positivos.
- Cuando se pide algo que el modelo no hace.
- Cuando se emplea el chantaje emocional.
- Cuando se expresa en forma de amenazas.
Caballo, V. y Simón, M. (2001). Manual de Psicología clínica infantil y del adolescente. Trastornos Generales. Madrid: Pirámide.