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Póquer de damas y doble farol – Un rey para cuatro reinas (The king and four queens, Raoul Walsh, 1956)

Publicado el 04 noviembre 2015 por 39escalones

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Por su elegante vestimenta, sus refinados modales, su actitud socarrona y aprovechada, su aspecto de tipo con pasado que huye de sus fantasmas deambulando con ligereza por el día a día, el aventurero Dan Kehoe que Clark Gable interpreta en Un rey para cuatro reinas (The king and four queens, 1956) bien podría ser una continuación de su inmortal personaje de Rhett Butler, una hipotética lectura de ese galán venido a menos, alejado del amor de su vida, huido de noche de su querido viejo Sur, arruinado y a la búsqueda de nuevos horizontes de los que obtener un beneficio con el menor coste posible. Así, cuando al llegar a un pueblo Kehoe tiene noticia de un rancho cercano en el que se dice que una viuda y sus cuatro nueras ocultan el botín de un banco atracado por los maridos de éstas, de los cuales sólo uno sobrevivió a la persecución sin que se sepa cuál de ellos ni cuándo puede regresar en busca del dinero, Kehoe no se lo piensa dos veces y se arriesga a introducirse entre cinco mujeres armadas y peligrosas, que mantienen a toda la comarca alejada del contorno de sus tierras a golpe de rifle, en busca de un tesoro de oro robado y, de paso, de aquellos otros tesoros que la presencia femenina pueda proporcionarle. Precisamente Kehoe cuenta con ello, con su magnetismo personal y la soledad de cuatro mujeres jóvenes sitiadas en medio de la nada, como herramientas con las que sonsacar información, despertar nuevos intereses y ambiciones, maniobrar, manipular y conseguir sus objetivos, que pueden ser variables en cuanto a las mujeres, pero constantes en lo que se refiere al dinero.

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Raoul Walsh es un maestro del ritmo cinematográfico, y en esta película de 1956 lo demuestra una vez más concentrando una buena historia llena de matices en apenas 83 minutos de metraje: concisión y efectividad en el retrato instantáneo de los personajes y de sus intereses, fijación inmediata de aquellos escenarios geográficos importantes dentro de lo que va a ser el desarrollo de la trama, perfectamente ensamblada combinación de las escasas secuencias de acción o incluso de breves paréntesis musicales concebidos como retratos de grupo con el predominio de las escenas que marcan duelos dialécticos entre Kehoe y sus distintas partenaires, una música que puntúa adecuadamente los saltos de tono en la narración y una colorista fotografía De Luxe procesada en CinemaScope que resulta a un tiempo grandiosa e intimista, en la mejor tradición del western… La base del guión, no obstante, es dramática, las relaciones entre Kehoe y las cinco mujeres, cuatro de ellas viudas (aunque no se sabe quiénes son tres de ellas).

Estas relaciones se construyen como un pentágono con Gable situado en el centro, en un principio equidistante, y sus compañeras de reparto representan a su vez cinco perfiles distintos de mujer, contradictorios y complementarios, retratados con tanta devoción como aproximación crítica, en ocasiones incluso divertidamente perpleja al examinar sus comportamientos y reacciones. Ma (espléndida Jo Van Fleet) ejerce, tal como alude su nombre, de matriarca: ejerce un férreo control (también moral) sobre las actividades de sus nueras, y también de sus maniobras de aproximación -y de seducción- sobre Kehoe, al que tolera pero no soporta, por más que ni siquiera a su edad, en su viudez y con su carácter dominante pueda verse completamente libre de la influencia del flirteo y del encanto canalla del aventurero; Sabina (eficiente, como acostumbra, Eleanor Parker), es metódica, racional y un tanto fría, educada, conocedora del mundo, aficionada a emplear la ironía y no mucho a mostrar sus atractivos explícitamente (ella misma revela un estado personal que prepara -al menos en términos de la moral de Hollywood- el futuro romance: apenas estuvo casada dos días antes de que su marido partiera al atraco y, presumiblemente muriera en él); Ruby (Jean Willes) es una vampiresa, una morena peligrosa que ofrece sus encantos sin el menor recato y que busca desde el principio más al hombre que al dinero, aunque no piensa pasar sin ninguno de los dos; Birdie (Barbara Nichols), antigua cabaretera (y posiblemente algo más), actúa de rubia ingenua cuya lengua procesa más rápidamente que su cerebro, y que echa de menos el ambiente de música, baile y diversión que frecuentaba en su soltería; por último, Oralie (Sara Shane), tal vez es la que más encaja en la visión de la mujer como sujeto pasivo típica del western, la que pasa más desapercibida, aunque se asemeja a ese estanque de aguas plácidas bajo cuya superficie se desata alguna clase de tormenta geológica.

En esta mezcla de agudezas y erotismos, de picarescas y picardías, sobresale la importancia de unos diálogos que reflejan los diversos juegos del gato y el ratón establecidos a varias bandas, siempre con la ambición y el amor, predominantemente físico, como motor de la trama, con un Gable, algo avejentado ya pese a su todavía relativa juventud, que derrocha carisma (y pica en todas las flores, como el Jorge Sanz de la oscarizada cinta de Fernando Trueba), y un plantel femenino tan despiadado, aunque con otras armas, como pueda resultarlo la banda formada por sus maridos ausentes. La ambición de fortuna y amor que mueve a todos los involucrados tiene no obstante una leve mancha en una explicación final del personaje de Sabina que busca en especial contentar a la autocensura de Hollywood, impidiendo que una viudez demasiado frívola o incluso un adulterio semidesconocido cuya posibilidad no se tenga en cuenta pueda imponerse como feliz conclusión en una película cuyas truculencias subterráneas son sutilmente apartadas con ligereza para mostrar un humor y un amor blanco en la línea del western clásico.

En todo caso, constituye un agradable e inteligente entretenimiento que no carece de interés, suspense, acción, romance, música y comedia, y que a los mandos de un cineasta de la talla de Raoul Walsh alcanza un nivel de conjunto que supera por mucho la serie B a la que con toda probabilidad habría estado abocado con otro ojo tras la cámara.


Póquer de damas y doble farol – Un rey para cuatro reinas (The king and four queens, Raoul Walsh, 1956)

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