Revista Opinión

Por el mar Adriático

Publicado el 03 abril 2014 por María Pilar @pilarmore
Por el mar Adriático
Conduzco el coche siguiendo la sinuosa carretera de costa que desciende al mar. El sol de poniente me obliga a entrecerrar los ojos para  poder ver bien las curvas encadenadas al borde del acantilado coronado por las crestas rocosas. Abajo, el mar se extende entre islas con una quietud de espejo que engrandece la belleza del lugar.Tras la parada en Dubrovnik, donde se palpan las ganas de una nueva generación por pasar página de la guerra y dedicarse a vivir con libertad la independencia recién estrenada, el crucero se desliza tranquilo abriendo una vía por las serenas aguas del Adriático que ocultan su profundidad y reflejan los acantilados  a juego con el turquesa de sus aguas. El barco sortea con dominio los islotes y deja atrás la Perla del Adriático con su imponente muralla y sus tejados rojos que delatan su reciente reconstrucción.El perfil de la isla se va acercando con total precisión. Es una entre las muchas que sestean a esa hora bajo la vertical del sol; la convierte en especial el ser la elegida para hacer aquella parada. Nos recibe con una brisa fresca que nos hace sentir muy bien y respiramos a pleno pulmón ese olor fresco a mar y naturaleza. Crujen las hojas secas ante nuestros pasos por el estrecho camino que sube entre pinos y llega a una iglesia envejecida y abandonada, testigo de que en un pasado la isla estuvo habitada. Tal vez su torre fue un día faro para indicar a los pequeños barcos el camino de vuelta. El canto chillón y monocorde de multitud de cigarras rasgaría el aire en su honor. Una desdibujada vereda nos baja a una pequeña concavidad excavada en la base del acantilado lo que facilita el encuentro con esas aguas profundas y tranquilas de sabor salado. Con los rojizos del crepúsculo nos abrazamos en ese mar transparente y nos entregamos sin prisas al disfrute que semejante paraíso nos está ofertando. Una inmensa  luna con actitud displicente surge del pinar y haciendo caso omiso de nuestra presencia  se entretiene contemplando su propia belleza en las aguas cristalinas. Mientras, el mar nos mece aplaudiendo al chocar suavemente contra el acantilado.Por el mar Adriático

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