El viaje ha empezado ayer por la tarde/noche.
La niña se ha hecho la maleta y al comprobar que en esta ocasión el Sherpa “Consorte” no iría, ha empezado a considerar innecesarias un montón de cosas así que ha tenido que cambiar de maleta porque se le había quedado grande. Al decirle el niño que “bajo ningún concepto” iba a cargar con sus cosas, he temido que terminara con una bolsa de supermercado por todo equipaje. Al final una maleta compacta y una bolsa de viaje bastante razonable han sido todo. Claro, es que cuando es uno quién lo tiene que cargar…
El niño por el contrario ha decidido que quiere cortarse el pelo, porque el sombrero cubano que se va a poner, no le queda nada bien con la mata de pelo que tiene. Así que me pide que lo rape con la maquinilla.
Yo odio raparle el pelo. Primero, porque luego a la semana no está mal, pero de entrada está horroroso y segundo porque me recuerda su época adolescente y me da repelús. Así que me niego en redondo a raparlo y le recrimino que no haya ido a cortarse el pelo antes, pero “claro madre, entre la Eurocopa, el festejar que estoy de vacaciones, festejar la Eurocopa, jugar al diablo, pues no he tenido tiempo”. Menos mal que no me ha dicho “entre salvar al mundo y salvar la galaxia pues que no he sacado un rato”.
El caso es que como ve que la rapada no va a colar me dice que bueno, que por lo menos se lo recorte un poco, pero que ¡“cuidadito con lo que vas a hacer, no me vayas a dejar mal”! le digo que se vaya a la peluquería y me deje en paz, que encima que no le cobro nada, exige.
Pero claro a las nueve de la tarde la cosa ya está bastante ajustada y “da pereza” salir, mejor mamá.
Le digo que se moje bien el pelo y que venga fuera, al jardín.
Al rato lo veo que viene con la cabeza empapada, la toalla y un pequeño espejito en la mano. Me mira y me dice:
-Es para estar seguro de que no me vas a hacer ninguna escabechina.
Me armo de paciencia y me dispongo a recortarle el pelo, siguiendo el mismo corte que tiene. Pero claro, yo no soy un peluquero normal, yo soy alguien que tiene un gendarme con un espejo “un poco más de allí, no, por aquí no. Por aquí ya vale. Cuidado con el flequillo. Cuidado con la patilla, mira a ver no me dejes eso torcido”…
Y de verdad lo juro que lo hice sin querer, pero en un momento cuando le estaba cortando alrededor de la oreja siento: “clac” y pienso ¡COÑO! Le he cortado la oreja.
Se levanta como una exhalación y pega un aullido estremecedor y le pega una patada a una maceta pequeña de margaritas que estaba en el suelo, tipo el penalti de Sergio Ramos en el Madrid y yo empiezo a ver la maceta volar hacia el jardín de los vecinos de atrás, mientras él sigue aullando ¡¡“Me has cortado la oreja, me has cortado la oreja”!! “Me has dejado como Van Gogh” y yo pensando: “Que más quisiéramos que tener un Van Gogh en la familia…”
Sale el consorte a ver qué ha pasado y nada ha sido un picotazo de nada, más ó menos, lo cura y lo llama llorica. Dice que no se corta más el pelo. Pero claro está a medias, así que tiene que hacer de tripas corazón y dejarse terminar de cortar. Por fin ha dejado el espejito y ahora se tapa las orejas con las manos. Al final ha quedado muy bien y a pesar del incidente, el cliente ha quedado satisfecho. Sobre todo por el precio.
Hoy, después de un caos familiar matutino. De revisar cuatro veces a ver si no se olvidaba nada, de preparar bocadillos para el viaje, rellenar la nevera para el coche de latas de refrescos y agua, de meter en un estuche millones de cables, cargadores, artilugios electrónicos, por fin los niños han emprendido viaje de vacaciones.
El consorte se ha despedido de ellos esta mañana antes de irse a trabajar y todavía le queda llamarlos unas treinta veces durante el camino, hasta que la novia del Niño cumpla la orden tajante de apagar el móvil.
Queda el de la Niña, pero ya no ejerce la misma influencia, básicamente porque la Niña, como es ya sabido, se monta en el coche y cae en coma así que no oye en teléfono y claro, los otros ni se les ocurre contestar cuando ven “papá” en la pantalla. Y al de la novia no se atreve así que…
Lo mío más que una despedida han sido una serie de empujones y de “¡Por Dios iros ya, de una puñetera vez!”, pero se han resistido bastante.
El niño dice que le duele la oreja y yo no le he hecho ni caso.
He salido a la calle a verlos partir, más que nada para estar segura de que se iban. He entrado en casa dispuesta a tomarme el café relax que no me ha sido posible esta mañana.
Al rato he oído un coche. “Son ellos” me he dicho y efectivamente eran ellos. Han regresado porque a pesar de que ayer les dije unas diez veces que cogieran las tarjetas sanitarias por si les ocurría algo, ellos las diez veces contestaron “ahora voy” que en mi casa y creo que en muchas otras, es sinónimo de “nunca”, así que entró la niña como Fernando Alonso y cogió las tarjetas.
Ya ni beso ni nada, solo un “adiós” desde la puerta de fuera. Me vuelvo a empezar a relajar… mi cafecito, voy a salir al jardín a ver si encuentro la maceta de margaritas y vuelvo a oírlos.
“No me lo puedo creer”, me digo. A ver qué leches se les ha olvidado ahora. En esta ocasión es el Niño a trote continuo escaleras abajo, escaleras arriba y un lejano “adioooos”.
En ese momento he decidido que lo mejor era que me fuera yo, porque al final me veía llevándoles algo “super importante” como algún cargador de móvil a alguna gasolinera cercana.
En cuanto caiga la tarde los mojitos de mi querida amiga bloguera de http://patchworkdeideas.blogspot.com.es/
van a ser probados y degustados porque ¡¡¡¡¡ESTAMOS POR FIN SOLOS!!!!!