Creo en la independencia como actitud, como forma de vida, porque es signo de libertad. Un pueblo es independiente cuando decide por sí mismo, sin servilismos ni manipulaciones (más o menos burdas, más o menos teledirigidas). Independencia sí, como opción personal y también colectiva.
Como en una montaña rusa, y volviendo a los parques temáticos como bote salvavidas tras el hundimiento, no creo, nunca, en una independencia que vuelve al modelo productivo que nos ha abandonado a nuestra (mala) suerte tras arrancar de cuajo lo sembrado hasta ahora, basado en la especulación, el pelotazo, los castillos de cartón piedra en el aire. Ser independiente con una clase dirigente política y financiera soberbia que se mantiene esclava de rentabilidades electorales a corto plazo y de privilegios que toman como derechos adquiridos, nos hará todavía más esclavos y manipulables.
Creo, eso sí, en el desarrollo de una economía productiva, y también social, en la educación, en que se garantice a los ciudadanos que estarán saludables y, cuando les falte la salud, en que los mejores especialistas les atenderán con mimo y últimas tecnologías. Esto hará que tengan un pulso firme y superen las actuales arritmias. Creo en la I+D+i (investigación, desarrollo, innovación), en las energías renovables, en el comercio justo para los productos agrícolas patrios y foráneos. Y esto, y mucho más, es lo que todavía queda por hacer. Cuando todo esto sea una realidad más o menos palpable, seremos realmente libres y podremos decidir si también queremos ser independientes. No será necesario salir a la calle para exigir una independencia política. Simplemente la tomaremos porque ya es nuestra y no nos la ha de dar nada ni nadie.