Mira aquel librero ricachón que cerca de tu casa tienes. Llégate a él y dile:
-¿Por qué no emprende usted alguna obra de importancia? ¿Por qué no paga bien a los literatos para que le vendan sus manuscritos?
-¡Ay, señor! -te responderá-. Ni hay literatos, ni manuscritos, ni quien los lea: no nos traen sino folletinos y novelicas de ciento al cuarto: luego tienen una vanidad, y se dejan pedir… No, señor, no.
-Pero, ¿no se vende?
-¿Vender? Ni un libro: ni regalados los quiere nadie; llena tengo la casa… ¡Si fueran billetes para la ópera o los toros…!
¿Ves pasar aquel autor escuálido de todos conocidos? Dicen que es hombre de mérito. Anda y pregúntale:
-¿Cuándo da usted a luz alguna cosita? Vamos…
-¡Calle usted por Dios! -te responderá furioso como si blasfemases-; primero lo quemaría. No hay dos libreros hombres de bien. ¡Usureros! [...]
No, señor, no. Si es en el teatro, cincuenta duros me dieron por una comedia que me costó dos años de trabajo, y que la empresa le produjo doscientos mil reales en menos tiempo; y creyeron hacerme mucho favor. [...]
¿Conoces a aquel señorito que gasta su caudal en tiros y carruajes, que lo mismo baila una mazurca en un sarao con su pantalón colán y su clac, hoy en traje diplomático, mañana en polainas y con chambergo, y al otro arrastrando sabe, o en breve chupetín, calzón y faja? Mil reales gasta al día, dos mil logra de renta; ni un solo libro tiene, ni lo compra, ni lo quiere. Pues publica tú algún folleto, alguna comedia… Prevalido de ser quien es, tendrá el descaro de enviarte un gran lacayo aforrado en la magnífica librea, y te pedirá prestado para leerlo, a ti, autor que de eso vives, un ejemplar que cuesta una peseta. Ni con eso se contenta: daralo a leer a todos sus amigos y conocidos, y por aquel ejemplar leeralo toda la corte, ni más ni menos que antes de descubrirse la imprenta, y gracias si no te pide para regalar. Pregúntale:
-¿Por qué no se suscribe a los periódicos? ¿Por qué no compra libros, ni fiados siquiera?
-¿Qué quiere ustede que haga? -te replicará-, ¿qué tengo de comprar? Aquí nadie sabe escribir; nada se escribe: todo eso es porquería.
Como si de coro supiera cuántos libros buenos corren impresos.
Por allá cruza un periodista… Llámale, grítale:
¡Don Fulano! Ese periódico, hombre, mire usted que todos hablan de él de una manera…
-¿Qué quiere usted? -te interrumpe-; un redactor o dos tengo buenos, que no es del caso nombrar a usted ahora; pero los pago poco, y así no es extraño que no hagan todo lo que saben: a otro le doy casa, otro me escribe por la comida…
¡Hombre! ¡Calle usted!
-Sí, señor; oiga usted, y me dará la razón. En otro tiempo convoqué cuatro sabios, diles buenos sueldos; redactaban un periódico lleno de ciencia y de utilidad, el cual no pudo sostenerse medio año; ni un cristiano se suscribió; nadie le leía; puedo decir que fue un secreto que todo el mundo me guardó. Pues ahora con eso que usted ve estoy mejor que quiero, y sin costarme tanto. Todavía le diría a usted más… Pero… Desengáñese usted, aquí no se lee.
-Nada tengo que replicar -le contestaría yo-, sino que hace usted lo que debe, y llévese el diablo las ciencias y la cultura.
(Mariano José de Larra, extracto de “Carta a Andrés desde las Batuecas”, publicada en El pobrecito hablador el 11 de septiembre de 1837)