“¿Por qué…?”
“Hola, me llamo Benjamín, tengo 39 años y soy padre de un niño de cuatro”. “Hola, Benjamín. Bienvenido”. Imaginad la escena. Yo, de pie, en una sala poco iluminada, acompañado por otros padres y madres sentados en círculo que buscan la ayuda del PDxFPA (Padres Derrotados por la Fase del Porqué Anónimos) tras haberse quedado sin respuestas que dar a sus retoños ávidos de conocimiento.
Efectivamente, Albert está en la fase del “porqué”. Afortunadamente, creo que lo peor ya ha pasado (menudo veranito…), pero también puede ser que, como ha empezado el cole, ya no estamos todo el día juntos y a mi pobre cerebro acribillado sin piedad durante semanas le da tiempo a recuperarse para afrontar el siguiente ataque.
De todas formas, me temo que la próxima fase me va a hacer añorar los “¿por qué…?” “Albert, ven a cenar…” “¡¡¡NOOOO!!!” “Albert, ve a lavarte las manos…” “¡¡¡AHORA NOOOO!!!” “Albert, recoge los juguetes…” Y Albert se revuelca por el suelo como poseído por el demonio que se mudó al cuerpo de la pobre Regan (¿recordáis ‘El exorcista?’) a la vez que destroza la cristalería con sus aullidos… Vale, exagero un poco, pero seguro que sabéis a qué me refiero. Aunque, ahora que pienso, la fase de la negación juraría que viene de serie.
A veces nos sorprende. “Albert, ve a hacer pipi, vístete, recoge tu habitación, prepara la comida, escríbeme un post para el blog y redáctale un discurso a Rajoy con el que parezca una persona inteligente…” Ya, lo de Rajoy es imposible, pero lo sorprendente es que contesta “vale”, sin el más mínimo atisbo de objeción. Es entonces cuando no tengo dudas de que existen dos Alberts. O eso, o no es humano.
Yo no tengo conciencia de haber sido tan plasta en mi tierna infancia, pero me “maravilla” la capacidad de mi hijo para repetir setenta veces exactamente la misma frase o pregunta mientras no obtenga una respuesta satisfactoria a sus intereses. El problema para él es que yo puedo ser muy cabezón y que mi prodigiosa paciencia se ha agotado a un ritmo vertiginoso (más o menos como el hielo del Ártico) desde que entró en nuestras vidas (recomiendo la lectura de ‘Papa, ¿soy tu amigo?’). Total, que de vez en cuando la balsa de aceite que es nuestro dulce hogar se transforma en un océano embravecido.
El superpoder infantil de la repetición incansable, exasperante e infinita se expresa en todo su esplendor en esa pregunta paradigma de la naturaleza curiosa del ser humano: “¿Por qué?” Yo he llegado a la conclusión de que casi nunca le importa la respuesta; simplemente, se trata de preguntar. “¿Por qué los coches corren?” (Los coches son su tema de conversación favorito, a mucha distancia del segundo, que son las motos, los aviones, los trenes, y cualquier otro medio de automoción) “Pues porque tienen motor y ruedas y…” “¿Y por qué tienen ruedas?” “Porque si no las tuvieran no podrían moverse.” “¿Y por qué no podrían moverse?” “Pues porque necesitan las ruedas para que, al girar, el coche avance por la carretera.” “¿Y por qué?” “¿Por qué qué? Si te lo acabo de explicar” “¿Y por qué?” En ese momento ya estoy atrapado en un bucle del que no hay salida posible. “Porque sí” acaba siendo la respuesta que pretende cerrar la “conversación”, pero él no se da por enterado y sigue y sigue… “¿Por qué se te han hinchado los ojos y la nariz? ¿Por qué te están creciendo los dientes y pelo en la cara? ¿Por qué gruñes así y te sale espuma por la boca?”
A veces, en cambio, me siento orgulloso de tener un hijo tan inquieto e inteligente. “¿Por qué el gobierno aprueba una reforma laboral que facilita el despido y la reducción de salarios y sube los impuestos si dice que pretende activar el consumo?” “Pues porque los que gobiernan son gilipollas.” “Ah, vale.” ¿Tiene un clon o no? Es evidente que sí. Tengo que descubrir cómo lo hacen…
En fin, que en esas estamos, aprendiendo a ser padres a la vez que el peque va creciendo. Cuatro años y medio ya. Parece que fue ayer y (como decía en el post que os he recomendado), sin embargo, tengo la sensación de que ha pasado una eternidad. El balance hasta ahora no es del todo negativo. Creo que nos las estamos apañando bastante bien.
Voy a repasar la enciclopedia. Nunca se sabe sobre qué le dará por preguntar hoy.
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