Revista Cocina

¿Por qué comes compulsivamente?

Por Robertosancheze
Si es tu primera visita, me gustaría darte la bienvenida que te mereces.

Nota: Esta entrada es la primera parte de la Introducción del libro Cómo dejar de comer compulsivamente –la segunda parte la publicaré el jueves. No esperes más para echarle un vistazo al índice y la contraportada del libro haciendo clic sobre la foto. El libro sale a la venta el próximo 17 de septiembre.

Por qué comes compulsivamente (1)

Todo tiene un principio. Y el principio de la compulsión al comer se esconde en el propio principio de la humanidad, en la evolución, en sus instintos. En el preciso momento en que estás comiendo compulsivamente, tu comportamiento no se diferencia mucho del de un cavernícola. No hay conciencia. La comida te mantiene absorto. No hay razón. Ya puedes razonar mucho lo mal que te va a sentar comer así. No hay emoción. Una emoción desesperante es lo último que sentiste, pero ahora ya se ha ido. Aquí y ahora sólo existe la comida. Eres puro instinto. Eres un animal.

De hecho todos somos, instintivamente, comedores compulsivos.

Sí, sí. Así de claro. Puedo asegurarte que tú también eres un comedor compulsivo –sin ánimo de ofender, claro. Comer compulsivamente es un comportamiento natural, una conducta heredada a través de la evolución.

Otra cosa es que actúes o no como un comedor compulsivo. Aunque por naturaleza seas un comedor compulsivo, por primera vez en la historia de la humanidad tienes la posibilidad de elegir entre guiarte por tus instintos y seguir comiendo compulsivamente o desarrollar tu conciencia y voluntad y dejar de hacerlo. Y esto es una gran noticia, aunque al mismo tiempo representa una enorme responsabilidad, ¿verdad?

Durante cientos de miles de años, el  hombre, como el resto de animales, no ha tenido que elegir, que decidir qué comer, que responsabilizarse de su alimentación. El hombre ha evolucionado para comer según su necesidad intrínseca de comer y básicamente gobernado por un sofisticado circuito de hambre y saciedad, mientras la naturaleza era quien regulaba qué alimentos y cuánta cantidad de éstos se podían encontrar y consumir dependiendo de la temporada del año. Gracias a este programa biológico, el hombre ha sobrevivido durante todo este tiempo. En un mundo en el que la comida escaseaba o era difícil de conseguir, antes de averiguar cómo conservar los alimentos –y más tarde cómo cultivarlos– lo más inteligente que se podía hacer era, una vez se conseguía la comida, atiborrarse hasta la saciedad. Uno nunca sabía cuándo sería la próxima vez que podría comer.

Desde hace muy poco tiempo –evolutivamente hablando– esto ha cambiado radicalmente. En un primer término, la aparición de la agricultura y la ganadería hace unos diez mil años hizo que el hombre ya no dependiera tanto de la incertidumbre natural a la hora de conseguir comida. En segundo término, hace apenas unos doscientos cincuenta años, la revolución industrial dio paso a una nueva era en la que los alimentos ya no procederían de la tierra, sino de las fábricas. En tercer y último término, especialmente durante los últimos cincuenta años, la revolución tecnológica de la que somos todavía protagonistas ha dado pie a la transformación exhaustiva de nuestros recursos naturales, convirtiendo nuestros alimentos concebidos originalmente para nutrirnos en productos diseñados fundamentalmente para que los compremos.

Como analizaré en los primeros capítulos, el resultado es el siguiente. El hombre, un organismo que ha evolucionado durante cientos de miles de años para vivir en un entorno extremadamente incierto en el que la posibilidad de alimentarse variaba según la estación del año, el lugar donde se encontraba y la producción natural de alimentos de su propio entorno, pagando previamente el impuesto de tener que moverse sí o sí antes de comer –siempre había que cazar y recolectar para después comer–, ha pasado a vivir en muy poco tiempo en un medio donde alimentos de todo tipo abundan durante todo el año, independientemente de la estación anual y el lugar, y exageradamente rodeado de productos diseñados no para alimentarle, sino para ser comprados y, sobre todo, para no saciarle jamás, y así perpetuar la necesidad de seguir consumiendo. Es un hecho. Hoy día la comida procesada es barata, fácil de conseguir y está por todas partes. Aún quedándote con el frigorífico y los armarios de la cocina totalmente vacíos, sabes que puedes conseguir algo que llevarte a la boca en menos de cinco minutos. Ni siquiera tienes que moverte del sofá. Puedes pedirla por teléfono o encargarla por Internet.

Lógicamente, ante tal incoherencia evolutiva, si tú como hombre o mujer sigues rigiéndote por tus instintos como si fueras un animal más, puedo asegurarte que perderás la batalla contra la compulsión por comer. Tu “cerebro animal” te invitará a comer siempre que huela, vea o intuya comida cerca.

¿Puedes cambiar tu herencia evolutiva, el funcionamiento de tus sistemas nervioso y endocrino, los patrones neuronales y hormonales de tus circuitos de hambre y saciedad? Por supuesto que no. Lo que dura la vida de un ser humano representa una millonésima parte del tiempo necesario para un cambio evolutivo de tal alcance. Ahora bien, eso no quiere decir que no puedas escoger una alimentación que sea coherente con esa forma de interactuar con la comida que como organismo has heredado fisiológicamente. Por eso te daré algunos consejos sobre qué comer o cuándo hacerlo y mantener a raya tus instintos.

Sin embargo, no todo va a ser una cuestión de incoherencias biológicas. Si fuera así, con volver a comer como el hombre del Paleolítico tendrías suficiente. En cambio, en un marco histórico y un entorno cultural y social muy distintos al de la vida de las cavernas, eso no basta.

A un nivel superior al de nuestros instintos, nuestros pensamientos y emociones también juegan un papel primordial en nuestra conducta y relación con la comida.

(Continuará…)


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