Revista Arte
¿Por qué debemos mirar sin horror ni desconcierto esta imagen aparentemente pavorosa?
Por ArtepoesiaPorque esto no es lo que transmitirá, sin embargo, esta obra surrealista creada en 1944 en plena Segunda Guerra Mundial. Esta singularidad de contraste, ante una imagen que en principio desvelará cierto miedo, oscura sinrazón, muerte, desmotivación o atonía, es lo que representará aquí, en su obra La Venus dormida, el poco conocido y más simbolista que surrealista pintor belga Paul Delvaux (1897-1994). Más simbolista porque todo, al menos en esta obra, es real aquí, es posible, aunque simbólico.
Aquí veremos un escenario clásico de la antigüedad, una pequeña ciudadela clásica griega en una noche real ante una luna nueva real. Y una hermosa venus, dormida, se mostrará ahora en todo su maravilloso esplendor ante nosotros. Otras mujeres desnudas, sus vírgenes sagradas, se arrodillarán, danzarán o gesticularán en algún extraño éxtasis especialmente divino, o verdaderamente terrenal. Aun así, sólo dos de las figuras aquí representadas ahora más asombrarán. Un esqueleto perfecto, incluso elegantemente dócil, casi respetuoso; y un hermoso maniquí, vestido y demasiado moderno para tanta antigüedad.
En las conversaciones posteriores que el autor dejara de su creación de entonces -1944-, nos transmitiría ya el momento tan abrumador y difícil en que la obra fue realizada. En plena guerra europea, cuando Bruselas estaba siendo bombardeada y las duras condiciones obrarían ya en sus habitantes. Pero, ante el espanto de la incertidumbre de un final desesperado, no acabaría ya el autor -que lo viviría entre sus temores humanos- más que de inspirarse así para plasmar aquí una imagen, sin embargo, del todo ahora esperanzadora. Sí, llena toda de esperanza porque la obra encerrará aquí un hilo de salvación, una leve y engañosa -como la representación real a veces de una vida- sensación ahora de que, tras el enigma del desasosiego más tenebroso, se ocultará, misteriosamente, la promesa ya de un amanecer del todo diferente.
Donde los dioses cabalgarán así, luego, al alba, para descubrir como siempre la magnanimidad más deslumbrante de su destino. Pero, todo esto nadie lo sabría aún. Todos estarían ahora enloquecidos, aturdidos, entumecidos por el miedo pavoroso del desgarro. El maniquí, un trasunto aquí silencioso e inmóvil del duro momento, no podrá hacer nada ya por los seres que lo acucian ahora. Una de las jovenes desnudas tratará así de avisarle, de comunicarse con él, inútilmente. Representará su figura vestida la sociedad bienintencionada, sofisticada y moralmente sublime, pero aquí, ahora, del todo ya inaudible e insensible.
Y el esqueleto, la otra figura distante, como siempre nos traerá ya el sentido de la muerte, de la desaparición anónima de los seres y de su forma de vida, ahora ésta del todo maldecida y condenada por la guerra y la destrucción. La civilización estará en peligro, y las gruesas columnas de la cultura ancestral, del vínculo que hizo humano desde siglos la forma en que los seres vivieran juntos en la tierra, se encuentra ahora totalmente ya en peligro. Y es por esto que gritarán las jóvenes vírgenes dionisíacas, elevarán así sus plegarias, mortificarán el gesto, o se abrazarán incluso al fuste clásico que sostendrá, aún, las serenas delineaciones del maravilloso entorno dionisíaco.
Lugar entonces éste donde la diosa, ahora suavemente dormida, descansará ajena a todo grave desconcierto. Porque será ella, la Venus dormida, la única que no sufrirá aquí nada, como la figura articulada y vestida de su burgués avatar. Venus descansará, ahora, en la larga noche macilenta sin un atisbo de desconsuelo en su figura. Su maravillosa postura, abandonada al sueño y la molicie, al seguro encanto de que el destino sagrado de su estirpe no sucumbirá, nos hará ver aquí -en su bello reflejo erotizante-, muy claramente ya, todo el pleno sentido simbólico y rebosante más cargado ahora que nunca de esperanza.
(Óleo La Venus Dormida, 1944, del pintor surrealista belga Paul Delvaux, Tate Gallery, Londres.)
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