Lo mortal para el hombre no es la tan discutida bomba atómica, este especial artefacto destinado a producir la muerte. Lo que, desde hace ya mucho tiempo, es una amenaza de muerte para el hombre, a decir verdad, en su esencia, es ese absoluto de la mera voluntad en el sentido premeditado de imponerse en todo. Lo que amenaza al hombre en su esencia es la voluntaria opinión de que con un pacífico desatamiento, transformación, acumulación y dirección de las energías de la naturaleza, el hombre podría hacer más soportable para todos el ser hombres y ser felices. Pero la paz de tal pacífico proceso no es más que la permanente inquietud inalterada de la furia del premeditado imponerse. Lo que amenaza a hombre en su esencia es la opinión de que este imponerse la producción puede arriesgarse sin peligro, con tal que, al mismo tiempo, otros intereses, por ejemplo el de la fe, conserven su valor. Como si pudiera existir, para la relación esencial en la cual queda transferido el hombre, por la voluntad técnica, a la totalidad del ente, en un edificio contiguo un retiro aparte capaz de brindar algo más que una temporal evasión del autoengaño, al cual también pertenece la fuga hacia los dioses griegos. Lo que amenaza la esencia del hombre es la opinión de que la producción técnica pone orden en el mundo, mientras que precisamente este ordenar rebaja todo ordo, es decir, todo rango, a la uniformidad de la producción, y de esta manera destruye de antemano la esfera de un posible origen de la jerarquía y el reconocimiento en el ser.
El peligro no reside sólo en la Totalidad del querer, sino en el querer mismo en la forma del imponerse en un mundo admitido únicamente como voluntad. El querer voluntado{2} de esta voluntad ya se ha decidido a un mandato incondicional, y con esta decisión queda ya sometido el querer a la organización total. Pero la técnica misma impide, ante todo, cualquier experiencia de su esencia, pues en tanto que ella se desarrolla plenamente, desenvuelve en las ciencias una forma de saber que le impide para siempre llegar a la esfera esencial de la técnica, menos aún llegar a un repensar (zurückzudenden) en su origen esencial . Muy lentamente la esencia de la técnica llega a la luz del día, que es sólo una noche mundial retransformada en día técnico, día que es el más corto de todos, y con él nos amenaza un único e inacabable invierno. Ahora no sólo se rehúsa al hombre la protección, sino que lo inalterado de todo lo existente se sume en la oscuridad. Al sustraerse lo sano queda enfermo el mundo, por consiguiente, no sólo lo santo, como el camino que conduce a la divinidad, queda escondido, sino que también el camino a la santidad, la salvación, aparece borrado para el ser. Es posible que todavía haya mortales capaces de advertir la amenaza de la insania en el insano, los cuales tendrán que percibir el peligro que puede afectar al hombre. Peligro que consiste en la amenaza respecto de la esencia del hombre en su relación con el ser mismo, y no en los accidentales riesgos. Este peligro es el que se esconde en el abismo de todo ente. Para advertir este peligro y mostrarlo, tienen tales mortales que estar prestos a alcanzar el abismo.
«Pues donde está el peligro
crece también la salvación».
(Hölderling.)
Acaso toda otra salvación no provenga de donde está el peligro, mientras que se mantiene en el insano. Cualquier salvación mediante no importa qué bien intencionado recurso vulgar, sigue siendo, para el hombre amenazado en su esencia, por la duración de su destino, una inconsistente apariencia. La salvación debe provenir de allí donde el destino de los mortales cambia de esencia.
Martín Heidegger – La Habana, enero-diciembre de 1950
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{1} Estos párrafos corresponden al capítulo ¿Por qué el poeta? (Wozu Dichter?) de la última obra de Martín Heidegger titulada Holzwege, ed. Vittorio Klostermann, Francfort del Meno, 1950. El traductor agradece la valiosa cooperación del señor Ricardo Liebgold en el esfuerzo realizado para presentar a nuestros lectores un pequeño aspecto del más reciente pensamiento del gran metafísico alemán.
{2} Preferimos respetar el neologismo heideggeriano (gewillte). Pues en tanto que el participio alemán gewollte corresponde al nuestro querido, deseado, no sucede así con gewillte, que Heidegger construye a base del nominativo willen (voluntad).