Revista Literatura
Qué complicado. Qué pregunta más difícil de responder. Cuando los monstruos campean a sus anchas en forma de mercados, recortes, amenazas, padres endemoniados, cuando parte de este mundo es un subsuelo sin alcantarillas, cuando no nos importa que la injusticia sea un sistema universal de reparto, por qué escribir. Cuando las cifras del paro nos abruman, cuando la fotogalería del New York Times es nuestra ventana al exterior, cuando el rescate es ya una realidad ineludible, por qué escribir. Cuando cuestionamos hasta nuestra estructura geográfica, cuando la multitud se concentra alrededor del congreso, cuando asistimos al entierro de eso que conocimos –e incluso disfrutamos- como Estado del Bienestar, por qué escribir. Cuando cualquier red social te regala información directa e instantánea, cuando los canales de televisión batallan en el campo de las vísceras por un puñado de espectadores, cuando el todo vale es un dogma implantado y asumido, por qué escribir. Cuando han existido –y existen- Balzac, Cela, Coetzee, Hemingway, Umbral, Vargas Llosa o Carver, cuando Bob Dylan, Wilco, U2, Stones, Leonard Cohen, Calamaro o Quique González han compuesto todas esas maravillosas canciones, cuando los Padrinosy Casablanca y Uno de los nuestros y Volvery Patrimonio Nacional ya han sido filmadas, por qué escribir. Cuando los días pasan y no te esperan y la vida está ahí afuera, al otro lado de la ventana, cuando tus hijos crecen y muchos de sus minutos no han sido compartidos, cuando hay tantos besos y caricias por entregar y recoger, por qué escribir. Es una pregunta que revolotea más que nunca a mi alrededor, consiguiendo que el blanco de la pantalla sea más blanco, blanco nuclear como dice el anuncio del detergente.Por suerte, no todos los días respondo a la pregunta, ya que no me quedaría tiempo para nada más. Sin mencionar todo el ingenio que tendría que desplegar para encontrar y confeccionar unos argumentos lo suficientemente lógicos y contundentes con los que esquivar a la pregunta y, a la vez, reafirmar mi postura. Modo automatismo, cabeza cerrada. Si es dura la pregunta cuando soy yo mismo el que me la formulo, más aún cuando la realiza otra persona. Entonces las respuestas pueden llegar a ser muy diversas, variopintas, según el día, mi estado mental y esas cosas. Seguramente escribo por necesidad, pero también lo hago por placer, y no me puedo olvidar de la curiosidad, tampoco de la adicción. Por la mucha muchísima satisfacción. Seguramente escribo por un inexplicable efecto de liberación, o economía: lo repetimos con frecuencia, pero seguro que tiene su verdad aquello de lo que nos ahorramos en psicólogos, psiquiatras y demás terapias. Seguramente no escribo por proyección pública, por estampar mi firma, por una fotografía, por ser reconocido, por ego –cosas de futbolistas y concursantes de Gran Hermano, no de escritores-; por supuesto que no lo hago por dinero, menuda broma a estas alturas. ¿Por qué escribir? Insisto, la preguntita tiene su miga. El próximo mes de noviembre publico mi nueva novela, El escalador congelado. Días de correcciones, de perfilar los últimos detalles, antes de que la imprenta cumpla con su trabajo. Leyendo y releyendo mil veces mi propia novela creo haber conseguido responder a la dichosa pregunta –o me miento para no seguir lamiéndome las heridas-. Escribo para vivir más, a través de esas otras historias y esas otras vidas a las que sólo puedo acceder a través de la lectura o de la escritura. Como lector, las disfruto desde esa maravillosa pasividad y la sorpresa continua, y como escritor las disfruto desde la gestación, agitación, que puede llegar a resultar cansina, laboriosa y dura, como cualquier paternidad responsable, pero que te reporta el placer de la creación, de la autoría, de ser tu voz la que suena. Escribo porque necesito contar, no tanto contarme, este mundo con sus mil defectos, rescates y naufragios, este mundo que nos toca vivir. Y que ahora, más que nunca, como advertencia, radiografía, terapia, anestesia o antídoto, es necesario seguir contándolo.
El Día de Córdoba