Las leyes están siendo instrumentalizadas día tras día por quienes desean participar del juego del poder, que es, como bien se sabe, una dinámica social altamente competitiva y de irrevocable trascendencia dentro de la sociedad occidental. Una dinámica, además, altamente excluyente. Las leyes, por tanto, no nos unen dentro de marcos de orden, no fundamentan la cooperación entre las personas de este mundo ni propenden por una verdadera cercanía, o al menos no en estos actuales días que corren y como principal meta o función social. Las leyes, más bien, sirven hoy por hoy, en gran parte, para establecer jerarquizaciones y estratificaciones sociales. Su rostro más ético es, desde luego, el de los mecanismos legales y superficiales que sirven para proteger los derechos humanos más básicos, pero lo que en verdad hace la implementación actual de lo jurídico, a fin de cuentas, y en lo más estructural del mundo contemporáneo, es legalizar la diferencia social entre las personas.
Las leyes, los Estados y una ética sumamente limitada en lo jurídico
Hoy en día se entiende que las leyes son preceptos o normas jurídicas que buscan guiar o controlar la conducta humana. En nuestra historia moderna, encontramos que las leyes han servido para la plena consolidación de muchos Estados. Aunque, a decir verdad, si miramos con más detalle, nos encontraremos con que las leyes les han servido más exactamente a unos grupos muy específicos dentro de dichos Estados. Les han servido, principalmente, a unos grupos que han conformado partidos políticos con gran arraigo y dominancia social, unos grupos que han canalizado a través de lo jurídico y lo constitucional toda la participación ciudadana para lograr, con ello, una determinada articulación social (Fisher: 2012). Las leyes han servido, por tanto, para privar cada vez más y más a la ciudadanía en general del ejercicio de lo político, y todo con el fin de lograr un limitado sentido de unidad o de nación. Lo más malo del asunto, es que aun cuando el ser humano en sociedad es y no dejará de ser nunca un ser indudablemente político, esta importante dimensión humana 8es decir, la política) se encuentra concentrada, a través del ejercicio de lo estatal, en unos grupos muy determinados.
Pero eso sí, más allá de aquella reciente importancia histórica de las leyes en los Estados modernos, lo más usual es que se considere que la finalidad intrínseca que subyace en los mecanismos jurídicos y legales, es la de asegurar la sana convivencia y el respeto por la condición humana. Una finalidad muy loable y sumamente importante pero muy delimitada. Delimitada en cuanto que las leyes, en su rostro más ético, buscan, especialmente, prevenir o arreglar pleitos o evitar a toda costa que se maltrate la dignidad humana, es decir, las leyes buscan evitar que se trasgredan ciertas condiciones que se consideran universales. Dicho en otras palabras, las leyes, sobre todo en materia de derechos, están guiadas por lo que en el presente texto encierro provisionalmente bajo el slogan de una “ética de la transgresión” o una ética que busca evitar la transgresión.
De esta forma, para poner un ejemplo, en el primer Congreso Internacional sobre Justicia Universal y Justicia Penal, celebrado en la ciudad de Madrid del 20 al 23 de mayo de 2014, la principal preocupación fue justamente esa, la condición humana, algo sin duda muy loable y digno de elogiar, pero muy delimitado. Y digo delimitado, porque las leyes actuales no se preocupan por asegurar el orden, la coherencia y la estabilidad de las relaciones humanas. Es cierto que desde el enfoque que hoy en día se maneja, las leyes se preocupan, en materia de derechos, por las más universales condiciones de nuestra familia humana. Pero, eso sí, dónde quedan los derechos de los campesinos de todo el mundo frente a las multinacionales, dónde quedan los derechos de los migrantes que en situación irregular en un determinado Estado no pueden asegurarse una buena educación o acceder a la salud. Dónde quedan tantas situaciones concretas que tienen que ver, más bien, con las mismas relaciones humanas en un entorno competitivo. La sola existencia de la pobreza es, de por sí, una injusticia, y las leyes la avalan. ¿Qué no se puede decir entonces de una situación en donde hay pobreza y las condiciones competitivas no permiten conseguir un empleo?
Pero más allá del delimitado enfoque actual de las leyes, que no obstante considero fundamental y necesario, aun cuando lo ético únicamente se exprese en los derechos, lo cierto es que las leyes no son utilizadas de igual forma y en iguales condiciones por todos los grupos humanos. En el apartado que viene a continuación expondré tres breves razones que de acuerdo con mis análisis, son las causantes de que las leyes estén desigualmente distribuidas en la sociedad, ya que no todo mundo, repito, hace uso de ellas de igual forma y no todo el mundo obtiene de ellas el mismo usufructo. No por nada, hoy en día varios autores como Iker Barbero, nos llaman la atención en el hecho de que el campo de El Derecho, por ejemplo, es instrumentalizado cada día por quienes poseen mayores recursos e influencias (Barbero: 2010).
¿Por qué están las leyes desigualmente distribuidas en la sociedad?
Causa 1: La primera causa acerca de por qué están las leyes desigualmente distribuidas en la sociedad, y por qué no propenden estas en su enfoque actual por un mayor entendimiento entre las personas, de acuerdo con mis propias impresiones del asunto, hace referencia a la falta de infalibilidad interpretativa que subyace en lo simbólico y a que las leyes son un asunto netamente humano. Al respecto, se dice que la “ley como creación humana adquiere características propias del hombre, es por ello que resulta susceptible de contener sus anhelos, expectativas, creencias, temores, valores y claro está, también sus defectos” (Arguedas, 2006).
Además de ello, las leyes no pueden dar cuenta de toda la realidad, de ahí que sea muy común que en muchos aspectos de la vida humana existan lagunas o vacíos de ley, que no son sino la falta de un ordenamiento normativo dentro de lo jurídico. En torno a este punto, se dice que “La existencia de lagunas puede deberse a cualquier motivo imputable al legislador (Laguna Subjetiva)o al envejecimiento del Derecho como consecuencia de la evolución Social (Laguna Objetiva)” (Arguedas: 2006). A raíz de lo anterior, encontramos que la ley nunca podrá estar completa, y que quienes diseñan los aspectos normativos existentes, lo hacen en determinados marcos de negociación y desde determinadas lógicas cognitivas. Eso sin mencionar en detalle que muchas veces puede haber normas que se contradicen la una a la otra, cosa que sucede muy usualmente, y en estos ámbitos, siempre tenderá a ser, por ejemplo en un litigio, el grupo con más capacidades y capitales sociales, el que se imponga.
Causa 2: La segunda causa que deseo mencionar hace referencia a fundamentos culturales. Este, por cierto, es un punto sumamente complejo y cuyo debido análisis escapa a los propósitos inmediatos y meramente reflexivos y divulgativos del presente artículo. No obstante, resumiré la cuestión diciendo que muchas veces, dependiendo del contexto, la justicia legal opera de una u otra forma de acuerdo con las características de una persona, o más bien, de acuerdo a cómo se han construido socialmente las características de una persona. Para poner un ejemplo un tanto general, a alguien se le puede inculpar de un delito casi que por el mero hecho de ser hombre, o por ser una persona de color o por tener una u otra característica asociada a ella.
De esta forma, sucede el caso de que muchas veces las normas de regulación se generalizan para convertirse en criminalización cultural, esto, debido en gran parte al hecho de que las leyes, actualmente, más que mantener el orden, el respeto, la ayuda y la comprensión entre todas las personas, lo que buscan es proteger en casos muy concretos y definidos. Claro, siendo así, no faltan grupos humanos que hoy en día digan ser abanderados de una u otra protección legal en concreto pero con ciertos fines particularistas, mientras que, por otro lado, ante los vacíos y los delimitados enfoques de la ley, no dejan, hoy por hoy, de aparecer toda clase de activismos que luchan por una u otra reivindicación.
Causa 3: Esta causa que deseo exponer brevemente hace referencia a razones estructurales. En un artículo anterior que escribí para el espacio de Ssociólogos, titulado, “El estancamiento temporal de las estructuras sociales”, hablé acerca de que hoy por hoy es muy probable que vivamos en un tiempo de dinámicas sociales estancadas, eso, a pesar de los avasalladores avances en el ámbito de la comunicación mediada. Pues bien, muchos de los aspectos explicativos que allí mencioné aplican para esta causa. El hecho de que hoy por hoy sean los políticos y no los ciudadanos quienes tienen concentrados los instrumentos de gobernabilidad, y de que la evolución del Estado se haya detenido a causa de un ya muy antiguo enfrentamiento entre ideologías, son algunos de esos aspectos.
A dichos dos aspectos, podríamos agregar también un factor estructural clave, aquel que es el responsable de la mayor parte de la desigualdad en el planeta: el hecho de que impere en el mundo una desigual división internacional del trabajo y de los sectores productivos, una división que hace que unas contadas empresas manejen la economía mundial y que menos de un centenar de personas en el mundo tengan mucho más dinero que millones de seres humanos a la vez. Una situación que va en contra de las mismas leyes de la economía, ya que muy probablemente la crisis iniciada a finales de 2007, trataba de frenar dicha situación por sí misma, no obstante, es muy conocido el hecho de que el FMI y el gobierno de los Estados Unidos, entre otros importantes entes sociales, dieron rescates económicos (o bonos de ventaja) a las más grandes empresas para seguir perpetuando el estado de cosas neoliberal, en lugar de dejar que las empresas asumieran sus propias caídas y sus propias responsabilidades y destinar esos recursos a otros proyectos.
Finalmente, hay que decir que la situación estructural más arraigada es la del poder, guiado, hoy en día, por el que es, lamentablemente, nuestro principal valor, el de “la competitividad”. En torno a esto, hay que recordar que el poder parece estar siendo disputado al sol de hoy por un sector más bien de derecha, conservador y poco tolerante que habla, entre otras cosas, de hacer guerra contra el terrorismo, aun cuando el terrorismo no es una ideología sino una táctica de guerra (una táctica que obviamente hay que despreciar), y un sector de izquierda y defensor de la justicia social, que se contradice a sí mismo cuando hace pactos con las más opresoras empresas del sector privado o cuando no encuentra, para asegurar el triunfo de una determinada política, otra cosa que hacer más que restringir las libertades. Sí, el poder parece estar siendo disputado principalmente entre aquellas dos posturas, pero, lo cierto, es que el poder es un asunto tan arraigado que se encuentra en todos y cada uno de los aspectos de la vida actual. Se encuentra incluso en nuestras actuales leyes. De esta forma, las leyes se han convertido una insalvable lejanía dentro de lo que nos une.
Bibliografía:
Arguedas Minaya, Maikol, (2006), Los vacíos de la ley y los métodos de integración jurídica.
Fisher, Eloy (2012), “La Constitución Evolutiva: perspectivas evolutivas desde la sociología política y la práctica constitucional”. Revista Colombiana de Sociología Vol. 35, N. 2 jul.- dic. 2012, Bogotá – Colombia pp. 93 – 110.