Revista Educación
Por qué los adolescentes se lamentan tanto de los errores cometidos. Y las personas mayores tan poco.
Por Oliva23Los abundantes datos que los estudios recientes con técnicas de neuroimagen nos proporcionan nos están aportando mucha información acerca del desarrollo cerebral y su influencia sobre el comportamiento humano. En entradas anteriores he hecho referencia a cómo la combinación entre la inmadurez de la corteza prefrontal y la sobreexcitación del sistema mesolímbico de recompensa lleva a chicos y chicas adolescentes a implicarse en muchas conductas de asunción de riesgos. Pues bien, Scientific American acaba de publicar un estudio llevado a cabo por Stefanie Brassen en la Universidad de Hamburgo que arroja unos resultados muy interesantes acerca de las bases neurológicas del sentimiento de lamentación o remordimiento.
Este investigador sometió a una muestra de sujetos jóvenes y personas mayores a un juego de premios y pérdidas mientras que sus cerebros estaban siendo escaneados. La prueba consistía en abrir una serie de cajas que contenían premios en metálico, salvo una que contenía un pequeño demonio y que suponía la pérdida de todo lo obtenido. Es decir, un sujeto decidía en todo momento si quería retirarse con el dinero obtenido o prefería seguir abriendo cajas y ganando dinero, con el riesgo de que el demonio le hiciese perder todas sus ganancias.
Mediante resonancias magnéticas funcionales se registró la actividad del estriado ventral y de la corteza cingulada anterior durante la prueba. Mientras que el estriado ventral está relacionado con la obtención de recompensas (se activa ante las ganancias o recompensas y se desactiva ante las pérdidas), la corteza cingulada tiene un importante papel en la regulación de las emociones.
Pues bien, los resultados del estudio indicaron que cuando los sujetos jóvenes abandonaban la prueba demasiado pronto, ganando poco, o demasiado tarde, perdiéndolo todo, su estriado ventral disminuía drásticamente su nivel de actividad, lo que se relacionaba con una intensa lamentación o arrepentimiento por haber tomado una mala decisión. En cambio, los sujetos de más de 65 años apenas experimentaban cambios en dicha actividad cerebral, ni tampoco lamentaban su incorrecta decisión. A su vez, las imágenes cerebrales indicaban en estas personas mayores una intensa activación de la corteza cingulada, lo que parecía estar indicando un buen control o regulación de las emociones negativas, algo que no ocurría en el cerebro juvenil.
Todos estos datos tienen una interesante lectura desde el punto de vista de la psicología del desarrollo, y nos muestra cómo la selección natural ha ido promoviendo comportamientos muy adaptativos. Así, el desequilibrio entre el sistema de mesolímbico del placer y el cognitivo lleva a los jóvenes a asumir muchos comportamientos de riesgo, lo que podría tener un alto valor adaptativo, al asumir sin miedo algunas experiencias que representarían fuentes importantes de aprendizajes y adquisición de competencias.
Pues bien, algo semejante podríamos decir de la intensa activación del estriado unida a la escasa capacidad de la corteza cingulada para el control de las emociones, que también tendría consecuencias positivas para los sujetos jóvenes, al hacer que chicos y chicas se lamenten y experimenten fuertes sentimientos negativos ante las decisiones incorrectas. Esto sería de un alto valor adaptativo para adolescentes que tienen toda una vida por delante y que podrían cometer los mismos errores si no aprendiesen de ellos. En cambio, en personas mayores no sería de tanta utilidad, y podría generar infelicidad y sentimientos depresivos sin la contrapartida positiva de aprender para un futuro que va siendo ya limitado e incierto.
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