Revista Coaching
Cambiar es difícil. Todos lo hemos experimentado alguna vez en nuestras vidas. Muchas empresas y corporaciones, y muchas personas también, se enfrentan cada día con el reto de tener que cambiar. Sin embargo, aunque haya una gran motivación e incluso el cambio se contemple como beneficioso o necesario, nos cuesta mucho cambiar, de hecho los angloparlantes emplean con frecuencia la expresión “change is pain” (el cambio es dolor).
Existen razones físicas para que el cambio sea doloroso, no sólo en sentido figurado, sino también en sentido literal.
Se gastan todos los días muchos millones de euros, dólares, etc., en establecer carísimos planes en los que se cambian los procedimientos existentes por otros y que a pesar de la inversión financiera y humana, fracasan estrepitosamente.
La razón reside en que no se consideran todos los factores que los cambios implican para los “afectados” por los cambios, y por tanto se genera resistencia, tanta que a veces a pesar del coste se tiene que retirar el plan propuesto que resulta ser un auténtico fracaso, y no siempre fracasa porque no sea un plan válido y valioso, que realmente aporte un valor añadido.
El diccionario de la Real Academia Española define homeostasis comoel “Conjunto de fenómenos de autorregulación, que conducen al mantenimiento de la constancia en la composición y propiedades del medio interno de un organismo”. Es decir, que tenemos, de forma natural, una tendencia al equilibrio, a la constancia, que forma parte de nuestra composición física. Y los cambios alteran esa tendencia al equilibrio, o al menos, lo percibimos así. Podríamos decir que tenemos una tendencia natural a rechazar los cambios.
Por eso con los años tendemos a hacer las cosas de la misma manera, a hacer las mismas cosas y vamos perdiendo el interés por aprender, porque nos sentimos más cómodos quedándonos como estamos en lugar de cambiar. Esa es también la razón de que se produzca un deterioro cognitivo, y que con los años cueste más hacer cosas distintas, porque se usan una y otra vez los mismos circuitos neuronales, las mismas formas de hacer las cosas, en detrimento de otros que al no usarlos, los acabamos perdiendo. Por eso es importante, si queremos mantener nuestro cerebro joven y a punto, seguir aprendiendo cosas (un idioma, a tejer, a usar internet, a jugar al ajedrez, etc.) y haciendo cosas distintas y de distinta manera, eso crea nuevas conexiones entre las neuronas y nuestro cerebro se empezará a expandir en lugar de deteriorarse.
Cuando detectamos cambios, los solemos “procesar” como amenazas, amenazas a nuestra situación actual, a nuestro status, a nuestra forma de pensar, incluso aunque a nivel intelectual sepamos que no es así, pero lo “sentimos” así.
Lo que ha pasado es que nuestra amígdala (una pequeña área de nuestro cerebro con forma de almendra y que nada tiene que ver con las amígdalas de la garganta) ha hecho su función: detectar situaciones potencialmente dolorosas o peligrosas, y ha reaccionado igual que ante cualquier otra amenaza, es decir, cierra la conexión al cerebro lógico, el córtex prefrontal, y dispara una serie de hormonas que van a ser las que nos permitan huir o luchar o en determinados momentos quedarnos paralizados. Pero también nos hace sentir miedo, ansiedad, angustia,…ya que su función es activar las emociones para avisarnos de amenazas potenciales. Lo que la amígdala ha hecho ha sido repasar su “biblioteca de situaciones anteriores” y si encuentra alguna similitud entre los cambios actuales y los archivos anteriores determinan que es una situación peligrosa y se cierra en banda a cualquier tipo de explicación de porqué va a ser beneficioso, o mejor que la situación actual.
Para cambiar algo en tu vida necesitas cambiar algo en tí mismo: las emociones y el recuerdo de cambios en el pasado.
Por eso da igual que quieran explicar los cambios dando cualquier tipo de razonamiento lógico, si anteriormente en esa misma organización o empresa, o a esa misma persona, los cambios le resultaron dolorosos sólo con un lenguaje que la amígdala pueda procesar (es decir teniendo en cuenta y trabajando con las emociones de las personas implicadas) se podrá hacer frente a las reticencias e incluso al sabotaje a la nueva situación.
A pesar de que existe abundante literatura científica que prueba las afirmaciones anteriores hay muchas empresas y organizaciones que no quieren ver lo obvio y seguirán pagando un precio muy caro por ello, pero las personas implicadas también lo harán, en forma de estrés, ansiedad y somatizaciones varias.
Es el momento de cambiar, justo ahora, aprovechando la crisis. Las empresas que no lo hagan tarde o temprano se quedarán en el camino. Te recomiendo hacer el Ejercicio de Diagnóstico Emocional, te ayudará.
¿Cuál es tu experiencia con los cambios?