Revista Psicología

¿Por qué los domingos  son tan felices? | Compás de espera

Por Yanquiel Barrios @her_barrios
¿Por qué los domingos  son tan felices? | Compás de espera

Domingo 10:40pm perfecta noche dominical, perfectamente aburrida, toda la perfección del mundo cabe en ese día la semana. En las enciclopedias deberían poner una foto dominguera para ilustrar el aburrimiento; no existe estampa más explícita que captar los rostros de la gente sobreviviendo a una noche de domingo. Los niños gritan en la calle a estas horas y me recuerdan el porqué de mi extinto instinto maternal. Hoy estoy sencillamente incontrastable, es un lujo que me permito de vez en mes para liberar esas toxinas de incompatibilidad que me hacen preguntarme pero ¿Por qué existe el mundo? ¿Y si yo viviera sola en una isla? La felicidad es un equilibrio perfecto, un estado de imperturbabilidad, pensar como los estoicos a ratos no está mal. Me hace ilusión llorar un ratico. Yo, esta ciudad, un vinito-tinto por favor-, un ligero feeling de la Burke de fondo acompañado de unas lagrimitas sería genial... más poético imposible, un perfecto cliché para este perfecto aburrimiento; lástima que llorar sea de esos gustos que me doy cada mil años luz, el resto del tiempo tal parecieraque fisiológicamente no estuviera dotada de lagrimal. ¿Y si este mundo fuera el infierno de otro planeta? La fucking frase no sale de mi cabeza, en un sitio la leí y ahora se me repite en bucle como un trap. Miro el reloj, 10:41 pm he pensado todo esto intentando matar el aburrimiento y el aburrimiento me ha matadoa mi apenas se ha consumido un minuto.

Por: Yanela Borrego

¿Por qué los domingos  son tan felices? | Compás de espera

Mi pasado está invadido
y lloro lentamente.
Me ha llenado de miedo una noche en el Neva
me ha llenado de fe una tarde en Bakú.
Se quedó Samarcanda como alguna promesa
y la calle de Arbat para soñar a Eszenin
siempre, siempre.
Erré como torcaz
aplastada en la calle por un caballo ciego.
Me dan miedo mi pueblo y sus hombres
mientras Jesús del Monte se derrumba en silencio.
Una ciudad de espejos y banderas
y su empinada ronda de tenores.
Yo regreso a mis pájaros
al pequeño amarillo que no canta.
Ya no tengo balcón ni noches junto al mar
y otra campana traza mis compases de espera.
Estorbo como estorban los almendros
y en el farol se queman algunas mariposas.
Ciudad y almendro y yo
ay, qué desgracia.

Por: Elena Tamargo


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