Desde siempre se ha considerado la lectura como una fuente de conocimiento. Cuando éramos pequeños, nuestros padres nos decían: “tienes que leer para así aprender a escribir y a expresarte”. Conforme crecíamos, íbamos descubriendo que, además, los libros nos enseñaban vocabulario. Posteriormente, también nosotros diríamos esas palabras a nuestros pequeños, porque, efectivamente, para aprender una lengua hay que leer mucho. Esto no solo funciona con el castellano, también con las lenguas extranjeras, o, ¿qué estudiante no ha escuchado de su profesor de inglés que tiene que leer mucho en esa lengua? Estamos todos de acuerdo, entonces, en que la lectura ha sido, es y será una fuente de aprendizaje para todos. Entonces, ¿por qué las editoriales y también los autores no miman sus novelas lo suficiente?
Los que amamos la lectura estamos acostumbrados a leer muchos libros: de diferentes autores, en distintas lenguas, de diversas editoriales, de temáticas variadas. Un día podemos encontrar una novela con una trama argumental maravillosa, pero con faltas de ortografía en cada una de sus páginas, con errores garrafales de estilo. Otro día, puede llegar a nuestras manos otra cuya historia no destaque demasiado, pero con una edición impecable, libre de erratas y fallos. ¿Cuál de las dos es mejor?, nos podríamos preguntar. Y lo que yo me cuestiono es: ¿por qué, por qué y por qué?, ¿por qué la figura del corrector brilla por su ausencia en tantas y tantas novelas?, ¿por qué las editoriales no se lo curran al máximo para sacar al mercado un libro impecable? Y otro de los mayores interrogantes: ¿por qué hay autores que escriben tan horrorosamente mal? Somos humanos y todos podemos meter la pata, pero siempre se ha exigido que el escritor escriba bien, y hoy nos conformamos con que tenga una buena idea que contar. Si una editorial premia el segundo factor, que se encargue del primero contratando a un buen corrector que revise la historia, ¿no?
Últimamente me encuentro con errores de todo en tipo en las novelas que leo, y no solo en las juveniles. Desde erratas que se pasan por alto al no examinar con mimo y detalle un manuscrito, hasta errores de puntuación, ortografía y estilo que hacen que el lector se lleve las manos a la cabeza. En cuanto a la puntuación, el error más frecuente es el relacionado con las comas, esos puntitos alargados que nos hacen enloquecer a veces, esos signos tan subjetivos que cada uno coloca donde mejor le suena. Ausencia de comas, exceso, comas mal puestas, comas horrorosamente mal puestas, comas que no te puedes explicar cómo están ahí colocadas (he llegado a ver comas entre un verbo y su complemento al más puro estilo: María come, canelones). Con referencia a la ortografía, los fallos más gordos y que a mí más me molestan son los siguientes: infinitivos en lugar de imperativos (se dice “seguid”, no “seguir”); queísmos al tratar de evitar ser dequeísta (se dice “estoy segura de que es normal”, no “estoy segura que es normal”). También están los errores de estilo, que pasan más desapercibidos, pero que pueden destrozar un texto: gerundios donde podrían utilizarse otras fórmulas; cursivas por doquier, sobre todo en obras traducidas, etc.
¿A qué nos lleva todo esto? ¿Qué ocurre cuando nos encontramos con novelas que tienen tantos errores de tantas clases? Nos hacen dudar, nos hacen plantearnos las reglas de ortografía y, al fin y al cabo, nos hacen desaprender. ¿Cuántas veces he tenido que coger el diccionario para comprobar si es con g o con j?, ¿en cuántas ocasiones he tenido que consultar en san Panhispánico de dudas si se pone en cursiva o entre comillas? No queremos que la literatura nos confunda. Queremos que nos enseñe, que nos haga más sabios. Por todo ello, exijamos novelas sin faltas de ortografía, exijamos un poco más de mimo.