Nada sucede por azar, el azar no existe en los dominios del universo, no hay causa que no tenga un origen, no hay suceso casual. A veces nos cuesta asimilar y entender porque los límites los tiene la mente.
Los límites están en nosotros mismos. Todo aquello que no logramos comprender lo negamos, lo subestimamos. Es hora de tomar el control que tuvimos siempre pero que nos negamos a utilizar. La mente, hermosa herramienta, tenemos que reprogramarla y comenzar a darle un buen uso. Hay que expandirla, utilizarla, reconectarla y unificarla.
Nuestra vida no es algo aislado de todo lo demás. Quien cree que su vida es gobernada por leyes desconocidas e incontrolables ignora la inteligencia absoluta de Dios. La vida tiene un propósito, una razón de ser, vinimos a descubrir qué somos a través de la experiencia. Todo lo que nos sucede tiene un origen, tiene una causa y tiene un efecto.
Cuando no queremos evolucionar y crecer creemos en la mala suerte y en leyes inexistentes gobernadas por un par de monos locos. Creemos que navegamos en una bola de tierra sin ningún propósito. Es un mecanismo de defensa para no ver esas zonas oscuras que tanto duelen, ya que nos obligan a cambiar, reformular, aceptar errores y trascender.
Debemos dejar de pedir que nos salven desde afuera santos imaginarios y comenzar a reivindicar y aceptar la santidad que está dentro de nosotros mismos. La curación está dentro, somos la causa y el efecto, tenemos el poder de cambiar haciendo consciente lo inconsciente.
El propósito de la vida es la felicidad y el amor. La parte que nos toca es desatar lo mal atado y volver a recomenzar. Si que se puede. La sanación del alma es el propósito de todos.
¡Bendiciones infinitas!
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