Porque soy incapaz de hacerles a mis personajes decir en sus diálogos cosas tan literarias como éstas:
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—Lo sé todo sobre botones y hoteles —prosiguió, recobrando la plenitud de su sangre fría—. Tiene usted delante a un especialista en llevar cartas al buzón, cumplir turnos de noche resistiendo la tentación de los sofás cercanos, hacer recados y patear vestíbulos y salones voceando insistente «Señor Martínez, al teléfono», dispuesto a localizar al tal Martínez en el breve espacio de tiempo que dura la paciencia de quien espera con un auricular pegado a la oreja…
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O esta otra:
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—Dígame cómo lo miro —dijo.
—Hace sentir lástima por los hombres a quienes nunca una mujer miró así.
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O una más:
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—Yo tengo dinero. Lo tenía antes de casarme… Ahora es dinero viejo, acostumbrado a sí mismo.
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Acabemos con otra cita:
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—Yo sí había llegado muy lejos, como sabes —continúa Mecha—. Me refiero a cierta clase de inmoralidad. La inmoralidad como conclusión… Como conciencia de lo estéril y pasivamente injusto de la moralidad.
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Tampoco lo tengo fácil si se trata de empezar por la lista de agradecimientos, emulando la de APR, con veinte nombres de un buen puñado de nacionalidades, incluyendo un embajador y un comisario. Tendré que limitarme a darle gracias a la gigapedia (que EPD).Enrólate en el Otto Neurath