¿Levantarme a meditar o quedarme media hora más en la cama? ¿Irme a correr o leer otro capítulo del libro? ¿Cocinar (por muy cansada que estoy) o calentarme otra vez algo de pasta rellena? ¿Lavar los platos o dejarlo para mañana? ¿Estudiar inglés o inventarme razones por las que ahora misma no es un buen momento?
A veces parece que mi cerebro y yo no estamos en el mismo bando. Yo quiero (o por lo menos creo que quiero) hacer alguna cosa, y él se divierte discutiendo conmigo para que no lo haga, para que no me esfuerce, para que no salga de mi zona de confort. ¡La creatividad de mi cerebro para generar excusas es alucinante!
Un problema de motivación – o de compromiso
Me he dado cuenta que hay dos tipos de actividades donde no mi cerebro no se queja de que haga algo: aquellas actividades que me hacen mucha ilusión se resuelven casi solas. Del mismo modo aquellas actividades que “tengo” que hacer también no se quedan pendientes (aunque si a veces se resuelven en el último minuto). Lo más interesante aquí es que tanto la motivación y la obligación son muy personales… y si algo es muy personal, lo puedes influenciar.
Para mantener el equilibrio es importante que no solo aumentes tu motivación en hacer las cosas (porque eso significa que únicamente añades más actividades y tareas a tu día a día), sino que también revises tus obligaciones para asegurarte que son obligaciones reales y no tareas de otra época que ya no hacen falta que las realices. Si te sientes agobiada, haz una limpieza de tu lista de tareas y libérate de algunos de tus obligaciones.
¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?
En el fondo la motivación no es otra cosa que tenerlo muy claro por qué quieres hacer las cosas. Muy, pero muy claro. No me valen las explicaciones superfluas como “todos lo hacen” y “lo ha dicho mi ídolo”. Si estas razones hasta ahora no fueron suficientes, tampoco lo serán de ahora en adelante. Tienes que buscar un poco más allá para crear la motivación que necesitas.
Una forma de llegar al fondo del asunto es preguntar ¿por qué? una y otra vez, cómo mínimo tres veces. A veces esta forma de analizar tu falta de motivación puede generarte un resultado favorable, a veces te das cuenta que lo que querías hacer en realidad no te sirve para lo que quieres conseguir. Ambos resultados son buenos, porque ahora tienes un punto de referencia.
Por ejemplo,
¿Por qué no consigues meditar? Porque tengo mucho sueño por las mañanas.
¿Por qué tienes mucho sueño por las mañanas? Porque me quedo mirando series hasta las altas horas de la madrugada?
¿Por qué te quedas mirando series tanto tiempo? Porque me olvido del tiempo.
El primer paso sin duda será poner un despertador a las 11 de la noche para apagar las pantallas. Y puedes ir más alla:
¿Por qué quieres empezar a meditar? Porque lo hacen todas las personas que admiro.
¿Por qué lo hacen todas estas personas? Porque les ayuda a concentrarse mejor en sus actividades.
¿Por qué les ayuda a concentrarse mejor? Porque tiene efectos sobre la actividad cerebral.
¿Y cuál es este efecto? Ahora es el momento de buscar más información, de entender qué es lo que intentas hacer para así encontrar las razones que sirven para ti (y ganar la discusión con tu cerebro).
De repente la idea de meditar ya no es algo que copiaste de algún famoso sino se ha convertido en una decisión consciente basada en el conocimiento que tienes de los resultados.
¿Qué actividad se te resiste? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?