Para muchos ir al cine no sólo se limita a disfrutar de la película en cuestión, sino que más bien convierten su visita al pase en un pequeño ritual. Adquirir la entrada es únicamente la punta del iceberg, puesto que sentarse con relajación en la butaca sin un gran bote de palomitas acompañado de un refresco representa un imperdonable error que no se pueden permitir. De hecho, una mayoría silenciosa con sólidas mandíbulas consumidoras de tan adictivo tándem, pueblan unas salas, donde consumidores convertidos en feroces y proclives defensores del disfrute a oscuras se evaden poseídos por el maíz. Una simple y satisfactoria costumbre relativamente moderna que tiene un curioso origen, comentado a continuación.
Aunque fue Charles Cretor, el responsable de inventar la primera máquina de hacer palomitas en 1885 y el consumo de éstas va unido paralelamente casi con los inicios del cine en la primera década del siglo XX; no será hasta finales de los felices veinte y principios de los treinta cundo se produzca su éxito definitivo.
En este sentido, la Gran Depresión en los EEUU, el periodo entre 1929-1933 y los 13 millones de parados como consecuencia del contexto crítico se puede afirmar que representan las premisas, origen y punto de inflexión fundamentales para su triunfo. Años convulsos para la sociedad norteamericana, en la cual el principal y asequible medio para eludir la tenue realidad no era otro que acudir al espectáculo de películas proyectadas. Unos bolsillos vacíos de monedas dispuestos a llenar sus estómagos con unas palomitas tan baratas como apetitosas. Materia prima en abundancia, precios populares y unos beneficios porcentuales que rebasaban 2500 veces al inicial, las convirtieron en la fórmula perfecta para demandarse y vender. Siendo las reinas absolutas del "picoteo"séptimo arte desde entonces hasta la actualidad.
En su contra un elevado poder calórico (hasta 1600 calorías en aquellas elaboradas con mantequilla y en formato medio-grande) que sumado al de su inseparable refresco de sabores (cerca de 300 calorías) ha generado el debate sobre lo saludable de este hábito de manera continuada. Por ello, se propone ofrecer como alternativa otros productos más saludables tales como yogures, frutas u aperitivos light, sin embargo y en contra de consejos federales parece ser un ritual alejado de la extinción.