Artículo original por Cory Doctorow
‘La antiquísima costumbre de la industria de suprimir evidencia científica motivó a Goldacre a declarar que nada de lo que sabemos acerca de la medicina moderna se debe asumir como correcto’. Fotografía: Doug Steley C/Alamy
Hace poco almorcé con el más acérrimo defensor del acceso abierto que jamás haya conocido (no lo voy a nombrar, porque sería descortés atribuirle comentarios casuales sin su permiso). Estábamos hablando de los planes para demandar la publicación libre y abierta de la investigación científica financiada con fondos públicos. En Estados Unidos, existe la Ley Federal de Investigación Pública y en el Reino Unido, el gobierno de coalición anunció que la investigación financiada con fondos públicos deberá estar disponible sin costo alguno, bajo una licencia Creative Commons que permita réplicas ilimitadas.
Habíamos estado hablando de un excelente nuevo libro de Ben Goldacre, Bad Pharma, en el que Goldacre documenta el problema de los “datos perdidos” en la investigación farmacéutica (él dice que cerca de la mitad de los ensayos clínicos realizados por la industria farmacéutica nunca se publican). Los ensayos no publicados, por supuesto, muestran resultados desfavorables para los nuevos productos de las compañías farmacéuticas – son ensayos que sugieren que los medicamentos no funcionan muy bien, o no funcionan en absoluto, o son activamente perjudiciales.
La antiquísima costumbre de la industria (y de algunos investigadores independientes) de suprimir evidencia científica motivó a Goldacre a declarar que nada de lo que sabemos acerca de la medicina moderna se debe asumir como correcto, y argumenta que es urgente forzar la liberación de toda esa “materia oscura farmacéutica” para que los científicos puedan recalcular y trabajar con lo que realmente funciona.
Se lo comenté a mi comensal, terminando con: “Y es por eso que toda la investigación farmacéutica debe ser de libre acceso”.
“Toda la investigación farmacéutica financiada con fondos públicos”, dijo, como corrigiendo un error de aritmética elemental. “Si el público paga por ello, deberían verlo, pero si las compañías farmacéuticas quieren pagar por su propia investigación, pues…”.
Sabía por dónde iba el asunto. Uno de los argumentos más fuertes para el acceso público a las publicaciónes académicas y científicas es el argumento de “deuda pública”: si es el público quien paga para hacer la investigación, la investigación debería pertenecer al público. Ese es un buen argumento, pero no es toda la historia. Por un lado, es vulnerable al contraargumento de la “colaboración público-privada”, que va más o menos así: “Ah, sí, pero ¿por qué no asegurar que el público obtenga un dividendo máximo de su enorme inversión cobrando por el acceso a la investigación financiada con fondos públicos, para devolver el beneficio al sector de la investigación?” Creo que este argumento es una basura, al igual que lo creen la mayoría de los economistas que han estudiado la cuestión.
El bien público del libre acceso, la investigación sin trabas, genera más valor económico para el público que el subidón de azúcar que obtienes al cobrar al público al entrar y salir. Esto ha sido verdad en muchos sectores, aunque el ejemplo canónico es el ingreso público masivo que recibió el Servicio Geológico de Estados Unidos por sus mapas de libre uso, los cuales han generado una fortuna, que hace que los ingresos obtenidos por la Encuesta de Ordenanza sobre los mapas de Reino Unido, se vean como una miseria .
Es por eso que el trabajo de Goldacre es importante para esta discusión. La razón por la que las compañías farmacéuticas deberían estar obligadas a publicar sus resultados no es que hayan recibido una subvención pública para la investigación. Más bien, se debe a que están pidiendo una certificación gubernamental diciendo que sus productos son aptos para el consumo, y que están pidiendo al espacio regulador que permita a los médicos recetar estos productos. Necesitamos revelar su investigación – aunque ello socave sus ganancias – porque sin esa investigación, no podemos saber si sus productos son aptos para su uso.
Este argumento es similar al usado cuando se habla de software libre/código abierto en aplicaciones industriales y de salud, tales como el sistema OpenEyes desarrollado por Moorfields Eye Hospital y otras instituciones de todo el mundo, tras el colapso del proyecto de historia clínica electrónica del NHS. Ellos no optaron por un sistema abierto en lugar de un sistema propietario por razones ideológicas, sino por razones eminentemente prácticas. Ningun hospital confiable permitiría jamás que una empresa de ingenieros construya una nueva ala de un hospital con medios propios secretos para calcular sus cargas-tensiones. No aceptarían una nueva ala en donde los planos de la obra fueran un secreto, donde la ubicación de los conductos y los troncales fuera conocida sólo por el contratista.
Es cierto que las empresas de ingeniería y arquitectura podrían ganar más si sus métodos hubieran sido propietarios, pero exigimos transparencia, porque tenemos que ser capaces de mantener los hospitales, independientemente de la suerte de cualquier empresa de ingeniería, y porque tenemos la certeza de poder volver a verificar los cálculos de carga por nuestra propia cuenta. Los sistemas informáticos utilizados para administrar a los pacientes en el hospital son tan vitales como la ubicación de los cables de Ethernet en las paredes, y así Moorfields espera que sean tan abiertos como los planes arquitectónicos para sus edificios.
Y es por eso que las grandes farmacéuticas necesita mostrar su trabajo, porque independientemente de sus resultados, no se deben permitir sus productos en el mercado sin tal demostración. Es importante que lo financiado con fondos públicos quede en manos del público, pero ahí es donde comienza la historia del libre acceso, no donde termina.