Revista América Latina
Marco Teruggi
El chavismo logró su tercera victoria electoral en menos de cuatro meses. Nuevamente, de forma contundente. Primero fueron las elecciones a la Asamblea Nacional Constituyente (ANC), el 30 de julio, luego a gobernadores, el 15 de octubre, y, finalmente, este 10 de diciembre, donde, según afirmó el presidente Nicolás Maduro en horas de la noche, se ganaron 300 de las 335 alcaldías. El mapa arroja una correlación de fuerza en las urnas con amplia mayoría para el chavismo, que, además, sumó una nueva gobernación, para un total de 19 de 23.
¿Cómo se explican estos resultados? El argumento de la oposición y sus alianzas internacionales es siempre el mismo: fraude. Es un botón automático que utilizan ante cada resultado adverso. La falta de credibilidad de esa acusación viene por parte del comprobado mecanismo electoral, y de ellos mismos, cuando una parte de la derecha, la que gana, reconoce los resultados y otra, la que pierde, no. Se sabe en la dinámica del conflicto venezolano que esto es sistemático y sin fundamento.
Las respuestas deben buscarse en la forma en que cada una de las fuerzas llegó a las elecciones. La oposición lo hizo con varios elementos en su contra, y con esa capacidad única de dispararse a los pies. Lo primero fue que una parte importante, en particular los principales partidos, decidió no participar. No significa que la derecha no se haya presentado, allí están las alcaldías que ganaron como prueba de que acudieron. Fueron sin muchas de sus figuras con mayor posibilidad, con peleas públicas, acusaciones de traiciones cruzadas, varios candidatos en un mismo municipio. La imagen fue la de una fuerza en crisis, con los generales enfrentados entre sí.
Ese escenario venía construyéndose desde la derrota sufrida con la elección de la ANC, que se tradujo tanto en la ruptura de la Mesa de la Unidad Democrática, como en un cuadro de desmoralización de su base social que también comenzó a acusar a sus dirigentes de traidores. Eso condujo a la derrota en las elecciones a gobernadores -el fracaso político tiene efecto dominó- y agudizó el extravío estratégico ya evidente. Los principales partidos pasaron en cuatro meses de llamar a sacar al gobierno por la violencia callejera, luego a presentarse a elecciones, y finalmente a abstenerse. El resultado del domingo era entonces predecible.
Esta incapacidad opositora reafirma a su vez un elemento clave para pensar el desarrollo del conflicto venezolano, y es que luego de dieciocho años de proceso revolucionario, la derecha no ha logrado conformarse como una alternativa para la mayoría de la población. Su falta de credibilidad está en su momento de mayor evidencia. Consiguieron desacumular, en lapso de medio año, el capital político que habían conseguido reunir. Se encaminan a las presidenciales de manera desunida, desgastada, con tres intentos insurreccionales fracasados y cuatro elecciones perdidas en el tiempo del mandato de Nicolás Maduro. Lograron un solo triunfo electoral, en diciembre del 2015, que no supieron administrar.
La situación en que se encuentra la oposición es producto de sus propios desaciertos -que son además en algunos casos por órdenes dictadas desde los Estados Unidos- y de la capacidad política del chavismo, que logró salir de un empate y una defensiva que parecían por momento acorralarlo. Esa recuperación de la iniciativa, que se materializa en este tercer resultado electoral en 133 días, tiene varias razones. Una de ellas es que se mantuvo la unidad. Mientras la oposición se dividió cada vez más, el chavismo conservó la figura de Nicolás Maduro como liderazgo que se consolidó, y presentó candidaturas unitarias en la mayoría de los lugares, tanto en las regionales como en las municipales.
Otra razón es la coherencia discursiva. El chavismo no cayó nunca en el llamado a la confrontación callejera al que lo desafió la derecha entre abril y julio. El planteo siempre fue por la resolución electoral, y por esa vía se logró desandar la escalada violenta, y mantener el poder político. Unidad y estrategia vs pelea interna y desvaríos estratégicos.
Una razón más puede buscarse en el acumulado de la revolución. Así como la derecha no logar consolidarse como alternativa para las mayorías, el chavismo tiene una de sus fuerzas en la dimensión identitaria en las clases populares. El chavismo es más que la dirigencia y las diferentes mediaciones con sus aciertos y errores, es una experiencia política, de vida, organizativa, que viene transitando una parte del pueblo venezolano, y permite enfrentarse a estas contiendas electorales con una base que no tiene la derecha. Existe una conciencia del momento histórico, de lo que se juega, se puede perder en caso de una derrota electoral.
Allí pueden encontrarse algunas de las razones de esta tercera victoria electoral, en una etapa en la que muchos analistas afirmaban y reafirmaban que todo enfrentamiento en las urnas conduciría irremediablemente a una derrota chavista. Un triunfo que se da en el momento de mayores dificultades económicas del país. Una situación que no debe verse de manera aislada al cuadro político: la profundización del ataque sobre la economía busca condicionar el voto, generar escenarios que la incapacidad opositora no logra por peso propio. Existen relaciones directas entre dólar ilegal, aumento de precios, desabastecimiento, y jornadas electorales.
Lo que sigue es un desafío inmenso y urgente para el chavismo: estabilizar la economía, frenar el retroceso material que arroja imágenes de un país donde las acciones de lo cotidiano se han convertido en batallas para la mayoría de la población. Eso significa tanto profundizar las alianzas internacionales, las vías para evitar la asfixia que buscan imponer el gobierno norteamericano y sus aliados, como recuperar capacidad de gobierno sobre la economía, y enfrentar los enemigos internos de la revolución. Uno de ellos es la corrupción que, como muestran las investigaciones, se había apoderado de la industria petrolera y parte del mecanismo de importaciones, es decir de los pulmones de la economía.
Ganar elecciones significa la posibilidad de continuar con el proyecto histórico. Se dio un nuevo paso en esa dirección. Y no solamente en un contexto de adversidad interna, sino en un momento donde las derechas del continente, subordinadas a los Estados Unidos, buscan recuperar terreno perdido y muestran, como en caso del fraude electoral en Honduras, hasta donde están dispuestas a llegar. Haber logrado una nueva victoria electoral es entonces inmenso, es una lección de política, una muestra de las peleas que puede dar la revolución venezolana.
Licenciado en Sociología. Cronista y periodista.
Tomado de: TeleSUR
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