Revista Ciencia

¿Por qué y para qué soñamos?

Por Davidsaparicio @Psyciencia

Dormir es parte necesaria de la vida, al menos si hablamos de vida animal: no hemos logrado encontrar ningún animal más complejo que una mosca que no duerma: Al parecer poco después de llegar al hito de tener un sistema nervioso central, la evolución empieza a necesitar que ese sistema pase a un “modo fuera de línea” (Zadra & Stickgold, 2021).

A diferencia de lo que sucedía hasta fines del siglo pasado hoy sabemos qué cosas hace nuestro cuerpo por la noche. Mientras dormimos, realizamos una serie de procesos necesarios para la vida; como la limpieza de peligrosos excesos de beta-amiloides en el cerebro (Ju., 2017) o la liberación de hormonas (Van Cauter, 2011; Mong, et al., 2011). Incluso sabemos que el sueño es necesario para consolidar aprendizajes motores (Walker et al., 2002) y semánticos (Djonlagic et al. 2009). Sin embargo, todo esto solo nos dice que la evolución decidió que el mantenimiento se haga de noche, pero no porque… podemos sin dudas pensar en un cerebro que, mientras está despierto, segregue hormonas del crecimiento o insulina o algún mecanismo de limpieza de los excesos de amiloides que no implique estar en modo avión. Esto está lejos de ser algo obvio: dormir es algo extremadamente peligroso para un ser vivo en su contexto salvaje, ya que somos más vulnerables a depredadores y no solo nosotros sino que, por la noche, nuestros congéneres que podrían estar “de guardia” también sufren la somnolencia, por lo que somos presas fáciles. Esto ha llevado a decir en 1979 a Allan Rechtschaffen que “si dormir no sirve a ninguna función vital, es el mayor error que ha cometido la evolución” (Citado por Zadra & Stickgold, 2021).

¿Qué es eso tan importante que solo podemos hacer offline? Quizás nuestros sueños sean una pista, ya que parece ser una de las pocas cosas que solo podemos hacer sin estar despiertos, o con ayuda de alucinógenos.

Los sueños son cogniciones dependientes del estado no-vigíl, con características alucinatorias (vemos cosas que no están y creemos temporalmente en su existencia) con ciertas características distintivas: son altamente emocionales y vívidas, son fuertemente visuales, poseen una estructura narrativa particular (discontinua, con cambios de tema y de personajes) cierto nivel de aparente simbolismo, un acceso privilegiado a nuestros recuerdos y, al mismo tiempo, una tendencia a la amnesia posterior, ya que recordamos una ínfima parte de lo que soñamos (McNamara, 2019).

Desde que se tienen registros escritos, los seres humanos “interpretamos” los sueños: generalmente como visitas de dioses o espíritus, y en los siglos XIX y XX, como mensajes involuntarios de un inconsciente que peleaba por hacerse oír por sobre una censura muy pacata, idea que los psicoanalistas posiblemente tomaron prestada de la filosofía alemana del siglo XIX (Crews, 2017). Posteriormente, una corriente contraria, abogó por la naturaleza epifenomenológica de los sueños: cuando dormimos se activan áreas del cerebro visuales (sobre todo en sueño REM) y nuestro cerebro, posteriormente, construye una narrativa para tratar de explicar la presencia de recuerdos fotográficos y fragmentarios: en realidad la narrativa del sueño es una fabulación de los recién despertados, porque los humanos necesitamos que todo tenga sentido (McCarley & Hobson, 1977).

¿Por qué y para qué soñamos?
Sueños. Foto en Pexels.

Posiblemente ambos enfoques son errados: para ser mensajes, luego de analizar el contenido de decenas de miles de sueños, la ciencia no encuentra que exista una relación muy clara ni con una temática particular (ejemplo: sexo, incesto, etc.). Podrá decirse que eso es porque el inconsciente “disfraza” el contenido… pero admitamos que la inteligencia artificial actual es lo suficientemente buena en criptografía como para superar a un psicoanalista trasnochado y no: solo sueñan más sobre sexo las personas preocupadas por el sexo, y sueñan más sobre camperas impermeables los que están por comprarse una… y así. Por otro lado, es poco probable que algo tan demandante de recursos como soñar no sirva para nada. Cuando soñamos nuestro cerebro consume mucha glucosa, mucha más de la que sería necesaria para poder simplemente hacer lo que creemos que hacemos cuando dormimos en términos de “limpieza” ¿por qué tanto derroche? Evidentemente necesitamos soñar (Walker, 2019).

Así como la clave de para qué dormimos posiblemente esté en porque soñamos, la clave de esto último, como una mamushka de conceptos, posiblemente esté en el concepto peor comprendido de la psicología: la consciencia. Al igual que con los sueños, las teorías sobre su existencia han ido desde su naturaleza etérea a su inutilidad práctica… Pero hoy tenemos un panorama bastante claro. Sabemos que la consciencia no es necesaria para muchas cosas que nuestra mente hace: resolver problemas, almacenar recuerdos, percibir, aprendizajes motores y verbales, etc. Pero cuando nos preguntamos qué es aquello que no podemos hacer si no estamos conscientes; la respuesta unánime parece ser esta: asociar conceptos multimodales (de varios canales perceptivos) en representaciones unificadas de la realidad (Dehane, 2019; Graziano 2019). Esto se debe a que lo que llamamos consciencia, parece ser la activación masiva y coordinada de una gran parte de nuestro cerebro en función de un set de estímulos concreto (un problema, una sensación, nosotros mismos).

Si bien solemos asociar el sueño con la inconsciencia, esto no es exacto: no estamos conscientes de nuestro mundo exterior y hemos perdido una importante capacidad de juicio crítico, pero somos fuertemente conscientes de las percepciones alucinatorias que constituyen nuestros sueños: los vivimos. Esto posiblemente se deba, justamente, a que durante las etapas donde nuestros sueños son más elaborados (fase REM) el patrón de activación de nuestro cerebro se asemeja mucho al que tenemos cuando estamos despiertos y dejándonos llevar por el flujo de nuestras ideas, como cuando caminamos o miramos pasivamente el paisaje. Cada vez que no estamos concentrados en algo puntual, nuestro cerebro activa una red específica y muy amplia que los científicos han denominado red de activación por defecto (en inglés, Default Network Mode; Domhoff, 2018). En esos momentos diurnos, estamos conscientes de nuestros pensamientos, pero con un rol casi de espectador… somos capaces de informar que estamos pensando si se nos pregunta, pero posiblemente no lo recordemos un rato después, más o menos lo que sucede con los sueños cuando nos acabamos de despertar.

La explicación no termina aquí, aparentemente nuestro modo de pensar dormidos es diferente y complementario al que tenemos durante el día. Algunos experimentos de decisión léxica llevados a cabo por Stickgold han permitido entender que durante nuestra fase REM, nuestra preferencia a la hora de asociar conceptos es diferente a la que tenemos mientras estamos despiertos… mientras que preferimos asociaciones fuertes entre conceptos (perro-animal o perro-gato) cuando alguien es despertado abruptamente en REM y se pide que asocie una palabra con otra, tiende a preferir palabras que no están directamente relacionadas, pero que tampoco son incoherentes, sino que se trata de asociaciones más débiles (“perro-seguridad” o “perro-carne”). En estos experimentos las personas rara vez elegían “perro-gato” pero tampoco elegían combinaciones como “perro-calefón”. Era claro que, en esos momentos, nuestra mente busca caminos alternativos pero lógicos. Justamente como si se estuviera llevando a cabo una indexación compleja de la información que permitiera su recuperación rápida no solo por caminos directos… más o menos lo que permite a Google deducir que cuando ponemos en el buscador “vacaciones” puede ofrecernos una publicidad de ropa deportiva, porque seguramente la vamos a necesitar (Stickgold et al., 1999; Zandra & Stickgold, 2021).

Llegamos así al final con una respuesta provisional interesante: dormimos porque necesitamos soñar, y necesitamos soñar porque los seres vivos, aparentemente, necesitan tener un estado de activación similar al de la vigilia, pero sin estar preocupándose por moverse o percibir estímulos externos, de forma tal de procesar la información del período diurno de forma acabada. Necesitamos, en otras palabras, estar conscientes pero dormidos un buen rato por día para procesar correctamente la información nueva e indexarla correctamente con la vieja.

Referencias bibliográficas:

  • Crews, F. (2017). Freud: The making of an illusion. Profile Books.
  • Dehaene, S. (2019). La conciencia en el cerebro: descifrando el enigma de cómo el cerebro elabora nuestros pensamientos. Siglo XXI Editores.
  • Djonlagic, I., Rosenfeld, A., Shohamy, D., Myers, C., Gluck, M., & Stickgold, R. (2009). Sleep enhances category learning. Learning & memory, 16(12), 751-755.
  • Domhoff, G. W. (2017). The emergence of dreaming: Mind-wandering, embodied simulation, and the default network. Oxford University Press.
  • Graziano, M. S. (2019). Rethinking consciousness: a scientific theory of subjective experience. WW Norton & Company.
  • Ju, Y. E. S., Ooms, S. J., Sutphen, C., Macauley, S. L., Zangrilli, M. A., Jerome, G., … & Holtzman, D. M. (2017). Slow wave sleep disruption increases cerebrospinal fluid amyloid-β levels. Brain, 140(8), 2104-2111.
  • McNamara P. (2019) The neuroscience of Sleep and Dreams. Cambridge University Press.
  • McCarley, R. W., & Hobson, J. A. (1977). The neurobiological origins of psychoanalytic dream theory. The American Journal of Psychiatry.
  • Mong, J. A., Baker, F. C., Mahoney, M. M., Paul, K. N., Schwartz, M. D., Semba, K., & Silver, R. (2011). Sleep, rhythms, and the endocrine brain: influence of sex and gonadal hormones. Journal of Neuroscience, 31(45), 16107-16116.
  • Stickgold, R., Scott, L., Rittenhouse, C., & Hobson, J. A. (1999). Sleep-induced changes in associative memory. Journal of cognitive neuroscience, 11(2), 182-193.
  • Van Cauter, E. (2011). Sleep disturbances and insulin resistance. Diabetic Medicine, 28(12), 1455-1462.
  • Walker, M. (2017). Why we sleep: The new science of sleep and dreams. Penguin UK.
  • Walker, M. P., Brakefield, T., Morgan, A., Hobson, J. A., & Stickgold, R. (2002). Practice with sleep makes perfect: sleep-dependent motor skill learning. Neuron, 35(1), 205-211.
  • Zadra A., Stickgold, R. (2021) When Brain Dream. Norton & Company.

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