Porfirio Díaz en 1907.
Aquí ya no se trata de liberales o conservadores, revolucionarios o reaccionarios, priístas o panistas, izquierdistas o derechistas, sino de mexicanos en todo el sentido de la palabra. Fuera de cualquier signo político o ideológico, los restos de Porfirio Díaz, sepultados en Francia, deben volver con dignidad a México, como fue su último deseo, porque con todo y sus errores, justificados en cierta medida por la época en que vivió, fue un gran mexicano.
A 100 años de su muerte, cumplidos el pasado 2 de julio, la figura de don Porfirio se agiganta principalmente por su política económica, que ningún gobierno posterior al de él pudo superar, ya que en su tiempo el peso se hablaba de tú con el dólar estadounidense, cosa que no ha vuelto a suceder desde entonces; por lo contrario, cada día los mexicanos vemos con angustia el retroceso de nuestra moneda.
Asimismo, hemos de reconocer su desempeño en seguridad pública, que tampoco ha podido mejorar gobierno alguno, pese a que es justamente la seguridad la función principal del Estado. Ningún Estado se justifica si no brinda plena seguridad a la población.
Admitamos que don Porfirio soslayó aspectos fundamentales como los derechos humanos y la democracia. ¿Que fue un dictador? Sí, ¿pero acaso la partidocracia actual se siente orgullosa de lo que hace? Y sobre derechos humanos, recuérdese que éstos alcanzaron plena categoría jurídica en el país hasta 80 años después.
Traer sus restos a la patria que lo vio nacer sería un signo de reconciliación y entendimiento entre todos los mexicanos para superar juntos problemas tales como el económico, la seguridad pública, la justicia y la verdadera democracia.
Artículo publicado por el diario La Crónica de Hoy Jalisco en su edición del viernes 10 de julio de 2015.
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