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Pornografía y anonimato. Algunas reflexiones acerca de «Memorias de una princesa rusa»

Por Lasnuevemusas @semanario9musas

La literatura erótica tuvo ilustres antecedentes, aunque mayoritariamente anónimos. Memorias de una princesa rusa es uno de ellos.

En este artículo reflexionaremos acerca de la obra mencionada.

Pornografía y anonimato. Algunas reflexiones acerca de «Memorias de una princesa rusa»

    La pornografía como género literario. Un viaje al siglo XVIII

Una conocida frase de la sexología moderna asevera lo siguiente: "La mente es el órgano sexual más importante". Pues bien, adscribiendo a esta reflexión (algo que supongo no será difícil para nadie), podríamos añadir que la pornografía es, esencialmente, un género literario. Pensemos, sin ir más lejos, que mucho antes de que el imaginario "tecnocomunicacional" se convirtiera en uno de los ejes fundamentales del pensamiento dominante, la literatura pornográfica ya excitaba los sueños del lector; y con ellos, su "horizonte de expectativas", que es el concepto con el que la filosofía política contemporánea ha decidido llamar al deseo.

Sabido es que a partir del siglo XVIII aparecieron una serie de libelos que tenían como protagonistas a mujeres exóticas, cuyas principales peripecias consistían en tener trato carnal con todo lo que se les cruzara en su camino. Estos textos, además de estar escritos en un lenguaje "exento de tecnicismos", incluían pormenorizadas descripciones de actos sexuales; sin embargo, pese a contar con un amplio número de posibles lectores, nunca recibieron el apoyo editorial requerido, lo que hizo que su circulación terminara siendo más o menos clandestina.

Durante la Ilustración, muchos librepensadores empezaron a explotar la pornografía como medio de crítica y sátira social. La pornografía libertina era un comentario subversivo dirigido a menudo contra la Iglesia católica y las actitudes generales de represión sexual.[1] La burguesía pronto pasó a ser el principal consumidor de estos panfletos, haciendo que las clases altas se preocupasen, como ocurrió de hecho en Inglaterra, por la corrupción moral de las clases inferiores. Fue en ese contexto que se dio a conocer Memorias de una princesa rusa, obra que no tardó en transformarse en un clásico del género.

Pornografía y anonimato. Algunas reflexiones acerca de «Memorias de una princesa rusa»

Memorias de una princesa rusa presenta, en una astuta narración enmarcada, la lectura que realiza Katumba Pasha del diario íntimo de la princesa Vávara Softa, hija de un acaudalado boyardo del imperio de Pablo I (1754-1801), hijo de Catalina II. Katumba Pasha es el seudónimo turco de un escritor ruso refugiado en Inglaterra, cuyo verdadero nombre aún se desconoce. De modo que la autoría del libro se oculta bajo dos poderosos enmascaramientos: el seudónimo y el anonimato.

Hija del príncipe Demetri, Vávara Softa cuenta con apenas catorce años cuando se inicia el relato. El texto intercala la voz de Katumba Pasha -quien no se escandaliza, pero tampoco aprueba lo que lee en ese diario íntimo- y la de la princesa, quien en los breves tramos del diario personal se ocupa de describir explícitamente sus momentos más hondos de placer, lascivia, lujuria e impudicia.

Así, la joven Vávara, la mujer más bella de esa corte pervertida, ególatra y caprichosa, acostumbrada desde su nacimiento a dar órdenes y a que esas órdenes se cumplan de inmediato, comienza su periplo sexual con el hermano de su ayudante de cámara: un campesino rústico, pero con una "verga monumental". Ella se servirá de él hasta encontrar a otros mejor dotados. Es precisamente en esto donde el relato ofrece la posibilidad de ser interpretado como una especie de "canto al falo", lo que de alguna manera pondría en evidencia el punto de vista machista del autor y, en gran medida, el de todas las obras de este género.

No obstante, el falo está siempre en poder de la princesa. Ella es la que decide cuándo y con quién tendrá un encuentro sexual; ella es la que, incluso cuando es obligada por los acontecimientos a fornicar con seis campesinos en una taberna, experimenta una libertad interior que le permite gozar de cada uno de ellos, para más tarde experimentar otra libertad mayor (e igualmente sexual) al incendiar la taberna con todos los campesinos adentro. En efecto, la princesa Vávara siempre tiene el poder/falo en sus manos, como lo demuestra el hecho de hacer sodomizar a su hermano por uno de sus esclavos sexuales o el de ordenar violaciones a las otras damas de la corte.

Memorias de una princesa rusa contiene varios pasajes singulares. Un ejemplo de ellos es aquel en el que Vávara, cansada ya de haber estado con tantos hombres, inventa un complejo sistema constituido por un maniquí que representa al demonio, con el que mantiene arduas relaciones sexuales. A veces, el miembro que la penetra es un consolador capaz de liberar un líquido caliente en el momento culminante del acto; otras, uno de verdad, perteneciente a algún anónimo amante oculto detrás de la figura.

Para concluir, me gustaría citar al ensayista Alexandrian, quien en su Historia de la literatura erótica expresa lo siguiente:

Si en verdad la literatura erótica resulta peligrosa para las costumbres, no lo es más que las otras especies de literatura sin espíritu crítico. Se la ha acusado de instigar a excesos, pero los tratados de magia inducen supersticiones nocivas en otro sentido. La literatura policíaca puede incitar al robo y al asesinato, y la literatura religiosa a la persecución fanática de los no creyentes, cuando son alimento de espíritus débiles que se persuaden de que el texto impreso indica infaliblemente lo que se debe hacer. Los libros nos informan acerca de los que otros piensan o imaginan, eso es todo.[2]

La pornografía, ya se ha dicho, no es más que un género literario. Probablemente, el más consecuente de todos los que existen.

[1] La obra del marqués de Sade sería un perfecto ejemplo de esto.

[2] Sarane Alexandrian. Historia de la literatura erótica. Editorial Planeta, Barcelona, 1990.

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