En días como éstos en que hay más efervescencia política de la normal, recuerdo el tiempo que pasé con estudiantes apegados a los consejos durante los años de universidad. Al principio vi con ilusión lo que significaba implicarse en los problemas del alumnado. Con el tiempo la ilusión se me fue escapando a la misma velocidad que descubría que no eran más que canteras de políticos (y no precisamente de las de picar piedra, aunque sí que se las tiraban, y a montones).La ilusión se me esfumó por completo un día que debatía con un amigo sobre las pasadas elecciones, el voto, esto y aquello, mientras íbamos en bus urbano. “Hay que votar sí o sí, si te quedas en casa no tienes derecho a quejarte después” sentenció. Pues eso, que me dije a mí mismo que la política y los consejos de estudiantes son malos amigos.Aquella frase se quedó grabada en mi subconsciente, en el consciente, y en todos los entes de mi persona, hasta el punto que cada vez que oía hablar de elecciones o plebiscitos de cualquier tipo, tenia pesadillas sobre una urna que me perseguía por las calles de Badajoz diciéndome con voz grave que votara, mientras corría y hacía temblar el suelo, que si no la próxima vez que me quejara me arrearía un mamporro y me quitaría un poco más el derecho a beca. Al tiempo la pesadilla desapareció porque en clase, un día, un profesor del que siempre me sentiré orgulloso nos dijo que la abstención también es una postura igual de válida. Aquellas palabras fueron como un conjuro, un hechizo que enterró para siempre a la urna que me perseguía y volví a ser un poco más feliz aunque mi derecho a beca se mantuviera en suspenso. Exageraciones aparte, no guardo un grato recuerdo de los consejos de estudiantes (y lo dice alguien que hay sido representante en uno de ellos) por la contaminación política que hay en la mayoría, por la escasa o nula intención de obrar cerrando la puerta a intereses partidistas y porque sí que tienen bastante y mucha intención por trepar hasta el sillón parlamentario más conveniente. Y más aún por ser un altavoz de mantras, de proclamas de signo claro y evidente, martillos pilones que actúan casi como sectas que extienden el mensaje entre el electorado más fuerte y resistente a la palabra, el voto joven, muy dado a la ignorancia al candidato que toque y al gesto del voto, pero quizás algo más pendiente del discurso de la delegada de la facul, que está bastante bien, o el del consejo central, que es buen tío y no hay jueves que no me dé entradas para la discoteca y al que la barba de tres días lo hace bastante interesante.El desprecio por la abstención que se ejerce en los partidos políticos es entendible, incluso nos mandan las papeletas a casa para que no les olvidemos aunque las usemos para hacer la lista de la compra, pero que ese odio se quiera transmitir a círculos donde debe primar la imparcialidad y el respeto hacia cualquier postura me causa dolor de estómago. Los medios de comunicación también hacen una campaña dura y extensa a favor de que mi barriga baile sardanas en años electorales.Votar, votar nulo, votar en blanco, votar a cualquier partido por utilidad. Cualquier opción que consista en papeletear se entienden legítimas, bondadosas, dentro digamos de lo normal, lo benévolo. Un gesto políticamente correcto (ay, cuanto daño hace lo políticamente correcto).La abstención es perseguida, la inquisición política de medios y partidos le relegan al cuarto oscuro de los datos y acaba convirtiéndose en la opción ingrata, la del cobarde, la del que ignora, el desinteresado, el desapegado. Y nadie quiere estar en el grupo de los señalados, de los que son perseguidos por la terrorífica urna, la que te quieta el derecho de opinión y réplica si no la tienes contenta.No sé qué puede pasar mañana o pasado, pero reconozco que estoy más cerca de acabar en la hoguera del próximo día veinte que de salvar mi alma urna mediante. No sé si tiene la culpa algún consejo de estudiantes, aquel amigo que me intentó convencer de que la democracia solo se ejerce tomando partido cada cuatro años. No sé si estaré orgulloso de lo que decida, pero estoy orgulloso de aquel profesor ya no solo por recordarme que no votar no es malo, sino que ir en contra, no de lo establecido, si no de los que establecen lo que es bueno y es malo es la mejor opción. La de ser libres, pese a todo.