Sábado 6 de febrero, 20:00 horas. Oviedo, Conciertos del Auditorio: Daniel Müller-Schott (violonchelo), National Symphony Orchestra Washington, Christoph Eschenbach (director). Obras de C. Rouse (1949), Dvorak y Brahms / Schoenberg.
Las grandes formaciones orquestales tienden a impactar precisamente por su rotundidad sonora, y el director alemán afincado en EE.UU. parece haberse sumado a la magnificencia más en número que en calidad, algo en lo que parecen coincidir muchos, "Un director capaz de galvanizar un conjunto sinfónico y de extraer de él, por derecho, interpretaciones que destacan más por su brío que por su delicadeza" (Arturo Reverter en "El Cultural"). Basta con recontar la plantilla de la cuerda (15-13-11-9-8) para hacernos una idea del despliegue que la NSO de Washington con su titular han traído a esta gira europea. Tampoco podemos hablar de un sonido propio como antaño, donde las diferencias entre los continentes eran mayores y los europeos presumíamos de una tímbrica vienesa o inglesa. La globalidad y los directores tienen parte de la responsabilidad, Eschenbach coloca la orquesta "antifonal" en violines con contrabajos tras los primeros, timbales al fondo a la izquierda y las trompas a la derecha continuando linealmente los metales, más las maderas algo más adelantadas, logrando una espacialidad sonora algo distinta y de agradecer sobre todo en la segunda parte.
Buscando la potencia de la llamada sinfónica nacional de EE.UU. aunque le va mejor lo de Sinfónica de Washington, arrancaron el concierto con Phaeton (1986) para gran orquesta de Christopher Rouse (Baltimore, 1949), de inspiración mitológica al contar la frenética carrera de Faetón en su carro de caballos que el compositor yanqui parece reducir al adjetivo más que al sustantivo, abundante percusión donde no falta el "martillo mahleriano" y un crescendo de casi nueve minutos evocador del bolero raveliano solamente por buscar algún paralelo. Como anécdota mientras Rouse componía los compases donde quiere "reflejar" que Zeus fulmina a Faetón explotó el transbordador Challenger al que finalmente dedicará la obra en memoria de los siete fallecidos. No hubo que lamentar desgracias en el auditorio ovetense pero debo recoger lo que mi querida "paisana" Lorena Jiménez Alonso escribe en las notas al programa: "Su música es pasional, emocionante y electrizante... Si a eso añadimos estrepitosa y virtuosística, tenemos la definición de Phaeton", un orquestón de calidades globales pero nada sobresalientes para una partitura algo repetitiva aunque visualmente espectacular, o como suelo decir en estos casos, muy yanqui.
Ya he perdido la cuenta de las veces que el chelista alemán Daniel Müller-Schott ha estado en Oviedo con esa joya de instrumentos como el "Ex Shapiro" Matteo Goffriller fabricado en Venecia en 1727, verdadera maravilla de sonido, con armónicos también espaciales, volumen estratosférico y musicalidad en estado puro en sus manos, desde un arco poderoso y sensible a una mano izquierda que dibuja los pentagramas con esmero. El Concierto para violonchelo y orquesta en si menor, op. 104 (Dvorak) está entre los preferidos de los grandes solistas aunque necesita como es de esperar el equililibrio con la orquesta, algo que esta vez no se logró siempre, sin una concertación clara por parte de Eschenbach, Müller-Schott hubo de renunciar a parte de su potencial, también poco ayudado por unos "diálogos" donde los atriles solistas no engancharon con el chelo ni tampoco las dinámicas algo exageradas. Una pena porque los tres movimientos dan para explotar recursos en cada momento, desde el Allegro inicial que debe encajar en cada detalle, hasta el Finale: Allegro moderato de dinámicas en cascadas emotivas, pero y especialmente en el Adagio, ma non troppo donde la batuta y solista fueron por caminos divergentes en vez de mimar un lento ideal para un chelista de sonido pulcro y penetrante.
Al menos su regalo de Ravel, el Kaddish (de las "Deux mélodies hébraïques") esta vez solo, nos permitió paladear el Goffriller y la musicalidad a la que Müller-Schott nos tiene acostumbrados.
Del Cuarteto con piano en sol menor, op. 25 de Brahms, Schoenberg realiza un arreglo para orquesta del que podemos decir lo mismo que el gran Otto Kemplerer: "El arreglo suena tan bien, que ya nadie querrá escuchar el cuarteto original", y esta vez la NSO con su titular buscaron la fidelidad a Brahms haciendo que se escuche todo de una vez, algo que Schoenberg como pianista conocedor y orquestador consumado puede lograr en esta singular obra, recreación más que arreglo de un compositor cuyo catálogo de cámara es probablemente superior cualitativamente al sinfónico, puede que por su autoexigencia de contar con Beethoven como modelo. El propio Arnold daba tres razones para esta transcripción: "Me gusta la obra. Se toca raras veces. Siempre se toca mal, porque cuanto más bueno es el pianista, más alto toca y no se escuchan las cuerdas", algo que la orquesta de Washington y Eschenbach lograron ampliamente. Impresionantes la riqueza de planos en el Allegro inicial, especialmente en la madera aunque seguía habiendo desajustes, o el Intermezzo que pareció más equilibrado, pero parecía que el director alemán se reservaba para el sensacional Animato de sonoridades pletóricas y sobre todo el final Rondo alla zingarese que hizo todo lo posible por mostrar cierto parentesco con las "Danzas húngaras" del hamburgués, e incluso con algunas eslavas del Dvorák que cerraba la primera parte. Potencia musical para una orquesta a la que su titular tendrá que hacer aún más suya, especialmente en la búsqueda de una identidad de la que adolece.
La propina final para mantener esa plenitud nada menos que la Danza de los comediantes de "La novia vendida" (Smetana), puede que lo mejor del concierto y como si todos dieran lo mejor de un espectáculo con un tempo verdaderamente vertiginoso, supongo que por la hora avanzada y el hambre, con Eschenbach ejerciendo de verdadero kaiser a la batuta.
Y febrero continuará con un especial suma y sigue... no hay mejor carnaval que el musical.