Revista Opinión

Potencial evocador...

Por Miasteniaforever
Potencial evocador...
La primera visita a la sala de las torturas tuvo lugar en un ambiente distendido y silencioso. La luz tenue y la voz aterciopelada del personal daba al escenario un cálido halo de placidez. Una pantalla al más viejo estilo pop-art de, por ejemplo, aquellos sesenteros "Los Vengadores", un gorro de goma que casi te faculta para nadar los tropecientos metros espalda,  unos finos electrodos de colores, esa gelatina que podría ser la brillantina de Grease y la gafa que te tapa alternativamente un ojo o el otro.
Se trataba de investigar esa peculiar forma de ver que nadie había identificado aun...
Pues allá vamos. La pantalla se ilumina rápidamente y los cuadrados de colores pasan, giran, desaparecen, brotan, cambian, se esfuman, caen... una divertida cascada de potenciales evocados. ¿Quién pone los nombres a las pruebas diagnósticas? Premio para este. Evocar... curioso concepto frente a una sucesión de colores. Bonito, sugerente...
Luego alguien me dijo, el oftalmólogo creo, que nada de evocador, que era "evocados" pero bueno, me dije, qué mas da ponerlo en español que en portugués, por decir algo... Que la realidad no te estropee una buena noticia. O una buena comparación en este caso.
La segunda parte del show estaba a punto de comenzar tras despojarte del gorro y los electrodos. Menos mal que la estancia carecía de espejos.
-Pase a la camilla, oyes en medio de la penumbra.
Y efectivamente palpas una superficie acolchada con su sábana y todo sobre la que te dejas caer con cierta aprensión. Recordemos que la luz solo es un resquicio a través de la puerta.
Gotitas escocedoras pa tus ojitos y a esperar.
¿Qué atraviesa tu mente mientras deseas fervientemente acabar ya? Que cada cual se coloque virtualmente en el lugar y deje volar su imaginación.
El caso es que cuando más tranquilo empiezas a estar o quizá cuando de tanto nervio ya no te queda músculo que mover, el personal se te acerca de nuevo. Y su voz, tan melodiosa como antes, te indica que ¡oh, Dios mío! te van a colocar unas lentillas duras y conectadas a unos cables sobre tus dos ojos.
Y así sucede. No mueva los ojos. No los cierre. Quieto todo el mundo...
Dios del Sinaí, y además te dicen que te vas a quedar quince minutos o algo así con los cristalillos pegados a los ojos y SIN CERRARLOS.  No te lo puedes creer. ¿Serás capaz?
Pues no. Al instante siguiente, aunque quieres profundamente no parpadear, pues parpadeas. Y los cablecillos a tomar viento fresco. En algún lugar se debe encender una alarma ya que se aproximan rápidamente los operarios especialistas y te dicen que ¡ay, ay! que cuidadin, cuidadin, que la cosa puede salir mal... que te portes bien y que los ojos abiertos, abiertos, abiertos.
Prometes sinceramente intentarlo y vuelve la oscuridad.
Seguramente las gotas ya han hecho su efecto porque te sientes como el tipo aquel de La Naranja Mecánica con los alambritos sujetando los párpados, pero sin alambres ni corsés. ¡Sin manos! ¡Más dificil todavia!.
Pasan los interminables minutos y crees sucumbir a Morfeo. Pero si duermes, has de cerrar los ojos, así que aprietas los puños, haces que baile tu diafragma o mueves los dedos de los pies con tal de permanecer en estado de vigilia. ¿O la vigilia es cuando estás más p´allá que p´acá?
Ajeno a las disquisiciones lingüisticas no te das cuenta de que el electrorretinograma fotópico sigue su marcha y que los portadores de la bata blanca han aparecido en mitad de las tinieblas con unos focos discotequeros cutres, eso si, que solo destellan en azul y en rojo.
-Ahora encendermos las luces de los focos, pero usted siga con los ojos abiertos. ¡Manda narices, oiga!.
Y una y otra y otra más. Solo falta la músiquilla de Boney M (Uno es que ya va para mayorcito).
-Descanse unos momentos. Todo ha terminado.
Entonces te parece que San Pedro en persona vendrá a saludarte. ¿Todo ha terminado? ¡Qué tétrico, no!
-Aguarde fuera. En el baño tiene una toalla limpia.
¿Una toalla? ¿Acaso hay que ducharse ahora? Te pasas la mano por el pelo descuidadamente y encuentras la solución al enigma. ¡La brillantina gelatinosa de los colorines! Si. Sigue ahí, dándote ese aspecto de loco recien escapado del manicomio más cercano.
Con el pelo tieso y los ojos abiertos al 250 %, sales de la oscuridad como un zombi y te paseas entre otros espantados pacientes que aguardan en silencio su turno. Llegas al baño y te observas en el espejo.
Las palabras huyen de ti y eres incapaz de describir tu aspecto.
Fuera es mediodia. Y las gentes van y vienen sin saber que la lotería te puede tocar así, sin mas...
Los resultados los llevas en un sobre azul.  Lo abres con ansiedad y lees que todo está normal. Que si ves raro es porque eres raro. Que ya vas teniendo una edad, chaval, ¿qué querías?.
Y nada, a continuar. Todo acababa de empezar. El camino tenía muchas más piedras. Todavia no le habíamos puesto nombre a una de ellas: Miastenia.

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