Desde Salta he cogido un autobús para cruzar la frontera a Bolivia que me ha dejado en Tarija. De ahí un bus me ha traído a Potosí, la segunda ciudad más alta del mundo a 4090msnm. Después de El Alto con 4150msnm que pertenece a La Paz, 3640msnm. Así que de pronto me encuentro calculando distancias, estado de las carreteras y cambios de altitud para decidir cuál será mi próxima parada. El cambio en el tipo de vida de un país a otro es impresionante hasta en el asfalto de las carreteras, veo las primeras mujeres con fardos de colores, sombreros y pelo tan largo que trenzado les llega por el culo. Hay kilómetros de montañas que subimos y bajamos en el autobús pasando del calor a la nieve casi sin darnos cuenta. Mi autobús llega a la nueva terminal que está alejada del centro, como es de noche y estoy cansada cojo un taxi que me lleve a la puerta del alojamiento por 7bolivianos (1€), la alternativa era coger uno de los microbuses que salen de la avenida por 1’50 bolivianos (20 céntimos de €).
Por el momento voy a quedarme unos cuantos días en Potosí para adaptarme a la altura y ver la que fuera la mayor fuente de oro y plata durante la colonización. En el s. XVII la ciudad era más grande que Londres y que Sevilla en España, ahora tiene 132mil habitantes. La moneda del Potosí fue una de las monedas más fuertes de la época y valer “un potosí” significaba que algo valía muchísimo. Las primeras 24h tengo síntomas del mal de altura o soroche: taquicardias, falta de respiración, mucho frío y visitas un poco más frecuentes de lo habitual al baño. Por suerte son síntomas muy leves y a parte de beber muchos líquidos y tomármelo con muchísima calma no me tengo que preocupar. El mate de coca se convierte en mi bebida del país, es calentito y se supone que ayuda con los síntomas. Aprovecho para sentarme en un restaurante cercano a mi alojamiento y comer carne de llama, que me recuerda la carne de res un poco reseca. Tendré que volverla a probar en un sitio donde el menú de 5 platos cueste algo más de 3Euros pero no el primer día, que caminando 100 metros sin desnivel parezco una señora de 90 años con alergia al ejercicio. Al segundo día las taquicardias prácticamente han desaparecido, me puedo quitar una capa de ropa y casi parece que tengo 80 años en lugar de 90. Pero correr? Ni de coña! Casi muero ahogada cuando, por un momento, olvido la altura y subo las escaleras a mi habitación de dos en dos. Al tercer día ya no tengo ninguna taquicardia, la temperatura de mi cuerpo se ha regulado y subo las escaleras con un cansancio manejable. He pasado de tener 90 años a tener 60 y me siento una jovenzuela :p
Aprovecho mi edad renovada para ir a las minas. Durante la colonización el Cerro Rico o Cerro de Potosí tenía vetas de oro y plata siendo esta última un de las más ricas del mundo. La plata que se extrajo de la mina durante los primeros 25 años era mucho mayor a todo el metal que circulaba por Europa en aquel momento. Aunque debido a los saqueos y los piratas una parte minúscula llegó a España. Actualmente se sigue extrayendo plata y estaño con más de 300 explotaciones mineras asociadas en cooperativas. Cada día 15mil mineros respiran humedad, polvo, partículas de plata, azufre y arsénico mientras ponen dinamita, reptan por agujeros para picar un poco de mineral, cargarlo al exterior y que una empresa externe lo tase. Lo que consiguen sacar es lo que ganan deduciendo el salario de los jefes, la dinamita, el aire comprimido para las taladradoras etc. Si tienen suerte, extraen buen material y la fluctuación del mercado externo de metal es buena pueden llegar a ganar 1000bolivianos por semana (unos 140euros) pero la mayoría de las veces no llegan a eso o pierden dinero.
El resultado es que Potosí es uno de los departamentos más pobres de Bolivia con una esperanza de vida de 45 años. Se calcula que cada año mueren unas 300 personas dentro de la mina. Por eso mismo los mineros y los habitantes de la zona son extremadamente supersticiosos. Fuera de las minas se venera a la Pachamama y dentro al Tio una especie de diablo al que se le hacen ofrendas de alcohol potable de 96 grados, cigarrillos y hojas coca. Y ya se sabe cómo va esto… Un poco para ti un mucho para mí. En las bocas de acceso a los túneles están los mineros mascando montones de coca preparándose para entrar. Una vez dentro el calor es bastante insoportable y eso que sólo nos dejan entrar a los primeros niveles. El suelo por dónde van los raíles de las vagonetas está lleno de agua mezclada con minerales, barro, un polvo blanquecino nos acompaña todo el rato. Y en la zona donde están taladrando para meter la dinamita hay un ambiente irrespirable, los que nos acercamos apenas aguantamos medio segundo antes de volver por donde hemos venido. Nos llevan por túneles anchos y cerca de la superficie, pero aun así se ha de ir con la cabeza bien agachada para no golpearse y tener cuidado con los agujeros de más de 50 metros de profundidad que están a nuestro lado, no hay más seguridad que asentar bien los pies antes de dar un segundo paso. Antes de entrar en las minas el guía nos ha recomendado/obligado comprar “regalos” para los mineros, esto es alcohol de 96, zumo para mezclar, hoja de coca y una especie de Red Bull.
No te piden ningún certificado para comprar dinamita así que paso del alcohol y me animo a comprar un cartucho que les dejo a los mineros que se entretienen un rato a explicarnos como es la vida ahí. La verdad que entre la cantidad de coca que tienen en la boca y el alcohol entre pecho y espalda cuesta entenderles, ahí no hay día ni noche y cada uno puede trabajar tantas horas como quiera, ahí dentro el Tío es más real que cualquier regulación que pueda poner un señor con corbata sentado en su despacho.
Por suerte no son minas de carbón y no hay grisú, lo que hay son bolsas de CO2 que te pueden dejar tirada en el suelo en menos de un segundo al inhalarlo. Nos explican que las anteriores linternas eran incandescentes y cuando la llama se apagaban sabían que tenían que salir corriendo. Las linternas actuales les permiten trabajar más horas, son más baratas y proyectan más luz pero no tienen manera de saber si hay bolsas de CO2 ellos dicen que simplemente “lo saben”.
Cuando ha pasado un rato volvemos a los túneles “estrechos” para buscar la salida. Estrechos entre comillas porque nosotros sólo nos tenemos que agachar y jugar un poco, en los túneles inferiores el espacio es de menos de un metro de ancho y lo normal es ir reptando para sacar el mineral en cestos que se suben a las vagonetas. A pesar de la altura me golpeo tres veces la cabeza y agradezco infinitamente el casco, las botas se quedan enganchadas en el barro entre los raíles y cada paso parecen tres, cuando los raíles aún no se han puesto o no se pueden poner nos tenemos que agarrar a las paredes y pensar bien donde ponemos los pies, tengo las manos y la ropa completamente enfangada de agarrarme, subir y bajar por las rocas. Todo está oscuro con la excepción de la luz que proyecta mi casco y el de las personas que van delante y detrás de mí. En algún momento giro la cabeza del camino que marca el guía para mirar por los túneles perpendiculares y sólo se ve el haz de luz proyectado por mi casco en medio de la más completa oscuridad. En ese mismo haz de luz se ven las partículas de polvo que no dejamos de respirar desde que hemos entrado y los mineros respiran cada día durante muchas hora, hay un olor muy característico a polvo y dinamita que nos acompañará hasta la próxima ducha. Al poco rato vemos literalmente la luz al final del túnel y en cuestión de segundos la luz nos ciega.
No me hubiese importado bajar a las zonas un poco más bajas pero una pareja de mi grupo de 6 no quiere ni oír hablar de volver a entrar a la mina, no se les puede culpar. En mi misma camioneta iban cuatro españoles de vacaciones, un suizo que lleva veintidós meses viajando y dos holandesas que llevan cinco y tres meses viajando. La ida ha sido animada; los que llevamos tiempo viajando, además los únicos que hablamos inglés, hemos intercambiado recomendaciones, consejos, impresiones y anécdotas. Los que estaban de vacaciones gritaban emocionadísimos porque los cuatro habían vivido en las Palmas. Nadie ha dejado de hablar. A la vuelta subimos a la camioneta y sin mediar palabra Sam, el suizo, se me acerca, pone la mano en mi caso y apaga la luz. Le doy las gracias y es todo lo que se escucha, cada uno va pensando en lo que acaba de vivir.
Potosí además es una de las ciudades más bonitas de Bolivia con cientos de casas coloniales repartidas por la ciudad y el museo Casa de la Moneda donde se puede aprender un poco de historia de la colonización española y la importancia de las minas de plata y la acuñación de monedas.
Mañana marcho a la ciudad de Uyuni donde no han dejado de recomendarme que haga una ruta de tres días por el salar y los alrededores. Además como ya no tengo que preocuparme por el soroche voy a poder disfrutarlo desde el día uno. El autobús sale de la Exterminal así que cojo el bus en la plaza 10 de noviembre y salto casi literalmente dentro de uno de los micros que pone “XTerminal” en la parte delantera. El micro traquetea por las calles cuando alguien quiere bajar se pone de pie, pide bajarse, le da 1’50bolivianos al conductor y se baja. Para subir haces señas al conductor con la mano desde cualquier sitio y él se acerca y a veces hasta frena del todo para que puedas subir. Le pido al conductor que me avise cuando lleguemos y me deja a una cuadra (uno 100metros). A medida que me acerco al edificio escucho las voces de las mujeres gritar “Uyuuuniiiiiiiiiii”, “La Paaaaaaaaz”, me acerco a una de las que grita Uyuni y le pido un billete para “lo antes posible”. Su bus sale en 1hora pero la señora de al lado me secuestra, me dice que su bus ya está saliendo y que lo puedo coger. Escribo mi nombre rápidamente en el papel que marca los asientos ocupados mientras la mujer me cobra los 30bolivianos (4 euros), son las 10:10 cuando subo al bus que salía a las 10h y tardará entre 3 y 4 horas en llegar a Uyuni a travesando montañas.
A de impresionar, entrar en una mina en esas condiciones y pensar que esas personas lo hacen diariamente
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